martes

PACIENCIA


(pintura de Mark Sussino.
Yo nunca tuve paciencia, esa virtud que dicen del pescador. Los pescadores de truchas no tenemos paciencia, caminamos y caminamos ríos arriba esperando engañar la trucha en el siguiente charco o en el siguiente o en el siguiente. No tenemos paciencia, tenemos voluntad, orgullo, arrogancia infantil. Podemos estar el día entero sin tener ninguna picada y seguir ahí, al pie del río, con la corriente por la cintura imaginando una trucha enorme en esa zona oscura y profunda de la orilla contraria.
El hijo pescador me pregunta cuando pescará él una trucha grande como las que yo tengo la fortuna de engañar. No le digo cuando. Sólo le digo que tuvieron que pasar treinta años pescando en este mismo río para lograr coger la trucha más grande de todas. Treinta años. En este río no hay muchas truchas grandes.
Sin embargo yo sé que él la cogerá cualquier día. Es mucho mejor pescador que yo. Pero eso no se lo digo, tiene que seguir pensando que él está aprendiendo y yo ya soy un maestro. Luego, pasarán treinta años y descubrirá que somos siempre aprendices de pescador.

jueves

APRENDER



Por fin la lluvia  ha limpiado los cauces de mis gargantas y baja el agua limpísima hasta las Tres Juntas. El musgo se despereza, las amanitas y los boletus comienzan a salir y bajo las piedras se esconden mis truchas acechando pececillos y larvas de libélula.

Muchas veces dudo qué puedo enseñar a mi hijo el pescador. Tengo la certeza de que sólo los ríos pueden ser los maestros y no las palabras de un padre, ni su experiencia, ni sus sueños. Muchas veces imagino al hijo pescador, con diez años más, acercándose ya sin mi a estos ríos, muy de mañana, sintiendo que sus pasos entre los helechos son los primeros del mundo y que el aire, frío y transparente ha nacido esa mañana de las hojas del bosque sólo para él. Me es fácil imaginarle metido en el agua, atravesando con prudencia y valentía los lugares difíciles y pescado truchas grandes en los mismos pozos profundos en los que yo las pescaba con veinte años menos. Es verdad, poco puedo enseñar a mi hijo el pescador de los ríos y de la vida. Pero al menos, y eso es lo que de verdad me hace feliz, le acompaño ahora a pescar, le ayudo a cruzar cuando las gargantas están broncas en marzo y sonrío junto a él cuando saca un gran pez o cuando nos sentamos muy cansados sobre la roca grande del charco La Vená a tomar el bocadillo y a bebernos el tiempo.

En invierno se aman las truchas, se burlan del frío y de los bosques dormidos, y tras el desove juegan a ser más grandes y más sabias. En invierno pienso mucho en mi hijo el pescador, en esos días tan brillantes de finales de junio en los que mis ríos son de verdad un paraíso. Caminamos despacio, concentrados en el sedal y el señuelo. En días así se aprenden muchos secretos importantes para saber vivir luego muchos inviernos, muchos años, muchos silencios.

No deseo casi nada, no tengo ambiciones. 

Pero desearía pescar con él dentro de diez años. Ese es de verdad casi mi único sueño.

martes

SECRETOS DE TIEMPO



Pescar nos limpia el tiempo. Deshace del tiempo su pesadez, su derroche, su desgaste, su prisa productiva. Creemos siempre que nos queda tiempo y aplazamos a veces lo importante. Un beso, un día de pesca, una palabra de cariño, una visita a un amigo o amiga, un proyecto loco, un sueño. Una pasión.
Pero en el río nos damos cuenta de que el tiempo sólo es un poco de presente.
Intento enseñar a mi hijo el pescador que no hay que aplazar los sueños sino luchar por ellos.
Intenso enseñar a mi hijo el pescador que los ríos tienen muchos secretos felices que hay que saber escuchar.

lunes

SABIO




Mi hijo el pescador cree igual que un pez, año a año se vuelve fuerte y sabio. Le gusta nadar contracorriente y sumergirse en los más profundo de los ríos. Los ríos parecen aguardar con impaciencia las primeras lluvias del otoño para crecer también y limpiar de sus riberas las huellas humanas. Me gusta, cuando pesco, no dejar ni rastro de mi paso por la orilla, ni siquiera unas pisadas mojadas o una helecho roto. Nada del mundo es nuestro, ni los peces, ni el aire, ni la tierra. Me gusta mirar atrás, no sólo para evitar enganchar la mosca en las zarzas de la orilla sino para sentir que no rompo la belleza del torrente que me abriga.

martes

ECHAR EL ANZUELO


(Ilustración de Elia Fernández Mazariegos)

Echar el anzuelo, poner un señuelo, esperar a que piquen, dar pescado o enseñar a pescar...

Pescar se ha utilizado como metáfora de muchas cosas.

En el amor...pescar o ser pescado. Pero no como sinónimo de engaño sino de seducción. Nos gustó mucho la ilustración de Elia.

Truchita podría ser un apelativo cariñoso para alguien que amamos. Se lo decía el bronco Robert Capa a Gerda Taro.

SALTAR

(Fotografía de Francesc Luque) 

Los días de pesca en Laponia no tenían horas, sólo la música del agua, el agua fría corriendo desde los glaciares a los lagos donde nacían los ríos de los que se alimentaban otros lagos. Los días de pesca en Laponia tienen tacto de musgo antiguo y corteza de abedul. El color del agua de los ríos cambiaba y cambiaba el color de las truchas y el de los sueños.
Una vez salté en medio de la corriente. Era un río profundo, caudaloso, lleno de cascadas. Era el único paso para acceder a un tramo de río virgen. No estaba seguro de la profundidad, ni de la firmeza de las piedras del fondo pero si de mis fuerzas, mi equilibrio, mi habilidad, mis años de pescador. Fue un salto largo y al caer me sumergí hasta más arriba de la cintura. Luego saltó Victor. No nos vio mi hijo el pescador, así no aprenderá, por ahora, lo que nunca se debe hacer. Pescamos aquella orilla salvaje con avaricia de niños, recorriendo sus orillas escarpadas y afiladas. No había horas, ni tiempo, ni prisa.

MADRE



Esta trucha la ha pintado mi madre. El agua es oscura pero la ninfa está a punto de engañar al truchón. Muchas veces los pescadores vemos este instante aunque el agua esté también oscura y el río sea profundo. Tenemos una precisa cámara de cine en el cerebro y podemos ver lo que ocurre debajo del agua con una nitidez cristalina. Los demás, los que no son pescadores, tienen que conformarse con los documentales de la tele.

miércoles

BASSINES




Metido en el Tiétar al amanecer, dentro de un canal con una ligera corriente, entre dos islas de juncos, lanzo con la cañita de 8 pies linea 3, una seda delicada, un terminal del 0,10 y el engaño del pequeño San Juan. Uno tras otro peleo con pequeños "basses" que con este aparejo me parecen grandes merlines. Cada vez rehuyo más pescar con palos de escoba y cuerdas de piano aunque vaya tras peces grandes. Cañas y sedales delicados y ligeros, que no frágiles. Además con este equipo no me rompen el sedal ni se me escapan más peces que con un aparejo más consistente.
La BVK pesa nada. Tampoco pesa aún el calor. Entró al señuelo un barbito mediano y me pareció un gran atún sacando metros y metros de back.

martes

SERENO



Sereno en "las Veguillas". Victor y Ruth pescando mano a mano.
Al amanecer del día siguiente bajé al Tiétar a tentar a Barbos y Basses con una cañita de 8 pies línea 3 y un “San Juan” con bolita granate en un anzuelo del 14. Amaneció el día con tormenta, el río estaba hermoso a pesar del estío y de cómo le chupan su sangre en todas partes. Mañana cumpliré años. Por suerte los pescadores vivimos otra forma de tiempo. Los años son distintos, más lentos y más tumultuosos, con sus corrientes, cascadas, tablas de agua suave, espuma y ruido. El compás de la cañita me ayuda a respirar. Hubo días me que dejaba llevar corriente abajo. Hubo días de cruzar por el peligro. Pero siempre he sentido que los ríos me cuidan y yo les respeto. No sólo somos polvo de estrellas. También somos de agua.
Mañana no seré más sabio, pero si más feliz. El hijo pescador sabe de mi arrogancia.

VERANO


(Foto: Francesc Luque)


Julio en Laponia. Pescar, comer y dormir. Desde las diez de la mañana hasta las tres de la madrugada. Ríos distintos, paisajes distintos. Sólo un pescador puede entender la música de esta canción

"...all things merge into one, and a river runs through it. The river was cut by the world's great flood and runs over rocks from the basement of time. On some of those rocks are timeless raindrops. Under the rocks are the words, and some of the words are theirs. I am haunted by waters." (Norman Maclean)

lunes

EL LANCE PERFECTO




Enseñar al hijo pescador a pescar a mosca. Yo, que sólo me siento aprendiz, aprendiz siempre de tantas cosas, nunca maestro. Hacer moscas, lanzar el sedal, hacer los nudos, leer el agua, adivinar con el instinto donde está el pez, cruzar la corriente sin acabar mojado… sin embargo él será su único maestro, sólo los ríos y las truchas nos enseñan, todas esas mañanas o atardeceres que saldrá, ya solo, a caminar por el agua y comenzar a entender donde se esconden los secretos.
Estos días en Laponia sentía de nuevo eso, el placer de aprender, la sensación de no saber leer el agua de esos ríos, ni las sombras del fondo a la hora de vadear. Y descubrir los contrario, que en algunos momentos, era el hijo pescador quién me mostraba, quién me enseñaba el cómo y el porqué y el dónde.
Siempre he sentido que no tengo mucho que enseñar, cuantos más años cumplo menos maestro me siento, más aprendiz.
Dentro de no tanto, cogerá mi caña de bambú refundido, la seda y una mosca seca que él haya inventado y al caer la tarde, sólo, metido en el agua de cualquier río del mundo, sentirá que por fin ha hecho un lance perfecto.

miércoles

LAPONIA I



Vivimos miles de días de fina ceniza de los que no queda nada en la memoria y otros en cambio brillan como un diamante al sol de julio. Caminábamos por el torrente los primeros. Dejamos atrás a mis hermanos y nos encontramos de pronto ante una cascada alta que acababa en un charco hondo y grande.
Dejé mi caña sobre el musgo y me senté en una piedra a disfrutar, a ver pescar con arte al hijo pescador. Mañana de sol y nubes sobre un limpísimo cielo de Laponia. Sabía que estaba ahí. O ahí o en ningún lado. El lugar parecía de verdad el nacimiento del mundo. Quién a pescado allí lo sabe.
La poza, la enorme cascada, su música y su furia, la fina niebla de agua pulverizada por la caída, el bosque de abetos y abedules, todo el tiempo de la vida por delante, Guillermo lanzando con precisión a donde yo hubiera lanzado. Cuando picó la primera, corrió río abajo y yo tras ella con el salabre. Cuando picó la segunda, aún más grande, y la ví remontar la corriente furiosa, me sentí muy feliz. “hay que trabajarla, disfrutar de ella” dijo Guillermo mientras ajustaba el freno con maestría y dejaba que la caña cumpliese doblándose con violencia. ¿Cuántos minutos guardo en mi corazón brillando como un diamante?.
De entre las más de trescientas truchas pescadas y devueltas a la vida sacrificamos esas dos para comer. Las honramos con cuidado, las guisé fritas y con una picada de tomate y almendras. Espero que los espíritus del Circulo Polar y de los Saami me perdonen.
Nunca olvidaré esos instantes que ocupan más que algunos años en mi memoria.

lunes

DICHA


La dicha fluye desde un lugar muy remoto, escondido y primitivo. Intentamos explicar porqué nos hace feliz estar dentro de un río con una caña en la mano pero cualquier explicación sólo son palabras que se acercan un poco, nunca demasiado, a esa plenitud, felicidad o libertad.
Sólo un pescador puede entender a otro pescador. Sólo un pescador sabe cual es el secreto de esta extraña plenitud.
A veces nos alejamos o nos alejan de esta dicha. A veces hasta podemos olvidarla o vivir con ese vacío, con esa herida, con esa carencia… Pero la vida es larga y se vuelve siempre al lugar dónde se ha sido feliz. Recordar, volver a aprender, volver a sentir que no hay prisa, ni horario de vuelta, ni tiempo que descontar, ni nadie que nos diga que hemos robado ese tiempo a otra vida…
Hoy salgo a pescar sin prisa, puedo madrugar mucho o no hacerlo, puedo volver pronto o estar en el río hasta que las fuerzas no den más de sí. He recuperado esa dicha, ese placer, ese misterio y me siento igual que con diecisiete. Cuando me agacho al agua para beber un trago o para mojarme la cabeza y la cara, veo en la penumbra de detrás del brillo de espejo del río los mismo ojos brillantes, el mismo gesto de aquel chaval que pescaba, la misma pasión misteriosa que puedo llenar de palabras, pero nunca acercarme a esa verdad.
Envejecer es eso, dejar de mirarse y verse en el río, dejar de ver esos ojos brillantes, a salvo por ahora, de nuevo, del olvido que seremos.
Sólo otro pescador puede entender.

miércoles

HACE 20


La arrogancia de los 16 y 17 años de la que hablaba el otro día. O de los 20 o los 25 de esta foto. Ganaba a las truchas por agotamiento. Podía estar en la garganta desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde sin parar. Luego, por supuesto, ducha y a la calle, al pub "Luna" a tomar un emparedado de tres pisos y bastantes más cervezas, a la discoteca hasta las tantas a intentar ligar (con esos pelos, poco). Mi amor de entonces aún está por mi corazón, ella lo sabe, yo lo sé. Muchas noches no dormí y empalmaba el baile con el río. A esa edad somos incansables para todo.
Esa noche no había dormido, era el último día de la temporada pero me recorrí la garganta de las Pilas al Lago y pesqué buenas truchas. Mi hermano Fernando sujeta y mira mi botín.
Han pasado veinte años, treinta años. Ya no poso con truchas muertas, ahora vuelven de mis manos al río. Tengo la inmensa suerte de seguir siendo incansable. No lo digo con arrogancia, lo digo con asombro. ¿cuantos años seguiré siendo incansable?. Antes luchaba contra el río, ahora me dejo llevar. No creo que sea más sabio que entonces, ni más prudente, ni mejor pescador. Sigo aprendiendo del agua. Nunca dejas de aprender. Lo que importa es el camino. Ya lo dijo Machado y Kavafis.

lunes

GRACIAS,RACHEL CARSON


(Rachel murió a los 56 años de cáncer antes de ver como su libro cambiaba la legislación y la conciencia pública sobre el tema de los pesticidas y sus terribles consecuencias en cadena trófica.)
Suenan los pájaros, las abejas, el torrente, la brisa entre los árboles en un bosque de rivera. Descansamos a la sombra. Recuerdo entonces a Rachel Carson, para mi una gran científica, una gran persona, una gran señora, una heroína moderna que luchó contra gigantes y venció. Gracias a ella esta primavera de pájaros y vida suena en el mundo. Sin ella tal vez fuera ya una realidad el título de su obra más famosa “primavera silenciosa” Silent spring 1962, en la que denunciaba con datos y argumentos el masivo envenenamiento que la industria de los pesticidas estaba haciendo con el DDT y sus derivados y que acabaría con las aves de gran parte de América y del el mundo en pocos años. La administración americana y la gran industria de los pesticidas quisieron destruirla, vilipendiarla, desprestigiarla (hasta la acusaron de comunista…) pero su lucha, su obra, su libro, su presencia cambió el mundo, venció gran parte de esta amenaza y contribuyó a la conciencia ecológica global. Gracias a Rachel Carson sigue sonando la música de las aves en el mundo. Gracias a ella las aguas ya no están envenenadas y zumban por ahí los abejorros, los saltamontes, los insectos. El DDT y muchos pesticidas ya no se utilizan y su voz se ha multiplicado por millones en el mundo cambiando nuestra forma de tratar a este planeta. La primavera no es silenciosa, alborotan los abejarucos, los rabilargos, los jilgueros, los verderones, el cuco mientras yo descanso bajo este árbol con los pies dentro del agua.
Le cuento a mi hijo el pescador la aventura de esta mujer a la que admiro, quiero, nunca olvido, cada vez que camino junto al agua cristalina, lanzo mi señuelo y me olvido de todo gracias a la música intensa de la naturaleza en Junio.
Gracias Rachel, el mundo es mejor porque existen personas como tú.

martes

MIGUEL


Hace tanto tiempo… años sesenta… La memoria a veces nos engaña, olvida, vacía… entonces una fotografía nos devuelve todo de pronto, con una intensidad y una frescura que conmueve. Nos devuelve todo y mucho más. La memoria también es un río lleno de secretos.
Miguel es un gran pescador. Si, entonces había muchas truchas, menos pescadores, ríos más limpios… pero la fotografía demuestra una tarde excepcional en la presilla de Jaranda, por encima del Matón, en un lugar precioso en el que yo, además, cogí la primera trucha de mi vida. Miguel es un gran pescador, y músico, y pintor, y fotógrafo, alegre, bailarín, elegante, fiestero, padre de cuatro hijos…
Como pescador vivió y disfrutó de ese paraíso de ríos que era España en los sesenta y setenta. De niño me gustaba ir a su casa y leer la gorda enciclopedia de pesca que tenía o las revistas de Trofeo. Siempre le admiré como pescador y como persona.
Guardo de Miguel, Ángel y de mi padre una breve película de Super 8 en la que están pescado junto al arco romano de Talavera la Vieja. En las imágenes son más jóvenes de los que somos ahora sus hijos o sus sobrinos. Ver esas imágenes tan vivas y cercanas también conmueve. El tiempo pasa siempre demasiado rápido.
Le enseñaré esta foto a mi hijo el pescador y le hablaré de mi tío Miguel, de su estilo de lanzar la cucharilla. La elegancia en el lance, como en tantas otras cosas, no nos hace que pesquemos mejor o cojamos más truchas, pero al hombre, desde el principio de los tiempos, le gustó hacer las cosas bellas además de útiles, ese fue el comienzo de la cultura.
Miguel hacía un lance frontal “de pecho”, breve, con una sola mano, moviendo sólo un poco la muñeca en lugar del brazo, mirando el lugar donde caería el señuelo. Una forma de lanzar en apariencia fácil, muy elegante y efectiva, pero en realidad muy difícil de hacer con precisión con las cañas y los carretes pesados de entonces.
Le digo a mi hijo el pescador que hay que ser elegante en la vida, en el río. Elegante ahora devolviendo las truchas, lanzando, sintiendo el tiempo despacio y los secretos felices de la memoria.

lunes

RECECHO




Tal vez exista otro lugar, ciudades, un mundo que va deprisa, las etiquetas, los ruidos, los titulares, las promesas... Mientras tanto camino hoy por la primavera amable de las tormentas. Piso la arena del Tiétar despacio, con la caña de diez pies, línea cuatro y una ninfilla del catorce que he montado hace un rato. Rececho barbos y carpas. Soledad absoluta, corriente fuerte, barbos asustadizos que vuelan bajo el agua a la mínima sombra.
Caminar, recechar, adivinar el pez y lanzar con delicadeza el engaño. Tal vez exista otro lugar, dicen que lejos de aquí hicieron ciudades, carreteras, proyectos, progresos. Luchar con un pez, correr por la orilla para ganar línea, sentir que tantas veces ganan ellos y algunas yo. Ver luego, cuando los suelto agotados, como desaparecen con furia en un segundo.
No está conmigo mi hijo el pescador. Le hubiera gustado este instante largo de tantas horas. El sonido del carrete soltando línea tras la picada. Sentir su fuerza, las ganas con las que se lanzan a por la ninfa cuando la descubren reptando por el fondo, la tormenta de hoy aún lejos. He podido tocar hoy varios barbos, caminar río arriba, sentir que otro mundo es posible, también aquí. Los peces llevan millones de años sobre la tierra. ¿Cuánto nosotros?.


martes

MANCHAS

Me gustan las manchas rojas, anaranjadas, de estas truchas de montaña, pequeñas, peleonas, listas. La garganta tiene una belleza sobrecogedora. He pescado toda la vida en ella y no puedo olvidar que es de verdad un paraíso.
La trucha la pescó Ruth, la tía de mi hijo el pescador. La única pescadora a mosca que conozco.

domingo

PRIMAVERA

Pescar a cien metros de casa, de siete a diez, en la soledad limpia del torrente. Al volver mi hijo el pescador aún duerme, sueña con grandes truchas, con salmones, con Laponia. Al volver, siento que estas horas fueron también un sueño. Las truchas libres, allí abajo, en la penumbra fría, salvaje y perfecta de agua.
O la belleza.

lunes

TESORO


Cambio de ritmo. Saco de la vitrina la caña de bambú refundido, el carrete sencillo, la línea de seda paralela y ato dos moscas hechas por mi. Hace un rato ha descargado una tormenta grande, llena, hermosa, pero ahora sale el sol. La garganta no te deja oír otra cosa, el rugido del agua se te mete dentro, ensordece, relaja, te limpia. Las truchas se suceden y luchar con esta cañita de menos de ocho pies es un placer, también la seda que no salpica, que se posa y se levanta con la magia de lo bien pensado hace ya muchos años.
Le he dicho a mi hijo el pescador que esta caña es suya (además si la tengo yo es por él) Pescará con ella cuando yo ya no esté y mi parte de polvo de estrellas descanse por aquí, cerca del agua. Pero también, espero que la use muchos años antes. Le veré lanzar la seda y pescar estas truchas con sus moscas y ninfas. Y seré feliz.
Podría guardar la caña como objeto precioso, conservarla sin uso, pero siento que los tesoros solo son tales si se usan, si nos dan momentos de placer y de felicidad en el presente. Cuido estos pocos objetos para que estén en uso, para que no olviden que sólo viven cuando van al río y están en las manos de un pescador.

MAYO



Nubarrones de tormenta, helechos gigantes, libélulas mágicas, una higuera de brevas salvaje junto al molino en ruinas, el sonido del agua fría, los patos salvajes, los barbos remontando la corriente, el tiempo fluyendo lento y borrando de mi memoria cualquier dolor o derrota. Pescar. No picaron las truchas. No importó demasiado. Belleza o felicidad son palabras extrañas que acostumbramos a escuchar pegadas a cosas que se venden y se anuncian por la televisión. Sin embargo viven en otro lado, duermen y despiertan junto a un río y me llegan de pronto, tras madrugar y caminar mucho tiempo junto a mi hijo el pescador. Pescar junto a Iker y Guillermo, estar en la garganta a primeros de mayo. No hay para mi otro paraíso real mejor.

martes

DE NUEVO SOMBRA


Luché con Sombra el viernes. No se dejaba acercar a la orilla. Olvidé la sacadera y al intentar sacarla a mano se soltó. Las truchas grandes son como una aparición, algo mágico. Su forma de luchar es muy distinta.

Luego crucé por la chorrera bronca de abajo, el agua estaba tomada y no veía el suelo. Utilicé el tacto, el instinto, crucé despacio y seguro, fiándome de la inteligencia de mis piernas y de mi equilibrio, no miraba el agua, sólo el horizonte. Hacía mucho tiempo que no cruzaba por un sitio tan difícil. Si tropiezo adiós. Seguiré tentando paciente a Sombra. Ya no tengo prisa. Se lo cuento a mi hijo el pescador. Me hubiera gustado tanto que la hubiera visto luchar.

lunes

EL RIO DE LA VIDA

Le cuento a mi hijo el pescador que "el río de la vida" es profundo, oscuro, transparente, grande, solitario, difícil. En él habita "Sombra" la trucha sabia y grande que persiguió mi abuelo y ahora persigo yo. Desde las Tres Juntas hasta el Puente Viejo. Son muchos kilómetros y muy duros pero a mi hijo el pescador le gusta ese paseo. Un día, estoy seguro, escribirá sobre estos días de sol, de lluvia, de ríos.

Hace poco le leí una página de Norman Maclean:

- A ti te gusta contar historias verídicas, ¿verdad?- dijo.

- Sí, me gusta contar historias que sean ciertas.

Entonces me preguntó:

- Algún día, cuando termines tus historias verídicas, ¿por qué no te inventas una, incluidos los personajes? Sólo entonces comprenderás lo que pasó y el porqué. Los que se nos escapan son siempre aquellos con quienes vivimos, a los que queremos y a quienes deberíamos conocer.

jueves

AGUA O SANGRE


El tiempo se escapa como sangre en la ciudad, pero en el río el tiempo nos acaricia.
Aborrezco cualquier tipo de bucolismo. Soy menos hombre junto al agua y más animal. Desnudo de retórica, pescar es pensar con nuestra mitad de agua. Amar con nuestra mitad de agua. Por eso el mar y los ríos eran siempre la vida en las palabras de los poetas. Por eso el mar y los ríos limpios son la vida en el silencio de los pescadores.

El hijo pescador, lejos. Por eso escribo.

lunes

PESCAR SÓLO


Si algo me gusta es pescar sólo, explorar nuevos ríos o visitar los conocidos a los que no veía desde hace un año. Estuve en Pedro Chate por la mañana, en Jaranda por la tarde y en el Ibor el día siguiente. Pedro Chate llena de mierda, ¿para cuando la depuradora? Los pescadores cuidamos los ríos, dejamos vivas y libres las truchas pero alguien sigue echando mierda al agua impunemente. Jaranda preciosa, limpia, cristalina, se puede beber del agua y esta llena de truchas autóctonas furiosas y bellas. El ibor lleno de millones de alburnos que suben a frezar y de grandes barbos. Luchar con la caña de mosca del 4# con un barbo de tres kilos es un placer. Alburnos y barbos entraban a mis ninfillas del 14, de cabeza naranja y pelo de liebre

Pero algo ha cambiado este año. Eché mucho de menos a mi hijo el pescador.


miércoles

MIGUEL

Sólo veo en la foto al pescador de truchas, feliz por el cansancio, casi el agotamiento. Feliz aunque sólo muestre una hermosa trucha y no una cesta llena.

Hoy las truchas son un bien precioso que devolvemos al agua con mimo, pero antes, en los míticos tiempos de la abundancia, para un pescador gourmet una trucha salvaje era un plato exquisito. Ahora ya podemos comprar (y son baratas) truchas para comer de piscifactoría, pero engordadas con piensos ecológicos, y criadas con mimo, sin ese sabor a pienso de gallina que tienen otras.

Sólo veo en la foto al pescador feliz y cansado al que le gusta la dificultad y el esfuerzo de pescar una trucha. El que se deja la piel en los ríos y en el monte porque sólo lo difícil, agotador y salvaje puede alimentar la pasión de un verdadero pescador.

La contaminación urbana e industrial, las minicentrales eléctricas, el poco cuidado hacia el paisaje de las riberas, los pantanos y presas, el uso del agua hasta secar los cauces, el uso de pesticidas y abonos que acaban envenenando el agua, los pescadores tramposos o furtivos (ya casi inexistentes), el desprecio cultural a los ríos considerados canales de agua para usar y no valiosos espacios de vida salvaje… han hecho de las truchas y de los ríos trucheros limpios y salvajes algo raro en España.

Sólo veo en la foto al Miguel pescador de “mis amigas las truchas”. Tengo la primera edición de esa pequeña obra “menor” y hace unas semanas compré una nueva edición publicada hace poco por Destino. Sólo siento que no escribiera más sobre nuestras “amigas”.

Este Miguel feliz, esa sonrisa, sólo puede entenderla otro pescador que ya pasó de los cuarenta. El libro que compré, la nueva edición, era para mi hijo el pescador.

martes

MADRUGAR


Hay pescadores de mañana o de atardecer. Nosotros, mis hermanos y yo, siempre fuimos pescadores de mañana, cuando ni siquiera se adivina en el horizonte que saldrá el sol. Más de una vez y más de dos nos ha tocado esperar el amanecer a pie de garganta y luego otras tantas veces nos ha sorprendido la noche por la senda de vuelta. Nos gusta el lance y también la pesca a mosca. El lance de mañana, la mosca al atardecer.

Recuerdo cuando tenía menos de dieciocho años y, sin carnet de conducir, me levantaba a las cinco de la mañana para llegar el primero a “las Pilas de Collado”. Me tocaba caminar de noche unos cuantos kilómetros con las botas altas puestas y la caña preparada, hasta con el señuelo atado, sin miedo a los perros ladradores ni a los espectros y fantasmas que se adivinaban en la oscuridad cerrada del campo.

Llegaba a la garganta siempre antes que Sinesio, el ferretero que me vendía las cucharillas y los sedales en el pueblo y que apreciaba como yo esa parte de Pedro Chate llena de truchas grandes y charcos hondos. Pero a veces él llegaba en su coche cuando yo enfilaba la última curva que me baja al agua. Corría entonces desesperado los últimos metros, cruzaba el agua medio a oscuras y pescaba deprisa y sin dejar huella los primeros cien metros hasta tener la certeza de que no me vería tapado por los sauces, los robles, las altas cicutas y conservar así mi ventaja.

Seguía pescando hasta el Lago de Jaraíz y luego, ya por la tarde, de vuelta al pueblo, de nuevo a pie tras el día entero de pesca.

Sigo madrugando, no puedo evitarlo. Levantarme a las nueve para ir a pescar me parece una terrible herejía. A mi hijo el pescador tampoco le cuesta madrugar y sé lo difícil que es para un niño levantarse a las seis un sábado o un domingo.

Pescar esos primeros momentos del amanecer es un placer especial. A veces siento que tengo menos de dieciocho años y miro para atrás, por si aparece el pobre Sinesio y me dice que espere, que ahora le toca a él pescar el primero, por una vez en tantos años.

lunes

ALMA

(Ilustración de James Yale)

No creo en nada trascendente, mágico o divino. Soy ateo, positivista, científico. Sin embargo el agua, los ríos, el bosque misterioso de las riberas, las piedras de granito de las gargantas redondeadas por miles de años, las propias truchas, la hermana nutria que me saluda tantos días de pesca… son para mi divinidades. Tal vez sea a pesar de todo animista. Está bien sentir que todo esto tiene alma, que los ríos tienen alma y hasta ondinas protectoras.

ADOLESCENCIA

Mi hijo el pescador me pregunta si él va a tener que pasar la adolescencia, si será un chico torpe, hipersensible, criticón, voluble… Supongo que si -le digo- las hormonas se revolucionan, el cuerpo se vuelve loco y comienzas a cambiar, crecer, desarrollarte, ya sabes. Pero estarás preparado, porque ya lo has visto en tu hermano, no te pillará por sorpresa.

En la adolescencia nace, crece, se consolida gran parte de nuestra forma de ser y estar en el mundo como pescadores. Yo no podía soportar estar sentado en una silla en la orilla de un pantano esperando a sentir picar las tencas en la punta de mi caña. Mi tío Miguel nos llevaba a pescar tencas, pero lo mío era escaparme a la garganta con una caña larga de bambú a tentar a las bogas y a los barbos en la corriente, nuestra pasión era la del trotarrios tras las difíciles truchas.

Un adolescente que aguanta siete horas de pupitre en el instituto es un héroe forzoso. Uno que aguanta tres o cuatro horas pescando sentado carpas o tencas es un tipo raro que será sin duda, en el futuro, un buen oficinista con la paciencia del santo Job para con sus empleados o sus jefes. No era mi caso.

Así era yo -le digo- más o menos con tu edad, mi tío Miguel se empeñó en la foto. A mi la tenca me pareció un pez triste, aburrido y algo tonto que se empeñaba en vivir entre el fango en lugar de hacerlo en un torrente de agua cristalina. No parece que presuma demasiado de captura. Yo descubrí que para mi pescar era estar siempre en marcha, ribera arriba, en pie, en el agua, buscar el pez y no esperar a que el pez me buscase a mí. Le digo: No tengo paciencia. Eso ya lo descubrí entonces. Tal vez por eso nunca sea demasiado buen pescador.

Mi hijo el pescador tarda un poco en responder. Creo que yo tampoco tengo mucha paciencia.

BLANCO


Subimos por una de las zonas más bellas de nuestra garganta, desde las Dos Juntas hasta el Puente Jaranda. Un lugar salvaje, solitario, difícil, de charcos preciosos y trucha autóctona.
Tal vez un lugar demasiado duro para mi hijo el pescador. Acabamos agotados pero el campo estaba hermoso. Blanco de flores de retama, de flores de espimo, de cerezos en flor, de agua transparente. Mi hijo el pescador dice "yo aquí no vuelvo". Ha perdido muchos señuelos y no le ha picado ninguna. Pero el sabe que volverá, que estas truchas no se dejan engañar por cualquiera, que pescar conmigo es duro y difícil siempre.

El remate fue caminar luego cuesta arriba por la calzada romana hasta donde estaba el coche.

Agotarse, no esperar nunca el premio, disfrutar de cada instante incluso del cansancio. A veces llegamos al límite de nuestras fuerzas... o no tanto. Después de comer hubo más pesca y el domingo snowboard en La Covatilla, la nieve perfecta, sin gente, mano a mano él y yo, entre la niebla y la ventisca.
Quién quiera vida sedentaria que se busque otro sitio. Otra vida.



viernes

INVENTAR


(Acuarela de Sue Melus)

Invento con mi hijo pescador una pequeña cucharilla ondulante. Igual que inventar moscas o ninfas, pescar tiene esa parte de imaginar y buscar la piedra filosofal en forma de señuelo, de lenta artesanía, de juego científico. Cabeza de tunsgeno naranja, cuerpo de fina lámina metalizada haciendo olas, pintas negras y rojas de rotulador indeleble, anzuelo curvo de ninfa. Lanzo el pececillo con una línea flotante del 6 especial para ninfa.

Dicen del fuego, la lanza, la cerámica, las pinturas rupestres... pero el primer hombre que inventó un anzuelo fue muy sabio... Luego la ciencia ha descubierto que la dieta de pescado nos hizo más inteligentes. Inventar un anzuelo implica ser artista, biólogo, ingeniero, pescador... un tipo listo aquel abuelo Cromañón.

lunes

HERMANA


La cultura nos hizo humanos, no la naturaleza. Siento que vale más la voluntad que la genética, la actitud que la aptitud. Tal vez estén escritos en nuestros genes las palabras, pero no las frases de la vida. Siento que casi todo se aprende y nada se sabe porque sí o porque esté escrito en algún código químico de ADN.
Sin embargo los cinco hermanos somos pescadores de truchas y ninguno hemos perdido la pasión por los ríos después de tantos años. La última en llegar ha sido mi hermana Marian.
La nuestra ha sido una familia de pescadores: mi abuelo Fernando, mis tíos Angel, Miguel, Fernando, mi padre… y luego nosotros. No conozco muchas familias de cinco hermanos en la que los cinco sean pescadores de truchas, debía decir apasionados pescadores de truchas desde la infancia.
Mi hermana se puso los guantes porque hacía frío al amanecer. La dejé en el charco largo “Del Motor” y yo me bajé al “Hondo” vadeando la chorrera de abajo, tenía ganas de probar fortuna en donde saqué una vez una trucha gigante. Pescar truchas allí abajo es duro y mi hermana superó la prueba. Mi hijo el pescador nos mira perplejo cuando nos reunimos todos para el taco cerca ya del “Molino de las Siete Piedras”. ¿Genética o Cultura?, no lo sé. Importa poco. Si hubiéramos nacido iroqueses una trucha sería el totem de nuestra tribu.

NUTRIAS

Día de lluvia fina, de lluvia gruesa, de lluvia entre rayos de sol. Me gusta caminar sin descorrer las cortinas de la lluvia. Sentir el sonido de miles de gotas sobre el río, mi cabeza, mis manos. Los días de más paz son los días de pescar con lluvia. Ayer no había nadie, sólo las nutrias y las garzas y la lluvia.

Los pescadores, como seres acuáticos, amamos la lluvia. Además entre el impermeable y en vadeador es difícil mojarse aunque caiga el diluvio o estemos con el agua hasta la cintura. La garganta estaba crecida pero era pescable. Al final de la mañana me encontré con Fernando para el taco. Nos salió una nutria joven a cinco metros. Él sorprendió a una grande más abajo enroscada en la orilla y por poco la pisa. Los dos se sorprendieron. Para las aves ya era rabiosa primavera con lluvia o sin lluvia y sus cantos de celo se mezclaban con los “chop” de las gotas en los árboles, las piedras, el agua y se unían al rugido del torrente. El mundo natural en plenitud. Compartir el río con la nutrias me hace entender el porqué de algún secreto de la vida.

Subimos hasta las Tres Juntas sólo por el placer de contemplar el lugar. Tenía muchas ganas de seguir por Jaranda y pescar todo el día pero había que volver. Mi hijos se habían quedado en casa durmiendo a pierna suelta. Cuando yo regresaba del río ellos se levantaban.

Hubiera seguido garganta arriba con la seguridad de que no habría nadie en kilómetros y el placer de la lluvia alimentando la tierra.

viernes

SOMBRA



(Pintura de Mike Salven)

Debajo del gran sauce roto descubrí por primera vez la sombra. Imaginé que era un pedazo de madera hundida así que lancé el cebo sin demasiados miramientos en la profunda poza que se abría bajo las raíces descubiertas del tocón. Miré de nuevo hacia aquel lugar por fijar la vista en un punto cercano y oscuro donde el sol del atardecer no me deslumbrase, entonces me di cuenta.
El pescador ve cosas que nadie ve, imagina el origen del agua, admira la belleza de una oruga suspendida de su seda, la divinidad cierta de una araña caminando sobre las aguas, la sospecha que detrás de una piedra, esa piedra y no otra, está el pez cazando.
Di un par de golpes de remo y me acerqué a las ruinas del sauce. En medio segundo la retorcida y fantasiosa mente de un pescador puede imaginar el pez más enorme, el monstruo, un animal mítico, vivir el privilegio único de engañar a un sabio del río y en el otro medio segundo la mente objetiva y científica del pescador desmonta la falacia y acumula argumentos para demostrar que la luz de la tarde, el agua turbia y los limos coloreados del fondo convierten el pez soñado en un espejismo, una mentira, una sombra. Pero la sombra ya no estaba.
Cerré y abrí los párpados varias veces para borrar el círculo rojo que nos produce en los ojos el sol multiplicado en la superficie del río, volví a mirar el lugar donde estaba sumergida la lombriz y descubrí la sombra justo encima. Pegué un cachete con todas mis fuerzas y vi el pequeño remolino que había hecho el pez al huir antes de caerme hacia atrás con el sedal hecho un revoltijo.
La mente del pescador a veces es una enciclopedia minuciosa de especies piscícolas, ¿una trucha descomunal?, un lucio grande?, el abuelo de todos los barbos?, ¿un siluro?. Me incorporé con rabia pensando que fuera lo que fuese ya estaría lejos de allí, pero al mirar de nuevo a las raíces del sauce vi a la sombra inmóvil e imagine que me miraba retándome, burlándose, despreciando a un rival que nunca podría humillarla.
La conducta del pescador es a veces tan imprevisible como el vuelo de una libélula o las palabras de un demente. Sin acabar de entender mi comportamiento me senté junto a la proa y saqué del tubo la caña de mosca para pescar bass y armé el bajo con un moscón con la apariencia de un caballito del diablo rojo como la sangre. Yo soy un pésimo pescador de mosca pero en aquel lance el látigo hizo una parábola hermosa y lenta y la mosca se posó delicadamente justo encima de la sombra. En esa décima de segundo que separa el leve movimiento del puntero de la respuesta al final del sedal pasó por mi cabeza la más acertada de las preguntas: ¿pero que demonios hago pescando a un monstruo con unas cuantas plumas de colores?, en ese momento un estrépito formidable surgió debajo de la mosca, la caña casi se me escapa de la manos y en el momento de empuñarla con fuerza sentí el chasquido inconfundible del sedal al partirse. Sobre la superficie del agua, unos metros más abajo flotaba la libélula de plumas.

No volví a ver la sombra en muchos días aunque me pasé muchas horas haciendo volar libélulas de todos los colores sobre los rincones oscuros del río. A veces la voluntad del pescador es constante hasta la desesperación y paciente hasta la nausea. Me olvidaba durante semanas de la Sombra y me alejaba del río hacia otros ríos y gargantas pero algunos viernes me asaltaba su recuerdo como una pesadilla recurrente y volvía al río, a la esquina del sauce hundido, a escudriñar todos los rincones sospechosos y hacer volar la misma y única libélula roja que tentó por primera vez a la Sombra. En ocasiones cogí grandes peces, casi siempre barbos enormes que atacaban el señuelo con brutalidad e intentaban escapar con la fuerza de sus corpachones duros y ahusados pero los desprecié a todos y apenas llegaban agotados y vencidos al salabre a veces tras una lucha difícil de muchos minutos, los dejaba libres como si fueran pequeños cachuelos que no daban la talla.
El pescador a veces roza la locura, puede tener una vida normal, un trabajo normal, una familia normal pero su tiempo libre y sus pensamientos son de los ríos, del agua, del confuso instinto que le impulsa a madrugar, soportar fríos como aguijones, días sin picadas, sueños al filo de la pesadilla, escudriñar el tiempo y la luna, elaborar tretas, trampas, señuelos, tácticas minuciosas para lograr engañar a unos animales que nadan y son sabios en su mundo líquido de penumbra.
Un año, en un atardecer muy similar al de aquel día, descubrí de nuevo a Sombra, se mecía sobre la suave corriente que atravesaba un banco de arena. Su perfil monstruoso y oscuro se delimitaba bien en el contraste claro de la arena, hasta podía adivinar que sus ojos me miraban aunque nos separaban varios metros de agua. Esta vez no llevaba la caña de mosca pero lancé un pequeño señuelo en forma de cangrejo con toda la delicadeza de mi alma. Cuesta decir lo que sucedió después. La Sombra arremetió con furia y el hilo, esta vez un sedal trenzado de gran resistencia, sonó como un tiro al romperse.
Ya no hubo otro río que aquel ni otra idea que atrapar a Sombra entre mis manos. Atardecer tras atardecer después del trabajo me dejaba llevar río abajo oscultando el fondo del río, dragando todos los rincones de las orillas con mis libélulas de plumas rojas, viviendo la ansiedad de un nuevo encuentro que nunca volvió a producirse.
Ya soy viejo y mi fama de gran pescador ha atravesado las fronteras de mi país gracias a mis libros sobre el arte de pescar grandes peces pero yo sé que solo soy un pescador mediocre y que los años o la experiencia no nos dan la sabiduría necesaria para conocer los simples secretos de un solo río.
Ayer, ordenando el desván de la casona donde ahora vivo y que antes fue de mi padre y antes del suyo, encontré un viejo diario de pesca que supuse de mi abuelo. A parte de su valor sentimental no había nada en él de gran interés. Intercaladas entre la mayoría de las páginas en blanco estaban anotados los ríos visitados, el tiempo, las capturas, las fases de la luna, quién le acompañaba, horarios de trenes… Solo lo escrito en la última página me dejó paralizado, con la tinta pálida pero todavía legible había una sola frase:
"Hoy he vuelto a luchar contra la Sombra".
El tiempo para el pescador no existe aunque su cuerpo se rinda antes, el tiempo para un pescador verdadero es un caballito del diablo que flota sobre el atardecer y no se posa nunca, un caballito de color rojo como la sangre de los peces y de los hombres.

martes

PENSAR

(Pintura de Gibby Rowan)

Nuestro cerebro no para de recordar, procesar, planificar, imaginar, anticiparse, viajar por el espacio-tiempo con sus angustias y esperanzas.

Sin embargo en el río el cerebro se ocupa de otra cosa, de no tropezar, de mantener el precario equilibrio en el lance, de contemplar el paisaje, de medir la fuerza y la coordinación para que el señuelo o la mosca vaya donde deseamos, de pensar como una trucha, de sentir como un poeta. Ya no somos el oficio que nos ata al mundo ni ningún otro disfraz, somos sólo un pescador en un río cristalino y bronco dentro de la soledad tranquila del día.

Dice mi hijo el pescador: cuando pesco no pienso en nada.

No sé si se detiene el tiempo. Es posible que en el río hayamos descubierto un pliegue del tiempo en el que nos sentimos a salvo de ese otro tiempo lineal, rutinario y agobiante que nos empuja a la prisa, los logros, la productividad y todo eso que dicen importante.

Yo cuando pesco si pienso. Pienso como un pescador.

lunes

ARRIESGAR

Antes, un primer día de apertura de la veda sin haber cogido unas cuantas truchas no era un día feliz. Ayer sólo me picó una buena trucha y se escapó.

Mi hijo el pescador se sentía feliz, se le notaba feliz, ponía su corazón en cada paso y cada lance aunque no le hubiera picado ni una. Yo he tardado más de cuarenta años en sentirme como él junto al río, con truchas o sin truchas, feliz y afortunado por el hecho de estar ahí, metido en el agua, sintiendo su frialdad, la corriente fuerte, la primavera despertándose, nada más.

La felicidad, su secreto, no está para el pescador en los peces sino en el río, en su corriente, en las piedras suaves y pulidas por miles de inviernos. Mi hijo el pescador me lo descubre sin decirlo. Los torpes como yo, hay cosas que tardamos mucho tiempo en descubrir y en aprender. Me he levantado antes del amanecer cuarenta años para ver salir el sol junto al agua y lanzar mi señuelo lejos, en lo más profundo, en lo más oscuro, en el lugar misterioso donde acechan las truchas más grandes y los días más intensos.

Mi hijo el pescador dice que ha perdido tres señuelos. Mi hermano Ángel le responde: Y muchos más que perderás, hay que arriesgar siempre si quieres ser un buen pescador. Mejor perder señuelos en el río que tenerlos en una caja en casa, inútiles.

Arriesgar, derrochar los días, sentir que mi hijo el pescador ya sabe más que yo.