viernes

LA TRUCHA Y LA COMUNA


1871, Wilhelm, el padre de Isak Dinesen estuvo en esos días por París. Fue tratado con cortesía y pudo ver cómo la “república universal” podía ser un hecho. Luego Karen convertirá en heroina huida a una cocinera del “Café Anglais” en su cuento “el festín de Babette”. ¿20.000, 50.000 muertos por los bombardeos y represión posterior? La Comuna de París, y sobre todo los hechos sociales únicos que allí se inauguraron, asombraron a Marx, hicieron temblar a la burguesía republicana y sobre todo a los tipos que estaban inventando y construyendo todos esos nacionalismos incipientes que hoy nos encierran y apestan. 

La Comuna sería luego mal historiografiada, vilipendiada, fabulada y utilizada a su interés por los apologetas del socialismo real o por los más rancios conservadores. Pero de toda aquella palabrería podemos rescatar tres hechos cristalinos y hermosos: la quema de la guillotina en la plaza de Voltaire para simbolizar que no debía de haber jamás conexión entre revolución y cadalso. La destrucción de la columna de Vendône construida para glorificar el imperialismo napoleónico y que fue derribada para condenar la guerra entre los pueblos y para demostrar la fraternidad internacional. Y la creación de la “Unión de Mujeres para la Defensa de París” que comenzó a reorganizar el trabajo femenino y a luchar por el fin de la desigualdad económica basada en el género.

Gustave Coubert participó en la Comuna de París “soy partidario del socialismo y de todas sus sectas” (Recuerdo haber leído que antes, en pleno Segundo Imperio, Napoleón III el puritano, se había liado a bastonazos con su obra “Las bañistas” porque en ella se ve el grandioso culo de una campesina desnuda poco “charmant”, pero es un culo real, verdadero, precioso alejado de toda idealización femenina)

Courbet es delegado por el sexto distrito de Paris al Consejo de la Comuna y artífice de la Federación de Artistas. ¿Su grito de guerra? “¡Hay que encanallar al arte!” Tras el asalto del ejército es detenido en junio de 1871. Va a la cárcel, es torturado, se libra por los pelos de ser fusilado. ¿Y tras salir de la cárcel de qué se acuerda? ¿Qué pinta? Vuelve la mirada a su pueblo Ornans y al río de su infancia, el Loue. Y pinta “La trucha”. Luego se va al exilio, a la miseria. Muere el 31 de diciembre de 1877 en la Tour-de-Peilz. Pocos días después los cuadros de su taller y sus herramientas de pintor se venden en subasta pública.

Todos los pescadores de cierta edad tenemos guardadas algunas “naturalezas muertas”, bodegones fotográficos que entonces nos parecieron bellos y al poco mostraban su estampa sosa, opaca y triste. Me gusta mucho Courbet, tanto el realismo exuberante de sus desnudos (imposible olvidar “el origen del mundo”) como esta simple trucha, aunque esté muerta, recién pescada. Ha pintado aquí hasta el hilo para que no confundamos su trucha con otros peces cogidos con red u otras artes. El cuadro está en París en un lugar importante del museo D´Orsay.

sábado

AUTORRETRATO


Me conmueve este paisaje. No me canso de mirarlo. Me recuerda al viejo Humboldt. Menudas vistas. Cuentan casi todo lo que valoramos de la tierra. Además es un cuadro grande, de casi metro y medio por dos, que permite a su autor precisar los detalles con espacio suficiente. Nada que ver con esos micropaisajes del XVII y XVIII, que seguro que los pintores se quedaban ciegos dando pinceladillas. Thomas Cole nació inglés pero se convirtió en artista en los Estados Unidos gracias al comerciante y mecenas Luman Reed, que le pagó un largo viaje por Europa. Allí se bebió las obras de Constable y a Turner. Luego se pasó casi un año vagueando por Italia con el caballete y la caja de colores a cuestas pintando ruinas y paisajes. Con mecesas así, da gusto.

El cuadro está en el Metropolitan Museum de Nueva York y creo que hice la visita para ver sólo esta pintura. Se titula: "Vista del Monte Holyoke, Northampton, Massachusetts, tras una tempestad" o también “The Oxbow”. Pero en realidad es un autorretrato de propio Thomas. Se le ve feliz, optimista, tranquilo. Saborea el placer de mirar el perezoso meandro del Río Connecticut. A Cole le gusta disfrutar del sol, la lluvia, hasta de la subida a caballo que ha hecho al monte Holyoke cargado con la sombrilla, comida, abrigo y todos los achiperres de pintar. A un lado se puede contemplar la sierra salvaje y sin civilizar, una selva fría en la que además está cayendo ahora la tormenta. Al fondo, ocupando todo el horizonte, campos de cultivo fértiles, la gran América agrícola, la tierra de promisión, la Arcadia fértil y libre con la que soñarán los europeos durante generaciones. Naturaleza y civilización conviven en armonía. El río baja brillante y limpio. 

En Europa la revolución industrial quemará la vida de tres generaciones. Las chimeneas de las fábricas y los desechos líquidos comenzarán a envenenar el aire y el agua. Pero aquí no se ve nada de eso. Me quedo con Thomas, medio escondido entre los arbustos, con su sombrero puesto, “mirando a cámara”, trabajando en lo suyo con absoluta libertad. Cuando salí del museo hacía mucho frío. Aún humeaba el gigantesco boquete donde estaban las Torres Gemelas como un apocalíptico Dust Bowl. En las reservas indias había casinos y el sueño de América se había reducido a aquel "El hombre del salto” del que luego escribió Don Delillo.

domingo

RÍO DE MESETA

Entre el Valle de los Aviones y el Risco Amarillo había un pozo. Agua en todo lo alto, encima de un risco de granito desgastado ¿Quién haría el agujero allí? es un lugar muy raro. Más arriba hay un poblado paleolítico bien escondido entre el monte a salvo de los expoliadores.
Desde el Pozo Airón se veía el gran río en toda su belleza. Más abajo estaba el Salto del Macho y el Cerro la Lobera. Imagino que desde allí se oía el runrún o el rugido de los rápidos según las estaciones. En el agujero había agua limpia y fresca, aunque se necesitaba cordel y cubilete para llegar al fondo. Todo se civilizó por aquí pero todo era aún salvaje. Se abandonó, se fueron o les echaron. El matorral, las carrascas. el tejón, el elanio, el torvisco, la garduña, la digital, las nemópteras sustituyeron al pastor y al barquero, al molinero y al hortelano. Prefirieron los pueblos recogidos y seguros. 

Ese día llevé veinte metros de cordel y un vaso. Subí agua de la penumbra y bebí. Era dos de mayo y hacía bastante calor ¿Cuantos años habían pasado desde que antes otro saboreó ese agua tan fresca? De bajada cogí bastantes espárragos y luego tenté a un gran barbo que subía por la desembocadura, encelado ya. Grande, comizo, nervioso, que en dos segundos nadó hacia el escarabajo e hizo sonar el sedal roto como un tiro, a medias silenciado por el agua. Luego han hecho un carril casi cerca. Hay vacas y van sus cuidadores. A veces otros pescadores de cebo se ponen en el estrechamiento. Pero nadie sube hasta lo alto para descubrir el pozo y otear como antes las zonas planas del Este por donde estaban los largos arenales y el paso somero y fácil cuando el río iba bajo en verano.

Me he acordado hoy de esas exploraciones veinteañeras. Bajaba en paralelo por el pequeño río hasta llegar al grande, adivinando y perdiendo a veces el paso entre los riscos. No había senda. Me asombraba la cantidad de grandes lagartos ocelados que se calentaban sobre los canchales, los corcetes molestos por mis ruidos, las perdices cruzando de ladera a ladera y los miles de escarabajos negros y rojos comiendo polen encima de las flores que luego te subían por la camisa. Tambien he recordado esa primera certeza de estar de paso, ser un bicho más, frágil como todo. O más. Esa certeza desconcierta al principio, no es fácil, borra genealogías de dioses y de héroes, desmonta artilugios filosóficos, puñados de arrogancia y trascendencia. Pero también nos limpia los ojos para ver lejos y entender de dónde es la belleza.
Fui por allí muchas veces con la engañosa seguridad de creer que podía volver a pisar ese lugar a mi antojo, de que al año siguiente volvería beber y a vencer al barbo o a intentarlo.
Tengo que volver, me digo ahora, dudando ya de casi todo. Tengo que volver, vuelvo a escribir, porque si no quieres volver es que has dejado de ser pescador.