martes

GRIPE



Derrotado con una gripe inesperada, el pescador tiene que ver la nieve tras el cristal y conformarse con la relectura de “el perfecto pescador de caña”, con prólogo de Unamuno y traducción de García Piris que hace más de quince años publicó en una bonita edición la Veleta. Los ratos que la fiebre se olvida, enterrado en el edredón, como alejado de la realidad de ahí fuera, el pescador se asoma a esas páginas antiguas y se deja llevar lejos. Y en la modorra de la fiebre recuerda los frescos de una casa romana del siglo II d.C. expuestos en un museo de Roma que contempló hace unos pocos días. En el pequeño dibujo decorativo, dos pescadores están atentos a su sedal, cada cual en su estilo, el uno sedentario, el otro a pie. El pintor ha sabido comunicar la intensidad de su pasión, nada les distrae, no hacen otra cosa, todo su cuerpo está a la escucha, atento a lo que pasa ahí debajo, en lo profundo del río.

Han pasado muchos siglos. La casa romana, el río, los dos pescadores ya no existen, pero algo queda de todo aquello muy vivo en la mirada del pescador griposo que aguanta la fiebre en el duermevela forzoso de estos días. Algo hay de esos pescadores en nosotros. Han pasado muchos años y sin embargo somos los mismos al estar junto al agua con una caña en las manos