Imagina el
privilegio. Elegir un pequeño tramo de río, un tramo bien pequeño, cerca de él
un lugar cómodo desde el que mirar, una piedra grande con sus líquenes y su
musgo por ejemplo. Después, durante un año, observar lo que ocurre allí día
tras día, en el agua y fuera de ella, con ojos de naturalista inquieto del siglo XIX,
de poeta vagabundo del XX, de ecobiólogo del XXI. Imagina el privilegio de
saber luego pasar a palabras escritas lo que has visto, lo que sabes, lo que
has sentido allí, sin moverte de ese lugar pequeño y, en apariencia, tan
limitado.
Hay quienes
piensan que para saber de ecología hay que hacer intrépidos viajes al Amazonas
o a los últimos bosques boreales, estudiar los arrecifes de coral australiano,
las selvas donde se esconden los últimos gorilas de montaña o los manantiales
ácidos donde resisten las bacterias más raras y antiguas del mundo. Pero David
George Haskell nos demuestra que no es así con una claridad, amenidad, belleza
y precisión que se encuentra en bien pocos autores científicos.
Él apenas
escoge unos palmos de bosque, un cuadrado de un metro por un metro, su mándala,
y observa durante un año lo que ocurre allí mismo y en sus alrededores. Su inclasificable ensayo fue finalista
del Pulitzer en el año 2012, el libro “en un metro de bosque” (Turner Noema
2014) debería estar en el menú de todos los estudiantes de biología, pero
también en el de cualquier pescador curioso que no sólo se acerca a los ríos
para lanzar su seda y tocar peces.
Hay libros que
uno admira y de los que uno aprende secretos de la vida maravillosos. Puede ser
una novela, un libro de poemas, un ensayo de arqueología, historia, sociología,
biología o de cualquier cosa, porque ese libro trasciende la materia que lo
limita en apariencia y nos toca lugares de la inteligencia, la memoria y la
curiosidad que nos transforman como lectores y como personas. Pero unos pocos
libros, además de todo esto, los sentimos nuestros, durante su lectura, de una
forma misteriosa, descubrimos que también los hemos escrito nosotros. Este es
uno de ellos.
Imagina el
privilegio, durante un año, de poder observar sin prisas un pequeño tramo de un río que amas con ojos de naturalista inquieto del siglo XIX, de poeta vagabundo del XX, de
ecobiólogo del XXI, de pescador curioso. Lo que siempre quisiste ser. Tal vez,
sin tu saberlo, lo que siempre has sido.
Ese libro parece realmente interesante. Y verdaderamente tentadora la idea de ese privilegio de poder dedicarte a observar, día tras día, un pequeño retazo de paraíso. Lástima no disponer del mecenazgo del que sí disponían esos naturalistas del s. XIX a los que te refieres. Aunque, como tú señalas, puede que en realidad ya lo seamos pero desgraciadamente no a tiempo completo...
ResponderEliminarEl autor ha hecho un trabajo que podrían haber realizado miles de biólogos con becas peladas, pero claro, sólo lo ha hecho él y sólo ha sabido escribirlo él de esta forma... Yo tengo claro que debía de haber sido biólogo en lugar de sociólogo, los bichos son más...
EliminarPor cierto, me ha recordado a esta canción... http://open.spotify.com/track/2XmCFk53sFfviJ9c8QKIVn
ResponderEliminar;)
EliminarGracias por compartir ese libro y de avanzarnos esas pinceladas, lo buscaré sin duda.
ResponderEliminarUn saludo Ramón.
Lo acaban de publicar. Es excelente. Esta editorial publica muy buenos ensayos. Tiene otro de Alan Turing que es alucinante...
EliminarMuy interesante, Ramón. Y lo dicho:«Algo más que peces». Un saludo. Emilio
ResponderEliminarTenía reciente la lectura sobre la basura en los ríos producida por los pescadores. Ayer, paseando por el alto Manzanares comprobé una vez más la incultura de tantos domingueros, pero también la cultura de muchos que se preocupaban por no dejar rastro de su paso y su ocio.
EliminarEl libro es realmente estupendo. Mis amigos sociólogos siempre se extrañan de las cosas que leo tan "poco sociológicas", pero siempre he pensado que fuera de la especialidad se aprende más... y se lo pasa uno mejor que estar masticando siempre ensayos de ciencia política o psicología social...