viernes

PALABRAS



Eres el niño, el chaval, que se despierta antes de que comiencen los ruidos en la casa y aguarda con los ojos abiertos a que venga A. para llamarte. Fuera aún es noche cerrada. No muy lejos está el río y en él habitan las truchas y también la pura alegría.
Eres el niño, el chaval, que ayer preparó la caña, la línea, el chaleco, las red y los señuelos con una minuciosidad que nunca va a poner en las tareas escolares o en la ropa con la que se viste de diario.
Eres el niño, el chaval, que salta de la cama sin pereza, se viste en dos segundos y recorre la vieja casona grande a oscuras hasta llegar a la cocina y desayunar sin ganas un poco de café y unos churros que compró A. con ese gusto y esa sabiduría que tuvo siempre para estos lujos del comer.
Eres el niño, el chaval, que nunca tiene miedo a la fuerte corriente, ni a las tormentas grandes, ni a la oscuridad del bosque, ni a la soledad delante, ese que pesca río arriba durante muchas horas, todo el día, por orillas salvajes, alejado de A., cada uno a su ritmo, conectados sin embargo por  una misma pasión e idéntica dicha.
Eres el niño, el chaval, que pensaba que esos días y ese tiempo de felicidad intensa por el que merecía la pena aguantar tantos días de bruma gris, se repetirían año tras año sin demasiados cambios importantes salvo los propios del azar de los peces y de las estaciones o que su cuerpo por fuera va cambiado y por dentro también, sin darse cuenta.

Una madrugada, mientras aguardabas con los ojos abiertos a que fuera la hora de salir de la cama, coger la caña y bajar al río te diste cuenta de que eras el niño, el chaval y también un hombre en la mitad de su vida, que ya no había nadie haciendo café y llevando a la casa grande de tus abuelos el tesoro de unos churros recién hechos, nadie bromeando y conduciendo muy deprisa el coche en plena noche hasta llegar el puente viejo, nadie delante o detrás de ti en el gran río, bastante lejos, y sin embargo pescando allí contigo con idéntica pasión y la misma alegría.

O quizá sí, ahora le ves, al acabar la curva de la poza negra, brilla su caña cuando lanza, medio oculto por un sauce grandísimo que lleva allí, en este río y en tu memoria, desde siempre. No es A., es un niño, un chaval, más alto ya que tú, delgado como un junco, ágil como eras tú, divertido, ocurrente, sociable, como tú no eras. Si, ahora le ves con claridad, ha salido del bosque y se ha sentado a esperarte en la pequeña playa que hay en el charco de las nutrias, sin saber aún que el tiempo, el más precioso, el único que sirve, es siempre irrepetible y tan frágil. Sin saber que tú cuando eras un niño, un chaval, a veces también te sentabas allí a esperar a A. para tomaros juntos el bocadillo de jamón y contemplar el espectáculo del agua.

No hay añoranza, ni tristeza. No hay pesar, ni pérdida. No somos ni más ni menos que ese pez que acecha en la cabecera profunda de la tabla y que luego tocarás por un segundo en tu red. Ni más ni menos que la libélula roja que pasa y el sauce grande que siempre conociste. Ni siquiera porque tu tengas a las palabras para engañar al tiempo o para poder volver a veces a cuando eras un niño, un chaval, hace ya mucho, como si fuera hoy. Pero el hijo pescador ha comenzado también a usarlas. Eso quería decir.


4 comentarios:

  1. A mi también me has tocado un poco la fibra, compañero. Hay ausencias que pesan mucho, sin embargo es curioso cómo volviendo a los lugares y pasiones compartidas en vez de aumentar la añoranza ésta disminuye, se sienten más cerca. Otra razón más para volver. Un saludo

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    1. Mira que tengo buena memoria, pero cuanto siento no acordarme bien de montones de días que disfruté tanto en compañía de A. y de F. A veces me llega un recuerdo olvidado y me sorprendo de que todo eso siguiera allí, en no se sabe qué rincón de la memoria...

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