Semanas sin río, abducido por la vida urbana, el humo marrón, los laberintos de hormigón, los vagones llenos, el ruido constante, las calles secas en las que el único agua disponible se mece en unas pocas fuentes verdosas o en los charcos aceitosos que deja la lluvia en el suelo. Es fácil la costumbre, la rutina, la amnesia de este ir y volver suponiendo que estamos metidos en causas importantes, inaplazables quehaceres, esfuerzos necesarios.
En alguna
parte, muy lejos, es posible que fluya con suavidad o con furia un río. En
algún lugar, ajeno a todo esto, es probable que el agua sea otra forma de mundo
y tal vez, en esa otra dimensión, esté ahora mismo el pescador con una caña en
la mano atento a lo profundo, metido en el murmullo del torrente o el mar en invierno. Piensa en universos
paralelos, en otras dimensiones, multiversos, agujeros negros para viajar en el
tiempo. La imaginación es una buena nave para salir de la ciudad y acelerar
hacia delante hasta llegar a ese lugar del futuro en el que estás junto al
agua. También la memoria te sirve para viajar hacia atrás, más rápido que una
máquina del tiempo, hasta los momentos felices que todo pescador guarda en el
libro secreto de su vida o más atrás.
Pero no hay
otro mundo, sólo este presente en el que todo está conectado. Nada está al margen. La precariedad
laboral tiene que ver con los ríos contaminados, las trampas financieras con
el cambio climático, la tristeza de la gente con los siniestros personajes que
especulan con los mercados de alimentos, la extinción de las truchas salvajes con una idea de progreso que ignora
el futuro, los políticos corruptos con los basureros, las autopistas, las
religiones o la telebasura, el pulcro oficinista con un niño
soldado, los desahucios con esa enorme presa que tapona aquel río, los siniestros que se sienten poderosos con los que ignoran lo que les pasa a otros y se creen a salvo. La globalización
era esto.
Ayer me
encontré con rabiosos, inocentes, utópicos, lúcidos, soñadores, ciudadanos
corrientes hasta llenar las calles por unos cuantos miles, quizá no suficientes.
Yo iba sólo con mi hijo el pescador, abrumado y sorprendido por ser tantos, deslumbrado por
tener la certeza de que "el río que nos lleva" comienza a no ser el de la
inercia, el rebaño, el consumo, el silencio, la amnesia, la obediencia o el miedo. No
habíamos quedado con nadie en ningún sitio y sin embargo, por azar, nos
encontramos con dos, tres, cuatro, cinco pescadores amigos. Me emocionó
saludarles, constatar que los que nos perdemos tantas veces en los ríos más
lejanos y solitarios para hacer volar una mosca prendida de una seda estaban
también allí con sus hijos. Porque a respetar los ríos no sólo se enseña junto al agua, también sobre el asfalto y las calles junto a otros,
ejerciendo de ciudadanos críticos, soñadores, lúcidos, rabiosos, inocentes,
utópicos, personas corrientes.
A veces, la gente corriente se suma y se convierte en gente extraordinaria. No se puede decir más sobre lo que sentimos dentro y fuera del agua, con menos palabras.
ResponderEliminarComo siempre, tu entrada extraordinaria. Gracias por compartirla.
Un abrazo.
Gracias Álvaro. "Algo olía a podrido en Dinamarca", la marea se ha convertido en marejada y pronto será tsunami, no destructivo sino creativo...
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