Mientras lanzo
despacio, con el equipo mínimo y ganas de nadar, pienso en aquel tiempo en el
que Dylan era dios, Marley su profeta y Janis y Leonard jugaban muchas veces a
mi favor en la penumbra del coche con las ventanas abiertas para que entrara el
frescor de aquel paraje solitario de mi río. O tal vez jugaban a favor de ella.
Luego, muchos
días, subía por la garganta junto a Ángel para pescar truchas. De entre tantos
y tantos años, días y horas, hoy, esta tarde de verano, recuerdo apenas un
segundo. Acababa de alcanzarle pescando y comentábamos el cuantas y el como.
Mientras hablábamos, lanzó el señuelo distraído y picó entonces una trucha pequeña que yo
le desanzuelé y eché al agua con la mala fortuna de que el pez cayó sobre una
gran piedra plana que estaba en medio de la tabla. Comenzó a botar encima de ella
hasta llegar al borde y en un último desesperado coletazo cayó por fin al agua.
Entonces, en menos de un segundo, una trucha enorme, la trucha más grande que he
visto en mi vida, salió de debajo de la piedra, saltó casi entera fuera del
agua y atrapó la truchita. Ambos contemplamos mudos, boquiabiertos, aquel
momento mínimo asombroso. Yo tenía dieciséis. Durante muchos años recordamos juntos aquel
segundo extraordinario. Hoy vive sólo en mí.
Tal vez me
equivoqué, quizá dios fuera Marley y Dylan sólo un profeta menor, pero estoy
seguro de que Cohen y Joplin cantaban muchas veces para ella y para mí. Aún lo hacen.
Ayer subí al frío Tormes y hoy estoy aquí metido en el agua templada. Me siento afortunado por todo lo
vivido y todo lo por vivir, aunque no existan dioses, o por eso.
Carpe diem, haya dioses o no. Hay que hacer todo lo posible para, cuando tengamos que pasar cuentas al final de nuestros días, poder decir aquello de "que me quiten lo bailao" Sigue disfrutando y contándonoslo de esta manera tan bonita. Un saludo
ResponderEliminarY no tanto al final-final, sino al final de cada día, o de cada semana...
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