martes

RECETA PARA UN FELIZ 2019

Pisa por última vez la orilla del embalse. Cree que este ha sido un año estupendo por que siguió vivo y vivos están todos los que quiere. Además sigue teniendo fuerzas y ganas para tocar el agua, caminar sin prisa, curiosear orillas. Y sigue asombrándole el vuelo de esa libélula valiente que se le posa en la caña, el salto del pez en la quietud de hoy, el brillo de la helada y su crujido de turrón al tocar el pie, la voluntad de usura con la que saborea la soledad absoluta junto al río, y también la compañía que nunca pesa de un amigo o un hermano pescador, en esos lugares íntimos y salvajes que se mantienen limpios y libres por ahora. Todo lo demás apenas le importó casi nada en el pasado. Hoy nada.
Mientras lanza el escarabajo a un barbo hambriento piensa en un guiso para la fiesta, que debe ser a la vez diferente y gótico, sencillo y fastuoso, sabroso y ligero. Cocinar para una tribu exigente y glotona tiene siempre su riesgo, su desafío y su gracia. Ha pensado en un "ravioli de bogavante relleno de rabo de cerdo confitado estilo hong shao rou con su salsa sichuan y su arroz crocante de mandarinas". Es un guiso barato y fácil aunque suene a capricho desorbitado de nuevo rico con paladar de cartón o a plato de restaurante chino con cocinero maoista estupefaciente o a pesadilla de concursante de master chef. Pero no lo es.

Descongela dos bogavantes, les saca las colas de músculo y el coral de las cabezas. Con un cuchillo afilado y fino corta traslúcidas lonchas en crudo que luego rellenará con la carne del rabo y una suave mahonesa hecha con el coral.
Cuece a parte los rabos de cerdo con un puñado generoso de pimienta de Sichuan, medio vaso de Oporto dulce, medio de salsa de soja, un poco de anis estrellado, unos cominos, dos hojas de laurel, media cebolla entera y una zanahoria. Cuando la piel de los rabos y su carne se desprenden con facilidad de los huesecillos y el caldo se ha vuelto espeso, los aparta del fuego, los deja templar y luego extrae esa melosa carne con su piel. desmenuza y coloca una pequeña porción de rabo encima de una loncha de bogavante que tapa con otra loncha y encima pone un poco de la mahonesa de coral.
Con las cáscaras de los bichos, doradas en un poco de mantequilla, más un sofrito de cebolla, puerro, apio y un tomate, triturando todo en la batidora de vaso, añadiendo el zumo de cinco mandarinas, la ralladura de una naranja y colando luego el pure anaranjado por el chino ya tiene el caldo milagroso. Con ese mejunje, en proporción de dos por uno, hará luego el arroz en paella que socarrará en el último momento, ración a ración, encima de una plancha al rojo.
Salpica al final con cebollino los raviolis y con un poco de ralladura de lima la oblea de arroz crujiente.

Deja de cocinar con la imaginación y vuelve a la orilla. El pez toma el señuelo y corre hasta el fondo. Le saca la seda entera y medio backing antes de parar su trote y tu zozobra. Cuando le suelta mira la línea del horizonte durante mucho rato, luego la niebla que va borrando esa lejanía. Al volver, ya metido en la nube y sin ver nada, escucha las grullas volando justo encima y sonríe. En Año Nuevo se bañarán de nuevo en la helada garganta de Minchones. No se siente frío, sólo miles de agujas transparentes pinchando la piel a modo de acupuntura líquida. El cuerpo se asusta y la memoria debe susurrar que no pasa nada. Vuelven los gritos y las risas de todos como cuando niños, cuando niñas, cuando esas pequeñas valentías, esas mínimas proezas, eran la única gloria que importaba.

1 comentario:

  1. Aparte del escrito, me apetece comentar ese barbo; largo, esbelto y con unas pectorales digno de un velocista.

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