(...) Por unos días has vuelto a Europa, a tocar tierra amiga y dejar la monotonía nerviosa de los turnos, las rayas de colores en el mapa, las fotos aéreas, los debates interminables sobre las maniobras más eficaces, el chirrido de la turbina del Sabre cuando aceleras por la pista de Kimpo y parece que dejas todo atrás, hasta que vuelas en la frontera y comienzas con el movimiento incesante de la cabeza buscando el Fagot que va a matarte. Ayer veías pasar los proyectiles del 37 por delante de tu morro y tenían el tamaño de vasos de cubalibre. Hiciste una scissors por instinto y tuviste al Mig medio segundo en el punto varias veces. Las ráfagas de tus 12,7 te parecieron chispitas de confetti contra el viento. Al menos el enemigo picó y desapareció bajo un grupo de nubes. De vuelta viste el corte de plata del río Yalu y pensaste en los peces que nadaría allí abajo y en quién los pescaría en el futuro. En tierra, tras escribir con un mínimo de palabras el informe de vuelo te dijeron que tenías por fin el permiso de diez días. Había unos B-29 a punto de volver a la base de Italia. Tenías la mochila con tu ropa de abrigo y el maletín de las cañas preparado.
No te ha costado nada salir de la suavidad caliente de la cama, la
chimenea aún encendida, el refugio de la manta, quizá de otra piel, de la casa
segura. Fuera, el invierno que comienza, la intemperie siempre incierta, el
frío que acaba mordiendo, esa lija helada del viento de diciembre cuando aún es
de noche, la rebelión del cuerpo cuando te dice en su idioma ¡no salgas! ¿dónde
de vas? Pero sales, vas a tocar el río y a intentar mirar debajo del agua y ver
algún pez al acecho. Dejas la comodidad, abandonas lo seguro, te escapas del
abrigo caliente para caminar y caminar, escondiendo tu cuerpo bajo capas de esa
ropa ya vieja que te pones siempre como una armadura invencible o la camisa
aquella del hombre feliz del cuento de Tolstoi. Tierra escarchada, niebla de
cristal, ese silencio algodonoso que tiene el aire muy húmedo y casi opaco.
Sonríes, va amaneciendo. No hay otra libertad que esa, estar por voluntad en
ese espacio abierto, haber dejado lejos la hoguera, el café caliente, los libros
que comenzaste ayer, el tic tac previsible del hambre por venir, el aire
civilizado por calefacciones, electrodomésticos y cristales. Caminas mucho tiempo buscando indicios,
lanzando a veces el señuelo a alguna sombra. El zorro ha madrugado más que tú,
rebusca por la orilla carpas muertas, alguna carroña apetecible, hasta un
grillo entumecido le vale para desayunar a don raposo. También las barnaclas ya
están desde temprano pastando en la llanura de la orilla, te miran y guardan la
distancia. Tres avefrías se posan no muy lejos. De pronto la niebla se levanta
y el sol lo llena todo. En la base alguien te cuenta el proyecto de
cartografiar desde el aire toda la Península Ibérica. Un trabajo largo y
minucioso. Aburrido, tranquilo. Conseguir la acreditación de piloto para un Beechcraft RC-45 sería
pan comido. Recoges del suelo una concha enorme de náyade, por el tamaño seguro
que vivió muchos más años que tú. Por el color oscuro que aún mantiene por
fuera y el brillo nacarado de dentro intuyes que murió hace bien poco. Tal vez
un año o menos. Unos metros delante, como colocada con mimo para una exposición,
yace el ala abierta, azul intenso, de un martin pescador. Tal vez un gavilán o
el frío o la vejez rompieron el corazón de ese chisporreteo de vida y velocidad. Eso es volar y no tu jet. Recojes el ala seca. Dias después la llevarás atada a la
palanquita del nivel de los flaps a pesar de las protestas del mecánico. Quieres imaginar que al menos el zorrillo
rebañó la poca carne que tuviera el resto de su cuerpo. Descubres a un pez
ociqueando entre unas piedras. Lanzas con cuidado. Toma la vieja mosca "Bunyan Bug" hecha con madera de balsa y pelos de ternero. Clavas. Sonríes. Tal
vez hubieras agujereado a aquel Fagot con una de las ráfagas, pero siguió
volando como si nada. Si te hubiera tocado a tí uno solo de los enormes proyectiles
de su cañón no estarías aquí, temblando de frío, vivo, pescando barbos en España. Semanas después Emerson te pintará en el Sabré un ala de martín pescador junto a tu nombre. Un mes después dejarás la guerra. No por miedo (...)
QUÉ BONITO.LEER TUS RELATOS LE DAN BELLEZA A MI VIDA....UN SALUDO DE UN PESCADOR DE RÍO.
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