Los grandes barbos se han acercado mucho a la orilla, ávidos
de comer la hierba tierna que ha quedado sumergida o las pulgas de agua
o algún alevín o cangrejo desprevenido. En un embalse hay poco que
comer, casi todo el agua está vacía de vida. Pero hay recodos, entradas
de arroyos, ahora secos, que tienen una antigua belleza abandonada. La
mínima humedad propicia el nacimiento de un poco de hierba verde y hasta
flores. Eso buscan los peces y él. Enciende la pipa y
se sienta sobre un tocón. El humo se va por la mañana fría y cruzan
sobre la voluta, como jugando, dos Zerynthias ruminas enceladas, las
mariposas parecen pequeñas vidrieras multicolores. Aunque sea su forma
de avisar a sus depredadores que son veneno para el pescador son una
forma de celebración gozosa de un instante de mínimo placer y soledad.
Mario Satz en su precioso libro “el alfabeto alado “pone en boca del
maestro vidriero y joyero de art nouveau René Lalique una frase que para
nuestra cultura judeocristiana sería una justificación del egoísmo o
por el contrario una celebración del placer si bebemos el vino resinoso
de los griegos amigos de Epicuro de Samos: “¿Acaso no es mejor, mientras
esperamos lo que nos falta, concedernos a nosotros mismos lo que
creemos merecer?” Por eso se ha escapado de la ciudad, para concederse
una mariposa y un recodo de orilla revivido, el silencio de las ocho de
la mañana en la intemperie y el recuerdo de las palabras de un joyero
francés meticuloso. Merecemos tiempo para leer y caminar, salir de la
ciudad, desconectarlo todo, fumar despacio, hacer volar sobre los barbos
un escarabajito negro atado a un veinte. Creemos merecer esas nimias
libertades que son gratis, cercanas, posibles y fútiles. No son ninguna
libélula o cicada de oro y amatistas montada por Lalique, ninguna
gloria, reverencia o aplauso, sólo una viruta de tiempo soberano, una
voluta de humo, un pez peleón por ahí abajo y esta brisa fría que por
fin huele a otoño y monte. “¿Acaso no es mejor, mientras esperamos lo
que nos falta, concedernos a nosotros mismos lo que creemos merecer?” la
bisutería de un amanecer sólo nuestro y dos Zerynthias que no pudo
copiar René ni pudo llevar prendida ninguna marquesa en el escote.
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