Foto de Pavel Zuber |
En octubre y
noviembre le gusta viajar con la barca hasta Valdeobispo. Ir a todo gas río
abajo, llegar a la primera curva del río, acercarse a la orilla, parar el
motor, montar la caña e ir remando en silencio muy lejos, muy despacio.
En aquel
paraje es imposible pescar desde la orilla. Hay cortados, pequeñas ensenadas, entradas
de arroyos, grandes encinas sumergidas que aún muestran orgullosas sus muñones
muertos fuera del agua. Y sobre todo silencio. No pesca nadie allí o casi
nadie. Busca eso. No tanto la abundancia de peces como la soledad del agua. En
aquellos parajes ha visto cosas prodigiosas.
Tras unas
horas de pesca, remo, lances, pocos peces, abre la nevera y saca el bocadillo,
el vino y el descanso. Se sienta en la punta de la Zodiac, ata el nuevo señuelo
verdoso de pelo de conejo y tiras de plástico brillante, lanza entre las sombras
de ese bosque hundido para siempre y aguarda a que la línea llegue al
fondo. Hay por allí un gran lucio que a veces ha tocado.
Los grandes
peces tiene eso, que viven por igual en el agua y en la memoria del pescador. En
ambas crecen.
En octubre y
noviembre le gusta caminar mucho tiempo por los bosques para coger boletus y
amanitas, parasoles y níscalos en lugares remotos y difíciles de la sierra de
Gredos, no tanto por evitar competencias como para sentir que no hay más
crujidos que el de sus botas sobre las hojas secas de los robles. Hoy ha saboreado
un generoso bocadillo de boletus y foie que mojó con un vino manchego de uva Sirah.
¿Dónde estará ahora el monstruo? Le gusta su moteado verde fluorescente, su
boca de perro, su cuerpo medio de serpiente. También hay allí grande barbos
comizos, blackbases obesos, carpas
sabias y esquivas.
En el pasado, en
octubres remotos y olvidados, no se llamaba Alagón sino Árrago, que significaba
río en un idioma muy antiguo. Hay lingüistas que remontan la voz “a los tiempos de la última glaciación,
hace ocho o nueve mil años, cuando en Europa se hablaba una lengua anterior a
la aparición de las lenguas indoeuropeas occidentales: germánico, céltico,
itálico(1)” Por él remontaban las truchas, los barbos, las anguilas y
por sus riberas campaban los lobos, los osos y los linces. Le gusta al pescador
imaginar como era el río antes de terminar siendo pantano y agua mansa, casa de
peces forasteros, tumba de encinas y voces muy antiguas.
El lucio
muerde, el pescador clava, la barca se mueve muy despacio remolcada por el pez
y por la brisa.
Hay vida en el otoño, mucha vida. Aunque es cierto que totalmente distinta a la que solía ser. Un saludo, te deseo que el otoño se de a las mil maravillas.
ResponderEliminar