Dibujo de Josh Udesens |
Durante décadas
ha ido creciendo un sector productivo cada vez más potente. Lo llaman la
industria “del ocio” o del “entretenimiento”. Objetos, servicios,
actividades que los consumidores compran para “no aburrirse” o para proyectar su “verdadero yo” cuando no están durmiendo o trabajando. Apenas a un 2% de las personas les apasiona el trabajo que desempeñan. El resto de trabajadores
aceptan, aguantan o viven gustosos unas actividades laborales diversas que les
sirven para malganarse o para ganarse muy bien la vida, pero en las que no se sienten
felices, y que no viven con íntima pasión aunque sean en ellas muy eficaces y
productivos, a pesar de que su identidad personal y social dependa de esas ocupaciones,
a pesar de que gasten en ellas la mayoría de las horas del día y los mejores
años de su vida.
Entonces, para
equilibrar este desgaste, esa íntima desolación o trampa, nos ofrecen la
industria del ocio y del entretenimiento para que no nos aburramos cuando
salimos del trabajo, para que gastemos una parte de nuestro salario en no pensar
en los diversos porqués, paraqués y
hastacuandos… para alejar de nuestra conciencia eso que unos llaman hoy
aburrimiento y otros llamaron, en siglos pasados, melancolía o tristeza.
Sin embargo el
pescador no considera la pesca un entretenimiento ni una ocupación ociosa. No
es una evasión, ni desahoga en ella ninguna frustración laboral, ninguna vocación
abandonada o reprimida. Como si se tratase de una rama de la filosofía marginal y aún poco
sistematizada, el pescador, junto al río, enfrenta todos esos porqués, paraqués
y hastacuandos a su vida concreta y al complejo mundo de su presente. Puede
arrastrar y saborear junto al agua la melancolía o el aburrimiento para sentir
su desafío y comprender que no hay destino, ni dioses, ni sentido.
Pero también junto al agua puede extender una pasión y unas energías inauditas
cuyo logro o éxito no existen, salvo el puro placer de estar ahí pescando truchas
y luego liberar al pez sin ninguna coarta, ni pretexto, por celebrar la vida.
Nunca ha
necesitado el pescador entretenerse o quemar tiempo de ocio alguno. Le gusta
mucho no hacer nada, perder el tiempo, pasear sin objetivo por la ciudad o el bosque.
Cuando compra un libro o una película o una canción sabe que en ellos le espera
un desafío, un esfuerzo o un debate, siente placer o furia en esos encuentros, aprendizajes, secretos, descubrimientos, fiestas. Rincones de la vida que nunca había soñado se muestran en esas imágenes
o páginas o músicas de forma delicada y deslumbrante. Le gusta mucho al pescador también perder el tiempo con
los amigos en bizantinas discusiones sobre la revolución por venir o el amor
por irse, malgastar el tiempo tallando a navaja una figurita sobre un trozo de
madera que rescató del río o escribiendo aquí o derrochando las horas con su
hijo el pescador o guisando despacio cualquier cosa.
Ocio,
entretenimiento, tiempo libre… nos enfrentan a la trampa de este sistema
productivo que nos quiere trabajadores, sumisos, consumidores, obedientes, silenciosos,
votantes, nunca aburridos, jamás melancólicos o filósofos. Siento acordarme y
citar ahora el “Walden” de Henry David Thoreau, pero junto al río nunca me
entretengo ni me evado sino todo lo contrario, no dejo de pensar en dónde está
la verdad y dónde el simulacro, que significan desarrollo o progreso o paraíso,
porqué una parte de la humanidad respeta a los ríos y otra parte hace negocio
con su agua o su muerte. Porqué millones de personas necesitan comprar sueños,
viajes, actividades u objetos para no aburrirse o para entretenerse y otras no
temen ese vacío, el vacío que deja en los dedos la trucha que dejamos libre, el
vacío de un universo en el que estamos solos, el vacío del desamor o la pérdida
o la lucidez dolorosa de envejecer sin más.
Para el
pescador bajar el río con la caña no es ocio, ni entretenimiento, ni deporte sino
intimidad, conversación, lectura, libertad para pensar y hacer, esfuerzo por tocar el tiempo de otra forma. Malgastando, derrochando, perdiendo lo único que de
verdad poseemos. Este instante y el siguiente. Más allá no hay nada,
no te engañes, no está en venta.
Sublime. ¿Qué más se puede decir?
ResponderEliminarMuchas gracias DyT.
ResponderEliminarRealmente "entretenido" paladeando este genial escrito, pues las sensaciones suelen ser algo intangible, a veces burdamente agrupadas en palabras sordas, huecas..., emociones que has sabido separar, especiar y retratar de manera admirable!
ResponderEliminarGracias Gaizka. Como todo lo escrito en un instante, con poca meditación, a veces se me rompe el sedal de las palabras y se notan los nudos. Un saludo. R.
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