Le gusta al
pescador ese tramo del coto por el que ha caminado tantos años. El bosque de
ribera ha crecido selvático y las orillas son un continuo de zarzas, ortigas,
cicutas, alisos y helechos gigantes. Sólo es posible pescar desde el centro de
la garganta e imposible lanzar si no es haciendo rodados o lances de ballesta,
agachado, apuntando entre la bóveda verde que cuida de las truchas.
El hijo
pescador, sin embargo, se desespera. Engancha el señuelo, le arañan las zarzas,
le pinchan las ortigas. Le ha asustado la culebra bastarda que se calentaba en
la piedra y el sapazo amarillo que muestra su torpeza dejándose llevar por la
corriente. Uno se ríe de sus temores, de su desesperación cuando le atrapa por
el cuello la liana, cuando no puede atravesar la almadía de palos que amontonó
la última crecida, cuando su ninfa se empeña en agarrarse a todas las ramas que
están cerca, cuando tropieza al huir del culebrón. La naturaleza defiende sus
tesoros.
Tal vez por eso,
por fin, después de tantos años, la garganta tiene sus buenas y abundantes
truchas. Sus aguas ya no sufren las infamias de antaño y los pescadores del
pueblo la cuidan como si fuera uno de sus parientes más queridos. Pero pescar
ese tramo es lo más parecido a hacerlo en un igarapé en la manigua y tal vez
por eso también le gusta al pescador, por la necesidad de mantenerse muy
atento, sumergido de verdad en el agua, el bosque, la vida circundante, con los
sentidos muy despiertos buscando los huecos de aire entre lo verde. Es como pescar en la selva. Le dice al hijo
pescador. Pero él echa de menos los ríos despejados, los lances derrochones y
largos de atrás hacia delante, la seguridad de los horizontes. No ha
descubierto aún que cuando más difícil es un río más llegas a amarlo, se te va
enganchando dentro con sus zarzas y malezas y lo recuerdas luego, muchas veces,
en días como hoy, caminando por el orden geométrico y hormigonado de la ciudad.
Lo recuerdas, y tu dentro de él, siendo también liana, ortiga, sapo, zarza, culebra,
helecho, pescador.
...y en invierno se crece... |
Estos ríos exigen penitencia, reptando por el gatero y pescando de rodillas pero como se disfruta cuando nos regalan sus truchas!! Enhorabuena por la entrada, como siempre, para releerla.
ResponderEliminarGracias Álvaro. Así es, esos pequeños ríos con bosque cerrado de galería son maravillosos...
EliminarMucho hay de cierto en que cuanto más difícil es un río más llegas a amarlo, sin duda!
ResponderEliminarMe encanta pescar con compañeros estos ríos, con una sola caña alternando las posturas y riéndonos de nuestros aciertos y "cagadas", pero para el neófito estos escenarios son un verdadero infierno!
Más aún si el que acompaña es amigo... y a la trigésima vez que le desengancha de la rama, al segundo hundir la flota, al noveno cagüen mi manto..., sin poder evitarlo se esta partiendo el pecho como si no hubiera mañana!!
Un gusto leerte!!
Salud!!
Gracias Gaizka. Hace veinte años esta garganta no estaba tan cerrada, supongo que las cabras comían lo suyo y se cortaban los árboles muertos de las orillas. Ahora no y muchos tramos son casi imposibles. Aún así me gusta. Nada es fácil.
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