Foto de: http://www.pescaconmoscadeleon.com |
Suena la vieja melodía de Give a little Bit en el seina una cálida tarde de Junio de la mitad de la década de los ochenta. No hay nadie en la garganta salvo el mirlo de agua enredando entre la piedras de la chorrera y la chispa azul del martín pescador que pasa arriba y abajo, una y otra vez, por la bóveda del bosque. El pescador ata la cuerda de moscos recién montada. Tres más una en cola negra y roja. Anarquista mejor que falangista, Salud y Libertad. Las truchas pasan de la pardo, de la amarilla y de la oliva y sólo pican a esa mosca tan rara. Caer el buldó, dar cuatro vuelta lentas al carrete y picar un pez. La tercera trucha que muerde es una grande que hace en el aparejo un lío del demonio. Se sienta en un piedra caliente y en lugar de desenredar la línea corta por lo sano, saca las otras dos cuerdas que tiene de reserva y monta una nueva con tres anarquistas. El joven pescador aún cree en la lírica de los colores de los señuelos y en una cierta racionalidad de las truchas, así que se siente un poco ridículo con esos tres moscos rojinegros colgando de la caña.
Por la noche
ha quedado con M. para tomar unas cuantas cerves en El Luna, discutir sobre Cortazar o Cohen y besarse despacio con el
sabor amargo de las cervezas aún en las lenguas. No hay nada mejor en el mundo que
esos besos. Ningún manjar, ningún sueño, ningún éxito, ninguna de todas las
cosas que aguardan agazapadas en el largo futuro. Aunque todo eso él aún no lo
sabe.
El pescador disfruta de la tarde, de su fortuna, de la ocurrencia de montar semejante cuerda, aunque parte de su cabeza saborea ya otra cosa, la brisa de la noche aún tibia, el tacto de los labios de M. sabrosos de ganas y cerveza, la certeza de tener todo el tiempo del mundo por delante. Desde la arrogancia de los diecinueve imagina que cuando muera, en el último segundo antes de que sus neuronas se apaguen, recordará el intenso placer de todos esos besos y la felicidad de estar allí, junto al agua y las truchas, una tarde cualquiera de Junio. Con esa edad el pescador aún no sabe que los sueños de los hombres suelen ser simples, poco sofisticados, hasta posibles, y tan fáciles, sin embargo, de olvidar o de sustituir por anuncios, cachivaches y otros sucedáneos.
Y aún no lo
sabe, pero pisará mucho mundo, vivirá en varias ciudades, rozará muchas pieles,
ambicionará no pocos espejismos, descubrirá el envés frágil de muchas palabras que
creía sólidas, perseguirá un buen puñado de sueños, deseará llegar lejos para descubrir
un día, después de tantos años, que sólo necesitaba esos besos que saben a
cerveza y este río limpio que ya tenía entonces.
Me ha gustado mucho. Me ha sido muy fácil gracias a esta entrada verme transportado en las líneas del tiempo y en cierto modo ser yo mismo el personaje principal, desgranar nuestro estereotipado complejo mecanismo de felicidad, para ver lo simples que podemos ser en realidad.
ResponderEliminarGracias Gaizka. Creo que olvidamos mucho de lo vivido cuando somos algo más jóvenes. Ahora pienso que hubiera estado bien haber llevado un "diario" como suelen hacer tantos "guiris", un diario de pesca y de otras cosas.
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