Volver de nuevo al río, siete años después, cuando la vida y su reloj extraño (a ratos siglos de silencio, a veces segundos de desdicha o tal
vez viceversa) te dijo tantas veces que volver no era posible, que siempre era
Comala y no Vailima, que la flecha de Einstein volaba hacia delante y la piel perdía siempre su brillo y su
deseo, que todo lo que amabas siempre era destruido y no valía la pena ningún
empeño o afán de atesorar. Aún así lo deseabas, volver (y siempre vuelves) a
los ríos donde tocaste esa rara felicidad física que tantos dicen que no
existe, a las aguas salvajes que una y otra vez, en esos días de regreso, te
regalan el mundo y te protegen (y por eso te gusta aprenderte los ríos de
memoria, pescarlos muchas veces, caminar por la orilla hasta que tu memoria se
sabe sus sendas invisibles). Y has vuelto por eso.
Volver a comprobar que el oficio de padre es casi tan difícil que
el de hijo. Porque nos falta eso, eso nos han robado, tiempo sin límite para
estar juntos, sin horarios, tareas o sanciones. Nos dejan estar juntos solo a
ratos y sólo para desempeñar nuestros papeles de padres y de hijos, de padres
ignorantes, perdidos, sin fortuna, de hijos desconcertados, exhaustos,
silenciosos. Pero no en el agua, no metidos allí entre cascadas y truchas,
bosques enmarañados y noches abolidas por un sol que se empeñaba en mantener la
luz a nuestro lado. En el río las edades y los roles de diluyen, desaparece ese
abismo de tiempo que antes de estar metidos entre rápidos, abetos y abedules,
parecía separar adolescentes de adultos, señores y muchachos. Allí ya sólo hombres,
de nuevo y por fin niños. Y has vuelto
por eso.
Volver con ocho amigos: Manuel, David, Enrique, Alejandro, Javier,
Ernesto, Guillermo y tu. Pescar sin prisas y sin pausa, caminar por la tundra,
cruzar bosques, luchar contra miríadas de mosquitos, bordear cascadas, bañarse
en gargantas que nacen en glaciares, tocas cientos de peces y de instantes que
luego ya sabréis inolvidables y sobre todo compartir, sin tasa y sin horarios,
compartir el río, la compañía, los cuidados, las comidas, todo el tiempo y las
risas. Comprobar que todo lo difícil no es difícil, que lo que parecía escaso
es abundante, que lo raro es cercano y que la plenitud no está en un lugar remoto
ni es esquiva sino que está en nosotros a poco que queramos convocarla. Y has
vuelto por eso.
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