Volver a un río es volver a un libro. En ellos hay palabras y
recuerdos, otros que los tocaron antes, lecturas diversas, frases memorables,
páginas perfectas y sobre todo tú, lector, protagonista total de esos momentos,
propietario exclusivo del placer que el agua o el papel guardan a veces.
He vuelto al río. Esta vez con amigos, con mi hijo el pescador y
con los hijos de los amigos pescadores, pescadores también. Compartir. Ese
extraño prodigio que nunca parece fácil de lograr. Compartir aire, tundra,
bromas, camino, abedules, horizonte, truchas, tiempo. Sobre todo tiempo. Lo
único precioso, tras el tesoro de la salud, es el tiempo abierto, diluido en un
paisaje, alejado de medidas, respirable, nuestro.
He vuelto al libro. Esta vez con amigos lectores, pescadores
también. Compartir las palabras. Ese extraño milagro que tramamos aquellos que
escribimos. Y compartir en ellas, en las palabras de este libro, sol de verano,
turba esponjosa, agua transparente, truchas glotonas, bosques de abetos, baños
en torrentes, sobre todo entusiasmo y tiempo. A eso aspiran los textos, a
regalar tiempo, un poco más, pausarlo, estirarlo, regalarlo, ojalá que abolirlo. Lo único
precioso, tras el tesoro de la amistad, es esa clase de tiempo al que nadie ha
puesto precio y que intentamos guardar en las páginas de un libro por si alguna vez nos falta o si en el
futuro necesitamos constatar que todo fue verdad.
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