Subimos un brazo perdido del río. Turberas mullidas. Orillas
enmarañadas. Bosque en penumbra. apenas indicios de los pasos de otros. La
rasera se porta y vais sacando trucha tras trucha. Tú a seca, él a señuelo. El
hijo pescador se da por satisfecho, pero tú no. Vamos a subir un poco más arriba. Siempre subir. Siempre un poco
más. Otro pez. otro recodo. Otra cascada. Otra tabla. Otra forma de belleza que tocar.
Nunca te cansas.
Luego, más tarde, más lejos, te enredas
en los versos de Eloy Sánchez Rosillo que tan bien describen tu ambición dentro del agua:
Hasta
el más miserable y más sin nada
conoce
la belleza,
sabe
qué es
y
sabe dónde puede ir a buscarla:
en
sí mismo; en el mundo.
No
es posible vivir ni un solo día
sin
intuir su rostro ni soñarlo,
sin
que lo divisemos a lo lejos
o
sin que caigan en las cercanías
de
nuestra adversidad
unas
pocas migajas de su gracia.
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