El hijo
pescador ya tiene casi mi altura. Largo, flexible y fuerte como una buena caña,
esas que saben ser delicadas con las posadas y resistentes con los tirones de
un gran pez.
El hijo
pescador crece y cada día entiende menos mi trabajo, antes con lustre, ahora
precario. Él está más en las cosas visibles y tocables y menos en la Babia
teórica de las hipótesis, las utopías y las historias. Al menos coincidimos en
el río. En el agua todo es real y aunque yo la revista de palabras sigue siendo
agua, no necesita burbujas.
Al hijo
pescador no le gusta mi trabajo, él será un hombre de acción, no de andar
metido en oficinas renombrando los trucos de magia, las mentiras piadosas o los
cantos de falsas sirenas que inventa la sociedad de consumo. Al menos en el río
tenemos casi la misma edad. Él se tropieza igual que yo e igual que yo pierde
truchas y se deja deslumbrar por la belleza.
Uno desearía
ahorrar al hijo pescador las humillaciones, derrotas, desamores, traiciones,
silencios, baraturas e infamias que implica la guerra laboral en la que estamos
obligados a luchar para pagar las facturas y comer caliente. Y ahora mucho más
porque todos los perros rabiosos tienen licencia legal para morder y todos los
vampiros pueden chuparnos la sangre sin temor a que a alguien se harte, afile
una estaca y se la clave en el corazón.
En cambio no
quiero ahorrarle las caídas en el río, el cansancio de verdad o que una trucha
enorme se le escape casi de las manos a pesar de haberla pescado en buena lid y
con mejor tacto. Las derrotas en este mundo casi nunca están afinadas por la
justicia, tampoco las del río, sin embargo junto al agua uno comprende que
ganar o perder, el dolor o la risa nos ayudan con igual peso a ser mejores
pescadores.
Ojalá sólo tuviéramos que sufrir las derrotas en el mundo real que es el río, aunque sólo pudiéramos celebrar las victorias allí cosechadas. El otro mundo, este mercado inmundo que el hombre ha inventado para hacer cierto aquel lema clásico que nos llamaba lobos para nosotros mismos, es un lugar por el que es mejor pasar de puntillas. Y más ahora que la gran mayoría no hacemos más que encadenar derrotas, pero de las que no enseñan nada. O por lo menos parece que no aprendemos...
ResponderEliminarPoca experiencia dan las derrotas, pero tampoco los éxitos. Vaya época que vivimos estos días.
EliminarPero en los ríos si, experiencias en derrotas y peces tocados nos enseñan mucho, sobre todo sobre lo poco que se necesita para disfrutar y ser por un rato felices.
Gracias Jorge.
Muy bueno, Ramón
ResponderEliminarEmilio