Los sociólogos
nos hemos pasado muchos años palabreando los límites y distinciones entre
naturaleza y cultura, sociedad y biología, historia y memoria, libertad y ley, ciencia
y religión, ideología y técnica, cuerpo y alma, ahora mente, cerebro, redes
neuronales… Nos gusta la numerería y la palabrería para defender esto y lo otro,
no podemos estarnos quietos o callados. Tal vez por eso el pescador vuelve una
y otra vez al río para comprobar que los límites son muchas veces fábula,
retórica o ruido.
El pescador no
quiere caer aquí en la sosa placidez de Thoreau, ni en la diarreica simplicidad
de Paulo Coelho, ni en la brillante bilis de Cioran, ni en la aburrida sensatez
de Chomsky. Quisiera dejar a un lado las palabras, o lo que las palabras tienen
de artificio y volver, gracias a ellas, a ese instante en el que el barbo se
acerca a la mosquita negra, la absorbe, se da la vuelta y se pone a correr
corriente arriba y él detrás, también corriendo, en plan cien metros lisos,
pero con pedruscos, malezas, cicutas florecidas y zarzas amenizando los saltos.
Luego sonríe, no hay nadie, sólo él y el pez. Saca la compacta, programa el
disparo automático. En la foto no se ve nada, claro. Pero el pescador descubre
muchas cosas cuando hoy la mira. La luz que nació en el sol a ciento cincuenta millones
de kilómetros entre miles de explosiones termonucleares le acarica la nuca, el
agua que llegó hasta allí en meteoritos de hielo ahora la respira el barbo y
refresca sus pies. Pero aquí no ve eso. Sólo ve una palabra escrita de otra
forma, en forma de silueta que funde hombre y pez. Pero no quiere escribirla.
De lo mejor entre lo mejor.
ResponderEliminarGracias!
Gracias Rebuki. Ahí andamos, barbeando. Mañana toca truchas ;)
EliminarGracias por el relato. Muy bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti Luis.
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