Acuarela de Jason Bordash |
Es una
aspiración de millones: tener tiempo de ocio para gastar, para consumir, para
simular por unas horas o unos pocos días que somos unos rentistas desocupados, unos
deportistas guapos y a la moda, unos intrépidos exploradores de documental
televisivo, unos viajeros en busca de lo más prístino y auténtico de lugares
remotos y bien acondicionados para el turista.
El negocio del
ocio es enorme. En el caso de España es un sector productivo que nos sacó de la
autarquía franquista y nos permitió acercarnos a la Europa más desarrollada. Sol, fiesta y precios baratos. Animados
por el éxito alicatamos sin ton ni son las playas y los paisajes más bellos,
llegó la burbuja ladrillil, las paellas de plástico, los menús turísticos con
derecho a litro de sangría y el enorme etcétera de desastres que sobra comentar
aquí. Hoy el ocio sigue siendo importante para la economía española y dentro de
ese ocio se sigue entendiendo como necesaria la urbanización de lo salvaje.
Los pescadores
a mosca no somos millones y desconozco si gastamos más o menos que el golfista
sesentón, la adicta al sol y playa o el devorador de paellas radioactivas y
pinchos de cocina tecnoemocional. Derrochamos nuestro tiempo de ocio
persiguiendo peces en lugares limpios y salvajes, huimos de muchedumbres y
hordas turistícolas, aunque nosotros mismos seamos también, de una forma
peculiar, raros turistas, viajeros y exploradores.
Hoy, además de
las ruinas ilustres, las ciudades antiguas, los museos de renombre, las playas
chiringuitadas y los melindres autóctonos, tira del turista la naturaleza, sus
paisajes, parajes, rutas, montañas, bosques, ríos, fauna... Llega al río el
dominguero de siempre, pero también el urbanícola, el ciclista, el fotógrafo, el
excursionista o el curioso disfrazado en Decathlon que quiere asomarse a lo
salvaje que ha visto tantas veces en la televisión. Ya no estamos solos.
No es por
elitismo ni por exclusivismo, pero el pescador sigue buscando rios sin nadie.
Gusta de saborear una forma de ocio que no requiere comodidad alguna, ni
interacción con nadie, ni asfalto facilitador o sendas señalizadas. Le basta la
“soledad sonora”, una caña de pescar y un gran bocadillo de tiempo. No por huir
de la gente o aborrecer a los semejantes sino porque el pescador quisiera
desaparecer en el paisaje, ser parte del río, salir de esa burbuja indigesta del
ocio masivo, olvidarse que es “demasiado humano”.
Siente por
tanto que no pesca “por ocio”, ni para gastar su “tiempo libre” o “entretenerse”
de los muchos días de tedio laboral. Tal vez suene presuntuoso escribir que
baja a los ríos porque estos son su “camino
de conocimiento”, el lugar donde entiende “los secretos de vivir” y descubre las respuestas de las “preguntas míticas”. Pero como escribir
esto le suena en verdad grandilocuente y vacuo, prefiere decir que pesca sólo porque
le gusta y porque es libre para malgastar su vida en lo que quiera. Somos
soberanos de una parte de nuestro tiempo, un tiempo de libertad para gastar al
lado del agua sin otro fin que tocar un pez, sin otro sentido que pisar el
fondo del río, sin otro fundamento que jugar con una seda y posar un diminuto
señuelo a flor de agua.
"selfie" con la cámara apoyada en la hierba... |
Un tiempo, el de ocio, del que hace eones que no dispongo. O no para hacer lo que realmente quisiera: acercarme al agua y hundir mis pensamientos en ella... No, no es ocio. Es medicina.
ResponderEliminarCuanto lo siento. Yo sé bien lo que es aplazar todo lo que nos gusta cuando "no hay tiempo"... Ahora intento no hacerlo demasiado. Tempus Fugit.
EliminarTu tranquilo, que ya me tomaré la revancha. Si todo sale según lo tengo planeado, este verano me voy a hartar ;-)
EliminarYa he leído y visto que te has quitado "el secano".
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