Robert Graves estaba en una
trinchera del Somme el 20 de junio de 1916. Una batalla de un millón de
muertos. Sólo el primer día los británicos sufrieron 57.740 bajas. La
artillería alemana acabó en pocos minutos con un tercio de los hombres que
acompañaban al jovenzuelo Robert. Un trozo de metralla le destrozó el dedo,
otra esquirla le rajó el muslo cerca de la ingle. Otro trozo aún más grande de
hierro caliente y retorcido le perforó el pecho y le hizo un agujero en el
pulmón derecho. Cargaron al herido hasta el puesto de clasificación y allí le dieron
por muerto. La noticia hasta se publicó en el Times. Pero Graves sobrevivió a
esa primera noche y cuando pasó el pelotón de los enterradores a la mañana
siguiente descubrieron que aún respiraba. Agonizante le llevaron al hospital de
campaña, pero allí tuvo que esperar cinco días entre moscas, gritos y calor
hasta que alguien decidió evacuarlo al hospital de Ruan y luego a Londres.
Han pasado algunas años y dos
guerras. Es Septiembre, Robert Graves le contaba cuentos a su hija Lucía
mientras le pelaba un higo fresco en sazón mirando al mar Mediterráneo. Tántalo
fue invitado por Zeus a la mesa de los dioses y en lugar ejercitar la virtud de
la discreción se dedicó a chismorrear lo que se decía en aquel festín y a robar
néctar y ambrosía. Luego siguió su carrera lumpen y raptó a Ganímedes, y hasta
hizo al ajillo a su hijo Pélope en un banquete que ofreció a los dioses en el
que escaseaban los cochinillos. También escondió un mastín de oro que alguien
había robado y mintió incluso a Zeus cuando se enteró del mangoneo, etcétera,
etcétera. Era un prenda. Al final a Zeus se le acabó la paciencia y aplastó a
Tántalo y después, en el inframundo, fue torturado para toda la eternidad en el
Tártaro colocando agua fresca y deliciosa fruta a su alcance sin que pudiera
catarla.
Y yo le cuento hoy a mi hijo el
pescador camino de un río salmantino que el Tántalo está entre el Hafnio y el
Wolframio en la tabla periódica y sale de un mineral llamado tantalita,
columbita o coltán convirtiendo en un infierno muchos lugares de África como el
Congo. Así que el nombre le va al pelo. Sirve para fabricar condensadores
electrolíticos que están dentro de las tripas de nuestros teléfonos móviles,
GPS, armas teledirigidas para matar yemeníes, prótesis, válvulas, cargadores de
batería, televisores de plasma, videoconsolas, ordenadores portátiles y toda
esa chatarrería que hoy consideramos imprescindible para vivir. En muchas
de las montañas de ganga de nuestras minas abandonadas hay tántalo, antes no
valía nada pero ahora, a 20.000 € la tonelada, es motivo suficiente para volver
a abrir la mina y enmierdar ríos y horizontes, porque no hay industria que
arrase más la tierra y el agua que la minería. Ánimo chicos, viva el
"progreso", el "crecimiento", el "empleo", ya
queda poco, pronto, en dos o tres décadas, todos los ríos de España estará
secos o contaminados (ya lo están la mayoría). Merece la pena releer “la diosa
Blanca” de Graves aunque hoy los mitos o los dioses del Olimpo ya sean otros.
De todas formas es posible que acabemos como Tántalo, con el agua y la comida a
nuestro alcance pero sin poder beber o comer por estar contaminada y viviendo
en un infierno lleno de cacharritos.
Hoy aún podemos comer higos y hablar sin prisa de Graves. De la suerte que tuvo
por sobrevivir. De la suerte que tuvimos nosotros por leer sus historias de
Claudio o del conde Belisario o de las Diosas Blancas.
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