Pescar en los confines del norte es inquietante, intuyes
cosas, no hay cercas o si las hay puedes pasar, acampar, hacer fuego y asarte
un pez allí mismo. La gente no es simpática (no sé si tímida o arisca) pero
comparte la información sobre la mosca que funciona, el recodo donde hay
grandes truchas o la botella de aquavit hasta que se acaba. O te pide unas
truchas de las que has pescado porque ha encontrado la tienda cerrada y no
tienen nada para cenar. El dueño del Loft de pesca no deseaba tener o alquilar
más cabañas porque no quería ganar más ni que viniera por allí más gente (que
le hubiera hecho ganar mucho más dinero). Los grandes bosques son comunales y
se explota la madera de forma sostenible. Los impuestos son altos pero los
servicios públicos son envidiables.
La tierra es dura en Islandia y Finlandia. Meses de hielo,
agricultura extrema, ganadería precaria o de animales semisalvajes, caza y
pesca como recurso vital, recolección de frutillas en verano… En el siglo XIX
los pueblos que habitaban estas regiones no eran las naciones desarrolladas y
ricas que son hoy, eran muy pobres pero ya entonces tenían la voluntad y la
costumbre de ser igualitarias.
Es una sorpresa descubrir que fueron las duras tierras siberianas,
escandinavas y sobre todo finlandesas en el verano de 1871, las que le
descubrieron al científico, geógrafo y
viajero que entonces era Kropotkin que “el mal” no era tanto la pobreza como la
desigualdad. Finlandia no había sufrido el feudalismo. A pesar de la gran
pobreza, los fineses practicaban una vida simple basada en la ausencia de los
malsanos hábitos lujosos individuales que sin embargo propiciaban el “lujo
comunal” de compartir en la escasez, ayudarse en los trabajos cuyo fin
beneficiaba a todos y no acumular o acaparar de forma individual con el fin de
propiciar el mercadeo sino almacenar, si era posible, para el común. Y fue en
un lugar similar y por las mismas fechas cuando Willian Morris, mientras
atravesaba Islandia en burro, escribió que “aprendí la lección, espero que indeleble,
de que la pobreza más absoluta es un mal insignificante en comparación con la
desigualdad de clases”
Curiosos compañeros de viaje: volví a “el apoyo mutuo” de
Kropotkin gracias al biólogo Stephen Jay Gould, que a su vez matizó muchos
temas del primitivo evolucionismo darwinista, como que muchas, muchas veces no hay una “despiadada lucha del más
fuerte” sino diversas formas de “cooperación entre especies”, además del puro
azar que hace que una mutación sea una oportunidad en un momento determinado lo
que provoca que ha veces se aceleren los cambios y otras veces se ralenticen,
pero esa es otra historia. Los “instintos cooperativos” en la naturaleza ya los
había estudiado y presentado en 1975 el zoólogo Karl Fiódorovich Kessler dudando
del hobbesiano “bellum ómnium contra omnes”. Hoy, claro, también Islandia y
Finlandia son sociedades capitalistas, pero es posible que sean las primeras
que se salgan de este carro que va hacia el precipicio. Tienen aún en su
memoria el cómo.
Practicamos en Laponia ese lujo comunal y alguna
trucha asada. La abundancia de peces, la pureza del agua eran lo normal, como
normal era la maravilla.
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