"Topos", del griego τόπος, "lugar", escrito en los
caracteres de origen fenicio que trajo, según el mito, Cadmo, hermano de Europa,
junto con el arado, la fundición del bronce y la agricultura… Cadmo, el que mató
un dragón, que entró y volvió del infierno como Dionisio o Heracles y amó a
Harmonía. Los fenicios eran así, rumbosos, culos de mal asiento, viajeros impenitentes,
dibujantes de mapas, ladrones y comerciantes. Hoy se dice que es posible que llegasen a América
antes que los vikingos y que Colón. Tras caminar mucho tiempo vuelvo con E. a
unas ruinas antiguas y buscamos en viejos y nuevos mapas su certeza. El lugar
¿poblado?, ¿villa?, ¿templo? ¿tumba? no está en ninguno. ¿Quizá en algún mapa
perdido que estuvo escrito con la grafía que nos regaló Cadmo sobre un delicado
papiro?
El pescador vuelve otra vez a los escritos de Walter Benjamin: “El hombre que se limita a hacer inventario
de sus hallazgos, sin lograr establecer la ubicación exacta en que han sido
almacenados esos antiguos tesoros en la tierra de hoy, se escamotea a sí mismo
la más rica recompensa. En este sentido, para los auténticos recuerdos, es
mucho menos importante que el investigador los reporte a que señale con
precisión el sitio donde se hizo con ellos.” Por eso el pescador señala
aquí, con precisión, el sitio donde se hizo con todos sus tesoros, el lugar de
la tierra, "τόπος". Aunque no desvela su nombre ni escribe las coordenadas sino el lugar
en el mapa de su vida caminadora. Benjamin indagó en la
vida como un mapa. La vida dentro de una geografía. La vida dentro de los
territorios que pisamos, los caminos que transitamos y cuánto, porqué, cómo,
cuándo fue. Caminos que al final se convirtieron en sendas de tanto recorrerlos
durante años, otros perdidos en la maleza, algunos de los que nos salimos para
ir por otros lugares, otros pendientes de tocar, soñados. La vida como esos
lugares, los viajes hacia ellos, nuestro atlas. Esa "topo-grafía" se mantiene en
la memoria. Incluso cuando nos perdemos dibujamos un plano de ese nuevo
territorio que quizá no cruce ningún puente de Königsberg. En su mapa hay
muchos ríos con y sin puentes. Está lleno de agua y muchas veces va caminando
por dentro, pero hasta esos caminos trazados por el fondo se graban en el cerebro
y los recuerda con la nitidez de una senda abierta en una pradera. Este domingo
vuelve a algunos de ellos. Regresa al mapa para seguir dibujando detalles y
líneas, colores y texturas, nombre de lugares. Y siente lo mismo que cuando abría
de niño un gran atlas y pasaba el dedo deseando estar ahí.
Hoy pasa de memoria el dedo por ese mapa y cuenta los días para estar allí de nuevo.
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