viernes

PRIVILEGIO



Me gustan los animales esquivos como el lince, la cigüeña negra o la nutria. Cuando los he tenido como compañeros de río sabía que el paraje era de verdad salvaje y pocos humanos andaban cerca. El pescador sigiloso se encuentra con mucha fauna en sus nomadeos por las aguas. Durante muchos años tuve de vecino de río a un “gran duque” enorme que salía de su agujero en la roca y me pasaba volando a menos de un metro del sombrero, a un águila real que año tras año tuvo su pollada con orgullo sin importarle el pescador que lanzaba en su poza el señuelo, una cigüeña negra que sacaba con éxito cuatro cigüeñinos todas las temporadas en un nido a dos metros del agua y a una diminuta comadreja a la que sorprendí algunas tardes espiándome curiosa sobre el paredón de un molino derruido. Es también muy frecuente sorprender a jabalíes y corzos, zorros y tejones, azores cazando, garzas, ánades y todo tipo de fauma menuda amante del agua como el mirlo de agua o el martín pescador.

No humanizo los bichos, aborrezco al señor Disney y a toda su parentela de “animales-persona”. Si acaso me quedo con Samaniego o con Kipling que, otorgando carácter humano a las bestias, entendían su ética y su estética. Tampoco me parecen más simpáticos o humanizables los mamíferos que los insectos, me merece igual cuidado una golondrina que una garrapata, admiro por igual la belleza de un corzo que la de una anodina polilla o un abejorro negro. Puedo matar de un manotazo un mosquito que me está picando o devoro con gusto un conejo salvaje al ajilllo, pero me interesan ambos igual que el elegante león del documental o el bellísimo orangután de Borneo. Es cierto que hay animales numerosísimos cuya extinción nos parece dificil y otros, en cambio, ya están condenados a desaparecer aunque queden un puñado de ellos aún libres, Pero unos y otros son igual de admirables y maravillosos a los ojos de una biólogo aficionado o de un niño curioso. Claro que a veces ocurre lo contrario. La paloma migratoria americana nublaba el cielo en bandos compuestos por millones de individuos y el bisonte, en cambio, parecía que se extinguiría sin remedio. Hoy la paloma migratoria no existe y las poblaciones de bisontes gozan de buena salud. De la extinción de la paloma migratoria y de la recuperación del bisonte americano los únicos responsables somos nosotros. A los ojos de cualquier biólogo la única amenaza planetaria, la única plaga isidiosa es la de los sapiens, somos de lo peor para el resto de especies.


Pero no quiero irme lejos... Estaba con el lince, la cigüeña negra y la nutria. Sobre todo la nutria que me ha acompañado siempre en los ríos que más he querido durante toda mi vida. Las he visto desde niño retozar, jugar, pescar peces, comer con delectación cangrejos, nadar, chillar, pelearse y observar a aquel tipo intruso metido en sus aguas. Muchas veces se asustaron y desaparecieron de mi vista en un segundo bajo el agua. Otras en cambio se acercaron más o menos curiosas, más o menos prudentes. Vivir estos instantes es un privilegio. Hemos conseguido entonces ser "el hombre invisible". Sabemos que estamos pescando aguas limpias, paisajes salvajes, lugares poco transitados que los sapiens han respetado por olvido o ignorancia o desidia, muy pocas veces por conciencia conservacionista. También estos instantes nos dicen que tal vez no seamos buenos pescadores pero al menos somos sigilosos, alborotamos poco, tenemos cuidado en confundirnos con el entorno y ser un bicho más.

El sábado no estaba con mi hijo el pescador, se quedó en Madrid porque tenía obligaciones, exámenes, cosas que estudiar, inquietudes juveniles. Eran las nueve de la mañana y supongo que con la visera, las gafas polarizadas y metido en el agua y la hierba hasta la cintura yo era para la nutria “poco humano”, un animalejo bien raro. Ella siguió su camino, chillando su monólogo matutino y yo seguí el mío tras los peces. El paraje era bellísimo, cantaban las perdices, me ladraron dos corzos, pasaba arriba y abajo mi querido martín, tuve reunión de galápagos y me pelee con unos cuantos barbos.

Gracias doña nutria, gracias don barbo -  que diría Samaniego.




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