Los nematodos son unos animales
increíbles, al contrario que todos los demás, hay más variedad cuanto mayor es
la latitud. Forman parte de la biodiversidad edáfica y sólo ahora comenzamos a
entender su inmenso valor para los ecosistemas y la biodiversidad, aunque estos
bichitos siguen estando al margen. Por ejemplo, la Plataforma
Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas de
Naciones Unidas, en su informe global sobre “las amenazas y tendencia de la
biodiversidad”, los nematodos no aparecen ni una sola vez. Pero los valiosos
gusanitos, como los hongos, son unos seres vivos claves para esa biodiversidad
tanto vegetal como animal. Pero claro, es un bichito feo, muchos son parásitos,
sonríen poco y no son peluchables. Para estudiar los koalas siempre hay dinero,
para investigar a los nematodos casi nada. Sin koalas el mundo sería menos
variado y más triste, sin nematodos una parte fundamental de la vida en la
tierra se extinguiría, “un 25% de la diversidad del planeta se encuentra bajo tierra,
la conservación de la fauna del suelo resulta fundamental en la preservación de
los ecosistemas y agroecosistemas terrestres” dicen los investigadores en
Nature.
Muchos piensan que soy un comedor de
margaritas, un andarríos místico, un naturalista plasta al que sólo le apasiona
hablar de halcones y quercus, un thoreausiano fanático, un homosapiens renegado
de los suyos. Pero la verdad es que me repelen los redivinizadores la
naturaleza que abrazan a los árboles y rezan a Gaia buscando curaciones o los
que se apuntan al tópico “fuga mundi” oponiendo pureza campestre a
contaminación urbanícola o los que sufren de solastalgia, el lamento por la
perdida de un pasado natural idílico y vacío de humanidad que solo existió en
su magín calenturiento o los igno-ecologistas que gradúan su amor y defensa de
la naturaleza en función de la cercanía antropocéntica hacia el bicho,
defendiendo el lince e ignorando al nematodo, adorando al peluchable cervatillo
y desconociendo el valor de la lombriz o el coleóptero que despachurra su bota,
esos que ven en un cultivo de pinos o chopos a un bosque, o el dominguero con
derecho a enmierdar por que el campo es de todos o el turista elitista que
busca experiencias exclusivas en lugares prístinos pero libres de mosquitos, de
pobres y con spa cercano.
Pero disculpo a todos estos sus
defectos, costumbres e integrismos. Mis enemigos son otros, son los que
destruyen y arrasan por dinero y sin mala conciencia, los que consideran que el
progreso pasa por aniquilar por entero la vida que hay allí si con eso sacan un
beneficio personal, lo que sólo ven en el campo, el paisaje, el río, el bosque
o la montaña… un estorbo, un montón de materia prima, una propiedad expoliable
y cercable. Y también lo que no saben que tal vez dentro de su barriga vive
feliz un nematodo parásito, en su entrepierna un ácaro, en sus uñas un hongo...
(Nature 572 pag. 187-88)
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