Mi hijo el pescador habla inglés y ahora estudia alemán pero yo conozco pocos
idiomas. Apenas hablo con cierta soltura el lenguaje de los ríos de montaña,
pero hablo y entiendo
mal el de los ríos de llanura o el idioma de los lagos y
los embalses. En los torrentes, pequeños o grandes, las palabras con que se
explican y hablan son para mi cristalinas, directas, sencillas. Entiendo muy
bien cómo me cuentan dónde está la trucha, cual es su humor hoy y por dónde
debo vadear más seguro. En los ríos de llanura entiendo mal su acento, cojo
alguna palabra suelta aquí y allá pero me comunico con la torpeza de quién
apenas domina cómo hacer o entender unas pocas y simples frases. El idioma de
los lagos o embalses es para mi una jerga rara, la incomunicación es grande y a
veces me produce gran desolación. Hay orillas y recodos en los que entiendo
remotamente su dialecto porque se asemeja a algunos sonidos del torrente, en
cambio el idioma de sus aguas profundas me suena a chino. Hay quien lleva a
esos lugares el artilugio de una sonda a modo de traductor simultáneo pero a mi
no me van esos cacharros.
Al igual que
con otros idiomas, uno piensa que la lengua que hablan los torrentes es bien
fácil, la más fácil, pero esa opinión es equívoca. Lo mismo dicen quienes
hablan con soltura el idioma oscuro de los lagos o el espeso y nasal idioma de
los ríos de llanura.
Uno entiende
bien lo de la necesaria “inmersión
lingüística” para aprender bien el idioma. He tenido varias frías inmersiones
a lo largo de mi vida que me sirvieron mucho para aprender las palabras más
difíciles y los verbos más irregulares de los ríos de montaña.
Uno comprende
a la perfección la importancia de practicar
la conversación para mantener el oído fino y los reflejos a punto. En
cuanto llego al río no paro de hablar con él, de discutir, de conversar y de
escuchar su voz más grave, sus palabras susurrantes, sus gritos de bronca y
enfado o sus risas.
Hay quienes
dicen que son el lenguaje y las palabras, las que nos hacen humanos e inteligentes,
pero uno cree que la inteligencia está en la escucha y comprensión de esos
otros idiomas, los de los ríos sobre todo. Hay quienes los prefieren mudos, sean de montaña o de llanura
o lagos. Creen que conversar con la naturaleza es cosa de locos o poetas o
pescadores, gente rara.
Muy acertada la metáfora. Como ocurre con los idiomas, sólo a través de la práctica y a base de perseverancia se puede aspirar a entender lo que nos dicen los ríos. Como siempre, un placer leerte. Un saludo
ResponderEliminarAhí estamos, estudiando siempre idiomas nuevos, de ríos y peces...
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