Cuando le
conocí M. andaría ya por los sesenta, divorciado, con dos hijas ya emancipadas,
se había pasado la vida entera metido en las oficinas de una empresa minera que
ahora iba a cerrar a pesar de las últimas luchas y de la marcha a Madrid. Había
tenido la suerte de vivir cerca de buenos ríos trucheros y de tener un trabajo
que no le había llenado los pulmones de tierra negra como a muchos de sus amigos.
Estaba en la calle, con una indemnización ridícula tras haber sido durante veinticinco
años un eficiente contable y una pensión insuficiente que le permitiría vivir
regular de ahora en adelante.
Cuando nos
encontramos en un master de pesca del norte, tras contarme el derrumbe laboral y
los dudosos planes de futuro de la mayoría de sus compañeros que ahora se pasaban
“los lunes al sol”, me dijo que se
pensaba tomar “un año sabático pescando a
destajo y leyendo un montón de novelones policíacos que tengo pendientes”. No
le creí demasiado. “Además este país se
va a convertir en una mierda y yo no quiero estar cerca para verlo”. Comenzaba
la primavera del 2012. ¿Y dónde irás?.
“Lejos. Me he alquilado una cabaña en el
norte de Suecia para toda esta primavera y el verano. Luego ya veré”. Yo le
había hablado de aquel lugar así que me sentí un poco responsable de su locura.
“No te preocupes, que no me voy solo, me
llevo el Ladilla y el Truqui”. El Ladilla era su viejo todo terreno y el
Truqui un teckel mil leches que le habían regalado sus hija en un cumpleaños.
De vez en
cuando me manda un email con sus andanzas y pescatas. No escribe mucho, una
docena de frases y algunas fotos. Dice que pesca todo el día, elige el tipo de
río según su humor y los días de mucha lluvia se queda en la cabaña montando
moscas, leyendo novelas o escribiendo él mismo su primera novela
policiaca. Ha comenzado el otoño y sigue allí. Y ahora el invierno y no piensa
volver todavía. Me dice que quiere probar a pescar “haciendo un agujero en el hielo del lago”.
Tengo aquí uno
de sus últimos emails que he impreso en papel para leerlo cada vez que me
siento mohíno:
(…) Me he pasado casi toda mi vida trabajando en
algo que nunca me hizo feliz. Es cierto, he podido dar de comer a los míos, de
eso no me quejo, pero puse en ese trabajo, además de mi tiempo, mi inteligencia
y mi energía, muchas veces sueños e ilusiones, lo mismo que pusieron mis
compañeros mineros. Eso no nos lo pagaron y de eso no queda hoy nada, sólo la patada en el culo que nos han dado a todos. Pero no
quiero escribir que he malgastado mi vida, ni tampoco quejarme. Joder. Casi me da vergüenza escribirlo, pero ahora me
siento feliz. Los días que salgo a pescar puedo estar en los ríos o en los
lagos diez o doce horas. Me canso de pescar pero no me harto de pescar y eso
que llevo aquí ya seis meses sin hacer otra cosa. Cuando llueve no salgo para
no pillar un resfriado y me dedico a montar moscas y a leerme todas las
novelas que traje de España, ahora estoy con las Fred Vargas que tu me
recomendaste. A veces me bajo a la tienda del pueblo a comprara comida y hablar con algún vecino chapurreando
inglés y como aquí todos pescan es fácil pegar la hebra. Además hago
intercambio de conversación con una sueca nada menos, ella está aprendiendo
español y yo algo de sueco. Pero no te imagines nada, que no he ligado, además
le chica tiene la edad de mi hija J.
A mis años, que pensaba que ya lo sabía todo, he aprendido
aquí algo importante. Te sonará a tópico, pero es algo muy cierto. No aplaces
para mañana hacer lo que te gusta de verdad. No te creas que tu trabajo importa
algo más de lo que te paguen por él y no te pienses que todas las suecas son guapas,
hace cinco semanas vi a una que era medio fea. La vida pasa mucho más rápido que
el agua de esta foto que te mando y si te dejas llevar acabarás en el mar ese que
decía el funebrista de Jorge Manrique. Así que mucho ojo.
Otra cosa, también he descubierto que pescar no es
una afición, ni un deporte, ni un hobby, ni un entretenimiento, ni una pasión.
Pescar es una forma de estar en el mundo, de vivir. Desde que estoy
aquí no me he aburrido ni un segundo. Por la noche pongo la radio y me entero
de las infamias que estáis viviendo allí. Ya te dije que me temía lo peor. Voy a
volver esta primavera, se me acaba la pasta de la indemnización y pienso dar
mucha caña con mis amigos parados. Los jubilatas de España vamos a hacer la revolución.
Un abrazo. M.
(fotos de Francesc Luque) |
Envidiable, sinceramente.
ResponderEliminarGracias Revuki.
EliminarPrecioso, gracias por estos cinco minutos.
ResponderEliminarGracias a tí Jose Andrés.
EliminarMaravilloso, envidia sana desde luego.
ResponderEliminarGracias Mario. Un "exilio" así lo envidia cualquiera...
EliminarBuena reflexión y envidia sana.
ResponderEliminarGracias Manuel. Con la que está cayendo...
EliminarMuy oportuno, Ramón. Crudo el mail de M. y valiente el susodicho.
ResponderEliminarUn texto para hacernos reflexionar seriamente a los que estamos desde hace tiempo en el lado que cae.
Un saludo
Emilio
Y tanto, No hay que olvidar nunca el "Carpe diem". La esperanza de vida de un español en 1900 era de 34 años, por lo tanto siento que estoy viviendo muchos años de regalo....
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