Camina por la orilla al acecho, con lentitud, silencio,
tranquilidad, placer. Una tarde de noviembre con sol, veintidos grados, cero viento, agua
transparente y una soledad absoluta es un raro gran lujo. Usa como señuelo una
hormiga hecha por Paco Redondo y un abejorro montado por Jesús Azorero. Los
barbos suben, toman sin recelo la mosca, pelean con furia, se van luego nadando.
Uno, dos, tres, doce. Luego se sienta en un trozo de hierba rala a mirar los
bandos de grullas, esta vez tan altos, las encinas cuajadas de bellotas a punto de caer, y el frente tormentoso que se acerca por
el oeste a buen ritmo.
A él un ciervo, aunque sea bambi, le deja más bien frío, tampoco
siente especial ternura por un conejito desde aquel cuento de Julio Cortazar o
por un oso panda aburrido de comer bambú correoso. En cambio el empeño de un
escarabajo pelotero le conmueve o la proeza gimnástica de cualquier saltamontes
o la belleza esmeraldina de una graellis o la rareza de aquella polilla que Charles
Darwin se empeñaba en decir que existía, como un fantasma, un expectro o un
hada, pero que nadie había visto jamás. Incluso se hacían chistes y bromas
sobre su deducción a partir de la extraña flor de una orquídea de madagascar,
la Angraecum sesquipedale, llamada también, luego en su honor, orquídea de
Darwin o estrella de Belén. Esta flor tiene un “espolón” muy estrecho -la parte de los sépalos, o pétalos que sobresale
hacia fuera desde la base del cáliz- de 20 a 35 centímetros de longitud.
La famosa polilla fantasma, la Xanthopan morganii predicta (“predicta”
por fue predicha por Darwin) no se descubrió hasta 1903. El bicho tiene una espiritrompa
de 30 centímetros y no fue filmada
libando hasta este siglo XXI, ciento cincuenta años después de que el bueno de
Charles dijera que debía de existir una mariposa nocturna con la lengua más
larga del mundo que se alimentaba en exclusiva del dulcísimo nectar de la
preciosa Orquídea Angraecum. Así era nuestro Charles, siempre metiéndose en charcos,
polémicas y trifulcas enormes.
Luego, ya en casa, con el brazo cansado y los ojos agradecidos
vuelve a aquel texto de Darwin:
“Temo que el lector se
harte, pero debo decir unas palabras de Anagraecum sesquipedale, cuyas grandes
flores de seis radios, como estrellas de cera blanca como la nieve, han
provocado la admiración de los que han viajado a Madagascar. Un nectario verde
y con forma de látigo de increíble longitud cuelga bajo el labelo. En varias
flores enviadas por Mr. Bateman encontré nectarios de 11 pulgadas y media, con
sólo la última pulgada y media llena de un néctar muy dulce. ¿Cabe preguntarse
cuál puede ser la función de un nectario tan desproporcionadamente grande? Creo
que debemos darnos cuenta de que la fertilización de la planta depende de esta
longitud y de que el néctar esté contenido en su extremo inferior. Es, sin
embargo, sorprendente que algún insecto sea capaz de alcanzar el néctar:
nuestras esfinges inglesas tiene probóscides tan largas como su cuerpo ¡pero en
Madagascar deben existir mariposas nocturnas con probóscides capaces de
extenderse entre 10 y 11 pulgadas”
La fecundación de las
orquídeas; Charles Darwin, Universidad Pública de Navarra, Editorial
Laetoli, 2007.
Todos los pescadores a mosca buscamos maravillas, deducimos lo
incógnito, imaginamos polillas con trompas gigantes y ríos transparentes y peces de oro y libros deslumbrantes.
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