Dibujo de Blue Dun Art |
Me
maravillaban las luciérnagas. Al principio las atrapaba las noches de agosto
bajo una adelfa del jardín para intentar llevarme su luz a mi habitación, Allí me encontraba con un escarabajillo gris y feo. Pronto
comprendí que su magia sólo funcionaba en libertad.
Me
impresionaban las ranitas de San Antonio. Si color verde no era de este mundo.
Su grácil fragilidad y su belleza hizo que, inexplicablemente, jamás me llevase
ninguna a casa para observarla dentro de un tarro de cristal.
Me
deslumbraban los martines. Una chispa celeste cruzando el río a ras de agua. Una
vez encontré uno muerto en la arena de la orilla y pude ver de cerca su intenso azul metálico y su
diseño de pescador perfecto.
Me intrigaban
las truchas. Vivas eran unos animales astutos y hermosos, con una piel llena de colores
distintos y una fuerza en sus músculos que me parecía imposible que saliera de
un cuerpo tan frágil. Sin embargo muertas lo perdían todo, sólo eran pescado
reseco, flácido y opaco. Decidir devolverlas al agua me pareció una decisión muy fácil.
Entonces,
cuando las luciérnagas, las ranitas de San Antón, los martines y las cestas de
truchas muertas, yo me vestía con unos vaqueros rotos, una camiseta vieja, un
sombrero de paja medio roto, unas zapatillas de lona y una larga caña de bambú cortada y
secada a conciencia por mi abuelo Fernando. Consideraba de lo más natural que
en las ilustraciones del libro de Mark Twain, tanto Tom como Huckleberry se
vistieran así, como yo en el verano, todo el día junto al río.
Hoy me resulta
extraño pensar que hace muchos años estuve viviendo en un libro de Mark Twain. No
he vuelto a ver luciérnagas, y hasta dicen que los insecticidas están acabando
con las abejas. No he vuelvo a ver ranitas de San Antón, los mismos pesticidas
o el cambio climático está afectando a su sensibilísima piel. Aún contemplo
cruzar, de cuando en cuando, la chispa azul del martín, no sé por cuanto
tiempo. Al menos me queda la felicidad de ver salir a la trucha de mis dedos
como una centella de colores.
Una lástima el comprobar cómo la biodiversidad se reduce drásticamente en nuestras proximidades: el ser humano moderno es incompatible con la vida natural. Esperemos seguir viendo martines y soltando truchas muchos años más. Eso será una buena noticia para la vida.
ResponderEliminarAsí es. Mira en China, ya sin abejas...
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