miércoles

ARTISTAS

Moscas de W. Blacker

¿Es la creación de señuelos un arte? Es por supuesto una artesanía por lo que tiene de trabajo manual, aplicación de técnicas precisas, fabricación de objetos elaborados en los que el artesano además de su tiempo, su saber  y su pericia, pone su cariño y su energía. Pero también es un arte por la creatividad que permite y porque el  montador imprime en ese objeto su peculiar estilo o firma. Además existe su mercado, sus coleccionistas, sus montadores celebritys pasados y presentes.

El hijo pescador admira mucho a esos artistas como Jesús G. Azorero que convierten una mosca salmonera en una pieza exquisita más minuciosa que un Dalí o a Sergio Córdoba que transforman una imitación de ninfa en un maravilloso objeto hiperrealista que sería la envidia de Antonio López si este fuera pescador o a Paco y Tasio Redondo que son más prolíficos y tienen más imaginación haciendo moscas que Joan Miró. Hay muchos más, artistas-pescadores, Joaquín Herrero, Álvaro de la Puente, José A. Moyano, Lizárraga... Pero su arte, sus obras, valen mucho más que las de esos pintores cotizados (dejemos aparte al grillado de Antoni Tapies que decía que sus cuadros no sólo eran los mejores sino que eran además curativos, literal). 

Puedes enmarcar esos señuelos para admirar su perfección o puedes atarlos a un sedal y pescar con ellos una trucha de belleza indefinible incluso por el crítico más experto porque la naturaleza fue dando diminutas pinceladas durante miles de años en cada una de sus traslúcidas escamas. Recuerdo que el gran Leonardo da Vinci admiraba la mágica belleza de las escamas y de las plumas. Los mayas elaboraban tocados con miles de plumas de Quetzal y de otras aves porque pensaban que reflejaban los secretos colores de los dioses.

Uno apenas llega a artesano. Fabrica sus señuelos con torpeza, con poca gracia, con escasa simetría o armonía. Así que me queda la admiración hacia todos estos artistas pescadores. De algunos de ellos tengo moscas, pero no las enmarco, no puedo, las llevo al río a que las vean las truchas. A veces queda alguna enganchada en un árbol y bajo una piedra y no puedo recuperarla, otras veces  acaban maltrechas por las bocas de los peces. 
Soy poco fetichista. Mi museo son las fotos de las truchas que admiraron también esas creaciones preciosas, casi “curativas”, como Tapies.

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