Les hice
vadear varias veces. Mañana fría, cubierta, no del todo inhóspita. Quietud, silencio, soledad absoluta más
allá de nosotros. Les dejo lanzar primero a ellos, les indico posturas y
sitios secretos. Aún así yo toco las truchas y no ellos. Tal vez les falte aún la
malicia, la voluntad de intentar que el señuelo esté siempre en el agua
pescando, insistir, rastrear, tener bien despierto el sexto y el séptimo
sentido. Y también el octavo. Pero tienen paciencia y empeño. Más que yo.
Siguen bajando conmigo a ese río en el que no abundan las truchas y las pocas
que hay ya se las saben todas.
He disfrutado
mucho de esas horas en su compañía. He sonreído por su excesivo temor al vadeo, su lentitud cuando pisaban agua, su insistencia en los lances cuando yo
lo decía (aunque no tuviera nada que enseñarles), su agotamiento al final
tras esa caminata monte arriba que es un verdadero rompepiernas.
Vadeando
aprendemos que no hay paso seguro, que el fondo es siempre incierto, que todas
las piedras resbalan y que del agua helada apenas nos separa la suerte, la
experiencia y el instinto. Vadeando descubrimos que el equilibrio es muy
importante y que siempre hay que estar frente a la corriente que empuja con fuerza pero sin
maldad, evitando las prisas y las pausas, el temor, las certezas o
los fatalismos.
Ayer vadeamos
juntos varias veces. Al final lo hacían bien, con menos miedo, sin ayuda. Yo creo que se
han dado cuenta en este último paso. Este río es su amigo.
Aprender equivocándose. Tener miedo y que alguien te lo quite . Insistir y por fin conseguir una picada viendo la trucha saltar y la alegría de compartirlo con quien te enseña. Soy muy torpe en esto, apenas estoy comenzando, pero me gusta, nunca es tarde para aprender sobre todo teniendo un buen maestro a tu lado . Gracias hermano.
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