De vez en
cuando pasa, es la chispa, el resplandor, la herida en la memoria, la picada de
una trucha grande que se va sin pasar por nuestros dedos. A veces es una visión
fugaz que no permite evaluar en detalle medida y peso; otras, en cambio, los
ojos y el brazo del pescador hacen una precisa revisión del pez que mordió el
señuelo un segundo y consiguió zafarse en pleno duelo. Como ayer.
El pescador
pudo ver la trucha, curiosa, acercarse y luego desentenderse de la golosina.
Nuevo lance, ahora sí, el animal muerde, clavamos, pero tras arquear dos veces
su cuerpo se desengancha y huye sin demasiada prisa. Agua tranquila al filo de
la corriente, menos de un metro de profundidad, la luz de las once
transparentando el fondo. Un ejemplar soberbio, gordo, cabezón, de los que
hacen sudar al pescador si la batalla sigue hasta la sacadera. De las que se
quedan a vivir en el recuerdo muchos días y luego, en la memoria, se ponen a
nadar ya para siempre.
Pero hoy es
lunes y el pescador la tiene ahí metida escapándose de su anzuelo una y otra
vez como un disco rallado. Imaginando la ninfa que le hará picar otra vez.
Planeando la meticulosidad con la que va a rastrear la poza entera. Quemando la
impaciencia de tener que esperar los seis días que le separan del lugar del duelo.
Sin embargo
dejará los primeros lances para su hijo el pescador, los primeros instantes en
ese lugar del río, las mejores posturas de la tabla. Los primeros minutos. Tampoco más.
Así, así, que aprenda. Ya tenemos aquí la temporada. A ver si vuelvo a ir a pescar, que este retiro invernal ha sido demasiado largo y mi blog se está resintiendo. Un saludo
ResponderEliminarEs verdad, los inviernos inactivos son duros. Pronto tendremos experiencias para alimentar las escamas doradas.
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