Le propone al
hijo pescador ir al coto de G. donde abundan los peces y es muy entretenido
subir por la selva de la orilla tocando truchas rabiosas, o al tramo libre sin
muerte por encima del puente de T. que llevaba muchos años vedado y debe de ser
fácil que esas truchillas montañesas muerdan lo que les eches.
Pero él dice
que prefiere pescar los tramos bajos de la garganta J. Un lugar en el que las
truchas escasean y hacer un bolo es lo habitual. Un río en el que hay que darse
un buen paseo antes de comenzar a pescar y un largo paseo después, monte
arriba, cuando las piernas ya no están para muchos derroches. El premio es una
trucha grande de cuando en cuando pero el azar o la suerte juegan casi siempre
a favor del pez y en contra del pescador.
El hijo, con quince años, ya mide cuatro o cinco centímetros más que él. Le dice entre bromas y veras que en el río la altura es una ventaja para ver mejor y lanzar más.
Cuando él
tenía quince años no hubiera dudado dónde ir a pescar el domingo, facilidad y
abundancia siempre eran mejor que esfuerzo y escasez. Le ha costado muchos años
entender el valor de lo escaso, el premio del esfuerzo. Sin embargo el hijo
pescador ya entiende y prefiere lo difícil. Pero: ¿será buena elección?,
¿positiva preferencia?, ¿mejor opción vital?, ¿práctica ética? No parece que
el mundo funcione con los principios del mosquero andante. Funciona la ventaja,
la trampa, el atajo, los resultados, el éxito, lo fácil, lo oportuno, ganar
caiga quien caiga y dan igual las formas o los medios.
Pero es tonto
también el esfuerzo porque sí, este buscar lo difícil y lo escaso sin sentido, por sufrir. No es por eso –dice el hijo pescador– Prefiero una trucha grande y
sabia a veinte pequeñitas.
El pescador ha necesitado muchos años para descubrir que se aprende
mucho más del frecuente fracaso y del extraordinario éxito, de pensar y meditar
una y mil veces el porqué y el cómo, de soñar con ese logro que llegará por
fin, tarde o temprano. Y si no llega…
...recuerda entonces el verso aquel del bueno
de Machado y se lo recita al hijo pescador:
Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
- así en la costa un barco - sin que al partir te
inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.
Quizá vivir en la costumbre del éxito fácil y tramposo sea útil a corto plazo, pero no prepara contra los reveses que siempre da la vida. En cambio, vivir en el esfuerzo, en la derrota, ayuda a apreciar el éxito como se merece. Ante todo, con lo poco que conozco de tu hijo el pescador, y lo que dejas entrever de ti mismo a través de esta ventana, estoy seguro de que llegará a ser un buen hombre. Un abrazo
ResponderEliminarEste finde promete. Llueve. Por aquí ha llovido bien poco este invierno. Por fin la lluvia, el río y el hijo pescador a mi lado, caminando.
EliminarY pronto iremos a los barbos.