viernes

ESTHER Y DOÑA MARGARITA


1. Hoy va caminando deprisa por las palabras igual que camina por los ríos, igual que pesca rápido, sin miedo, sólo, envuelto en la levedad y la alegría. Antes le gustaba recordar las piedras preciosas que habían reflejado algún secreto de su vida. Cierta esmeralda grande y opaca que engastó en el ombligo de una mujer madura, una diorita rallada que se convirtió en anillo de desamor, un trozo de jade en forma de pez que vino del Pacífico o una diminuta perla que encontró en una ostra arrancada para ella de una roca del Cantábrico.Al final solo atesoraba objetos sin valor: la cuchara de campaña de un general ruso muerto en el Jarama, un trozo de acero de un bunker de Normandía, varias puntas de flecha de silex, la primera Kodak Baby Brownie de baquelita que usaba su abuelo, un pequeño cuerno de reno que pescó en su primer viaje al río Kustjoan... pequeños trastos, chatarra del pasado. De todo aquello sólo le queda la diminuta perla.

2. El excepcional tesoro visigodo encontrado en la huerta de Guarrazar en 1858, no lejos del río Tajo, lleno de coronas y cruces que fueron fundidas, expoliadas y vendidas por ahí, contenía 169 perlas de regular tamaño. La corona del rey Recesvinto y sus perlas se pueden ver en el Museo Arqueológico de Madrid. Pero poca gente sabe que hasta el siglo XVIII la mayoría de las perlas no eran de ostras de mar sino de mejillones de río. Sin embargo, a pesar de la extracción intensa y constante de esos mejillones para buscar sus raras perlas nunca se agotaron ni se extinguieron. Ha sido nuestro siglo XX quién ha aniquilado a las náyades. Ya no quedan mejillones perlíferos en casi ningún río de España porque los ríos no están limpios, ni corren, ni tienen truchas. Las náyades en la mitología eran seres de gran longevidad, podían vivir miles de años, incluso cientos de miles, pero si su hogar, ya fuera una fuente, un pozo, un manantial, un riachuelo o un río se secaba o era envenenado, se morían. Él había conocido a una Náyade en otro tiempo así que relee ahora lo que escribió de ella:

3. El día parece crujiente, como recién hecho para morder una esquina y saborear lo dulce y lo salado. Los colores intensos se ablandan bajo el bosque de hojas nacidas hace un mes o quizá menos. El agua suena al lado y les enfría el aliento. Los días son ya muy largos y no hay nada delate o detrás que pese demasiado en sus historias.
Ha pescado desde el amanecer metido en el río sin cuidado y ha llegado al lugar de la cita un poco antes. No le importan las hormigas que le cruzan por encima, ni las abejas curiosas, ni el sol que le roza con fuerza ahora en el cuello. Ella baja por la senda enredada en un vestido de flores como una campesina francesa de película y lleva la mochila gris con las viandas, la manta vieja y el cassette.
Recuerda bien el día a pesar de los años. El terciopelo del musgo que hacía de almohada, su voz cantando a coro con la suya una canción de moda, la timidez precisa, más tarde tan pequeña, las palabras proponiendo viajes que luego nunca harían, el latido de su corazón midiendo después la larga siesta. Recuerda el sabor del vino y de sus labios, el cansancio que le hace abandonarse como jamás lo hará luego, sus manos haciendo bocadillos y él contando la aventura, la trucha que se fue, el color del agua justo en el borde en el que se hace más oscura, el brillo de la lucha y la complicidad malvada de unos helechos secos y gigantes donde se enredó el sedal.
Luego se fueron juntos, anocheciendo ya, ella con su disfraz de campesina de peli de Chabrol y él con el de pescador casi adolescente. Subieron por el bosque de alcornoques, cruzaron por unos cerezos con las flores ya en el suelo. Mañana era domingo. Quedaron después, al filo de la noche, para beber cerveza en el pub Luna. Volvió a sonar allí esa canción y se sintieron cómplices de tanto azar propicio y tanto porvenir.
Tanto años después, pescando esas orillas, él siempre los ve en ese momento, la Náyade y el pescador, compartiendo la vida y la manzana, el vaso de vino y el abrazo, el ronroneo del agua en el futuro. Ya no sabe quién es o dónde estará ella pero le sale tararear aquella cancioncilla y mirar en la sombra donde se fue la trucha y probar suerte.

4. Todos los pueblos del mundo han venerado y sacralizado a los cursos de agua, las fuentes, los lagos, los arroyos. Mesopotamia, Egipto, Siria, China, India, Persia… Hoy siguen existiendo pueblos que continúan con sus abluciones, rezos, bochinches y baños purificadores sin  importarles que el río no este limpio o que, como en el Ganges, bajen los cadáveres por la lenta corriente a medio incinerar, convertidos en alimento de cocodrilos, gaviales y peces. Nosotros, libres ya de trascendentalismos y dioses, seguimos sintiendo un cosquilleo especial cuando en lugar de bañarnos en la aséptica y azulona piscina nos adentramos nadando en las aguas profundas y oscuras de un río, tocando con nuestros pies las piedras y limos del fondo, sintiendo que nos rodean los peces y las algas pero también el remoto recuerdo de las náyades, las ondinas y los tritones. Tal vez para nosotros pescar también sea eso, una forma inconsciente y laica de purificación liberadora. El agua nos cubre, refresca y acaricia aunque sea a través del vadeador. Vamos al río a tocar truchas pero también para alejarnos, olvidarnos, dejar atrás la vida urbana que nos pesa y agota. Pescando nos limpiamos de toda la suciedades, rutinas, miedos y pesares. Ya sólo estar en el río, en medio de la corriente, somos otros más jóvenes e intrépidos, más sabios y más libres.

5. Náyade. Ostra perlífera de agua dulce. Freshwater Pearl Mussel, Margaritifera margaritifera. El mejor bioindicador de la salud de un río. Crece con un lentitud que nos desarma en este tiempo de velocidad y prisa. Puede vivir cincuenta o ciento cincuenta años y eso nos desconcierta, ¡una vulgar almeja que vive más que un hombre! Esta que ahora filtra los barros del progreso ya vivía cuando tu padre era niño y por aquí nadaba sin saber el color oscuro del futuro. Pero ahora las náyades beben metales pesados, plaguicidas, todos esos venenos que inventamos para ganar dinero. Sufren los ríos parados, ya sin oxígeno, las microcentrales que rompen el fluir del agua, la contaminación urbana y agrícola que pone el agua verde, la enturbia y asfixia los mejillones, o la aparición de otros peces que no le sirven para crecer en su etapa larvaria. Porque Margaritífera depende de la trucha común y del salmón del Atlántico para vivir y esa dependencia le parece al pescador también magia y mitología o misterio y ciencia. Las larvas de la náyade crecen agarradas a las branquias de estos peces y no de otros, sin ellos, sin la limpieza del agua y la abundancia de truchas a las que agarrarse, no puede alcanzar la madurez. Esta larva se llama glochidium, del griego “pequeña punta de flecha” y mide sólo 0,05 milímetros cuando se deja llevar por la corriente tras salir de la madre y se agarra a una trucha durante varias semanas hasta crecer 0,5 milímetros. Entonces se suelta, deja su aventura veloz y surfera a lomos de una trucha y ya se pasará la vida entera entre la grava, filtrado su comida y moviéndose con extrema lentitud. Veinte años después podrá reproducirse si el río no se ha secado, contaminado, colmatado... si sigue limpio, fresco, oxigenado y lleno de truchas. Demasiadas condiciones.

6. Ayer, pescando con Santi, Raúl, Daniel y Ernesto en uno de estos ríos de Zamora que siguen libres y salvajes me acordé de una esmeralda opaca, una tarde con una adolescente salida de una peli de Chabrol, un verano de la infancia nadando en un Tiétar más limpio y de la rara vida de "doña margarita" y su amiga Esther.
Porque en algunos ríos de España, intrépidos hombres y mujeres de ciencia empeñan su tiempo y su saber para que no desaparezcan estas "divinidades de las aguas" y logran reproducir en cautividad ese delicado proceso inicial de la náyade hasta que se suelta de las agallas de las truchas. Son científicos anónimos que luchan por que los ríos, donde aún vive este tesoro, sigan limpios, frescos y corrientes. Esta es la historia, la preciosa historia, de la bióloga Esther Peñín y su empeño en criar delicadas Margaritíferas margaritíferas en el río Negro, en Zamora. Va para ella nuestra admiración y nuestro apoyo.



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