domingo

12 OCTUBRE


Los peces se engolosinan comiendo en superficie y a él le gusta pescar con hormiga de ala en el río. Así se aparta por unas horas del ajetreo de la calle, el regateo con los compradores de la mañana, asentar las mercancías que traen los arrieros de muy lejos, escribir en los libros los costes y luego las cartas a los proveedores lejanos que se han convertido en íntimos amigos sin haberlos visto nunca. Luego, pocos días después, ese maldito año de 1492, aquellos reyes sucios propiciaron la infamia y miles de españoles se vieron obligados a cambiar de nombre, de costumbres alimenticias y de superstición. Al final su familia decide irse y no seguir fingiendo o sufriendo castigos. Primero a Portugal y luego más lejos. Llegan sin nada a Salónica. La ciudad turca es su hogar desde entonces. Todavía guardan las llaves de las casas que su familia tenía en Plasencia, Talavera la Vieja y Hervás. La lengua franca de la ciudad ha sido desde entonces el español sefardí. Luego llegó el incendio de 1917. Miles de personas se quedan sin casa. Los suyos son expulsados a las zonas peores de Salónica. Ese mismo año comienzan las primeras medidas racistas del nuevo gobierno griego.

Le gusta pescar con hormiga de ala al principio del Otoño, antes de que lleguen los fríos repentinos desde la estepa rusa. Las nuevas reinas salen de los hormigueros y se dejan llevar por el viento para fundar otras colonias aunque la mayoría se convierten en un festín para pájaros y peces. Cuando vuelve su hijo se acercan a pescar barbos y truchas al río Vardar en su Ford T recién comprado. A pesar las nuevas complicaciones legales, el tren a Estambul ha convertido su trabajo en un negocio prospero y pueden permitirse tener tiempo libre. Su hijo le ha comprado en Londres una caña de fino bambú y unas raras hormigas hechas con plumas e hilos de brillante seda negra. Luego llega aquello que no tiene nombre. Primero Cracovia, Varsovia, Praga... Pero en Salónica, ese 1941, de 56.000 personas censadas, 54.050 son convertidas en ceniza y humo en Auschwitz, Bikernau y Bergen-Belsen. Miles hablaban español. Tú te hubieras sentido allí como en casa. Tú te hubieras entendido en la ciudad con cualquiera aunque tu acento sonase allí algo raro. Pero de todo aquello en España sólo hay olvido y silencio. Años más tarde, por los cincuenta, Josep Pla viaja a la ciudad y cuenta en un libro aquel horror. Pocos lo leerán. La vida de esos españoles y del resto de los judíos de la ciudad ha sido borrada para siempre del mapa.


Le gusta pescar con hormiga de ala y aprovechando la firma de un contrato con una mina cacereña de wolfran han tenido que volver a final del verano a España. El y su hijo mayor escapan de la aniquilación de Salonica por ese azar. Luego les anulan los pasaportes y las cartas de crédito. De nuevo sin nada, antes de salir de allí, se acercan a Talavera la Vieja con sus cañas. El Tajo baja manso a pesar de la primeras lluvias. Estoy seguro de que a tí te hubiera gustado conocer el río así. La que fuera su casa sigue en pie. El agua esta llena de hormigas y peces glotones. Años después, ya lejos de su antigua patria, se enteran que aquella pequeña y prospera ciudad también ha sido destruída. Comienzan una nueva vida ya muy lejos de Europa. En 1961 pueden hacerse con un pequeño refugio en la Columbia británica. El pueblo más cercano se llama Terrace y está cerca del río Skeena. Allí vuelven todos los años a pescar y hablar a los peces en español antiguo. El hijo pone un disco de Dylan que ha comprado en una tienda de Vancouver en la que trabaja una chica que se llama Elena de la que luego, tres años después, se va a enamorar:

I've stumbled on the side of
Twelve misty mountains
I've walked and I've crawled on
Six crooked highways
I've stepped in the middle of seven sad forests
I've been out in front
Of a dozen dead oceans
I've been ten thousand miles in
The mouth of a graveyard
And it's a hard, and it's a hard
And it's a hard, and it's a hard
And it's a hard rain's a-going to fall (...)



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