martes

BICHOS II


Pintura de Josh Udesen

Pocas veces una imagen vale más que mil palabras, pero las veces que lo vale puede no que lleguen todas las del mundo para explicar lo que entienden los ojos.

Los peces y los ríos que los habitan importan a poca gente, mucho menos les importan los bichos que viven allí abajo, en el envés de las piedras y que tienen forma de diminutos marcianos. No vale para cambiar esta ignorancia ni miles de palabras, ni puñados de imágenes de ríos aniquilados, masas de peces muertos, agua convertida en veneno. Nunca salen en esas imágenes los bichitos, los insectos que habitan en las sombras, la diversidad que se arrastra, se entierra o nada agarrada a las rocas. Sólo los pescadores. Cuando intentamos imitar sus formas y colores nos rendimos deslumbrados ante tal maravilla, ante tantos pequeños detalles complicados, ante el barroco diseño que la naturaleza dibujó en seres tan extraños y tan bellos. Hay pescadores que se vuelven locos intentando acercarse con realismo a esas larvas, los más apenas nos acercamos, nos conformamos con el impresionismo de un grosero montaje o nos rendimos y acabamos fabricando unos cuantos fáciles perdigones.

La vida de verdad es sobre todo esta, la de esos bichos tan pequeños que llevan millones de años habitando el mundo, sin ellos no habría peces ni pescadores, ni tampoco belleza, flores, palabras. Mi hijo pescador levanta una piedra sumergida en la corriente y descubre el bullicio, la prisa por esconderse y volver al agua y a las sombras. Toma un puñado en la mano y los mira de cerca. Nadie los admira ni escribe poemas con sus raros nombres, nadie se acuerda de ellos cuando agoniza un río, pero lo son todo. Son como las palabras, parecen casi nada, pero las miras de cerca, encima de la mano y te deslumbran.

Le digo a mi hijo el pescador que yo siempre los siento, los imagino allí escondidos cuando piso las piedras. ¿será que tienes rayos X en los ojos? porque yo no me acuerdo casi nunca de ellos. Me dice. También veo las raíces de los árboles que forman este bosque de ribera. Hay que saber mirar, imaginar no sólo las posturas de los peces, no sólo leer el agua sino el resto de libros de la biblioteca que guarda el río. Vuelan caenis y dánicas madrugadoras, libres por fin de su infancia de agua. El sol nos calienta y vuelve el silencio. Una trucha se ceba más arriba.

Sopa de letras fabricada con las palabras más frecuentes de mi hijo el pescador.

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