Tan
complicados aprendizajes son los de ganar como los de perder. Ganar suele ser
poco frecuente, perder suele ser la norma de vivir, pero es muy difícil armar
con palabras todo esto para que lo entienda el hijo pescador. Lo aprenderá con
el tiempo, él solo, con sus pequeños triunfos y sus repetidos fracasos en
aventuras, suertes, trabajos, amores y ríos.
Aún así, al
pescador le duelen más los fracasos del hijo que los suyos y se alegra mucho más
de los éxitos de él que de lo propios. En la vida, en el agua.
Ayer, de
vuelta a la ciudad, estaba contento con su caña nueva montada
por Najerilla, por el viaje juntos y por haber estado un rato tocando el mar Cantábrico y la arena de la playa de los Locos, de una de las mejores playas para el surf del norte.
Aprende el
pescador de todo lo que al hijo le apasiona, el surf, la nieve, cocinar,
pescar, un libro nuevo, viajar… y
mira con sus ojos todo esto de ganar o de perder, del éxito fútil, de los
fracasos por venir. Sin ser masoquista, le dice, le cuenta, le explica, que él
ha aprendido a saborear con placer también esos fracasos y derrotas. Quizá
porque en el río, buscando o peleando con las truchas, todo eso de fracasar o
triunfar es siempre relativo.
Luego, ya muy
tarde, en la soledad de la noche, lejos de él y de sus sueños, el pescador ha
montado la caña de Najerilla, le ha puesto carrete y línea y ha sopesado su equilibrio.
En unos meses la empuñará el hijo pescador y con ella fracasará y triunfará,
vivirá días de bolo y días de tocar algunos o muchos peces.
Los objetos no
tienen alma pero a veces si la tienen. Le metemos la nuestra y otros la sienten cuando los tocan. Yo, que no creo en nada, dejo parte de mi alma de pescador
en todas estas cañas con las que pescará él. Deseo que con ellas triunfe y
fracase muchas veces y que todas esas veces sea feliz el hijo pescador.