miércoles

ESPERAR


Esperar. Dentro del agua. Fría. Comienzan a volar las primeras efémeras. El sol va rozando las hojas grandes de la chopera. Sientes la corriente. La lentitud de la tarde. Subes un poco más. Hasta el recodo. Comienzan a comer las grandes. Siempre hubo poco tiempo. Incluso cuando comenzaron tus veinte años o tus treinta. Tal vez has aprendido. Bien poco. Casi nada. A esperar ya sabías. A no hacer. Lanzas. La mosca deriva y luego se para. Entonces come. No quieres volver. Sólo esperar. Respirar la tarde. Volver a lanzar. Sentir el movimiento de las algas.

Luego conduces de vuelta. La carretera esta llena de gente que sabe de memoria ese camino. Mañana. Quehaceres. Calor. Nadie. Echas de menos de pronto al mes de marzo. Madrugar. Lluvia. Tiempo. Vas a cumplir años. La ciudad ahí. El río detrás. Sobrevivir. Festejar. Por el tiempo regalado. El que tú regalaste. El que te regalaron.


sábado

NORTE III


Volver a un río es volver a un libro. En ellos hay palabras y recuerdos, otros que los tocaron antes, lecturas diversas, frases memorables, páginas perfectas y sobre todo tú, lector, protagonista total de esos momentos, propietario exclusivo del placer que el agua o el papel guardan a veces.

He vuelto al río. Esta vez con amigos, con mi hijo el pescador y con los hijos de los amigos pescadores, pescadores también. Compartir. Ese extraño prodigio que nunca parece fácil de lograr. Compartir aire, tundra, bromas, camino, abedules, horizonte, truchas, tiempo. Sobre todo tiempo. Lo único precioso, tras el tesoro de la salud, es el tiempo abierto, diluido en un paisaje, alejado de medidas, respirable, nuestro.

He vuelto al libro. Esta vez con amigos lectores, pescadores también. Compartir las palabras. Ese extraño milagro que tramamos aquellos que escribimos. Y compartir en ellas, en las palabras de este libro, sol de verano, turba esponjosa, agua transparente, truchas glotonas, bosques de abetos, baños en torrentes, sobre todo entusiasmo y tiempo. A eso aspiran los textos, a regalar tiempo, un poco más, pausarlo, estirarlo, regalarlo, ojalá que abolirlo. Lo único precioso, tras el tesoro de la amistad, es esa clase de tiempo al que nadie ha puesto precio y que intentamos guardar en las páginas de un libro por si alguna vez nos falta o si en el futuro necesitamos constatar que todo fue verdad.



martes

NORTE II


Subimos un brazo perdido del río. Turberas mullidas. Orillas enmarañadas. Bosque en penumbra. apenas indicios de los pasos de otros. La rasera se porta y vais sacando trucha tras trucha. Tú a seca, él a señuelo. El hijo pescador se da por satisfecho, pero tú no. Vamos a subir un poco más arriba. Siempre subir. Siempre un poco más. Otro pez. otro recodo. Otra cascada. Otra tabla. Otra forma de belleza que tocar. Nunca te cansas.
Luego, más tarde, más lejos, te enredas en los versos de Eloy Sánchez Rosillo que tan bien describen tu ambición dentro del agua:

Hasta el más miserable y más sin nada
conoce la belleza,
sabe qué es
y sabe dónde puede ir a buscarla:
en sí mismo; en el mundo.
No es posible vivir ni un solo día
sin intuir su rostro ni soñarlo,
sin que lo divisemos a lo lejos
o sin que caigan en las cercanías
de nuestra adversidad
unas pocas migajas de su gracia.





lunes

NORTE I


Volver de nuevo al río, siete años después, cuando la vida y su reloj extraño (a ratos siglos de silencio, a veces segundos de desdicha o tal vez viceversa) te dijo tantas veces que volver no era posible, que siempre era Comala y no Vailima, que la flecha de Einstein volaba hacia delante y la piel perdía siempre su brillo y su deseo, que todo lo que amabas siempre era destruido y no valía la pena ningún empeño o afán de atesorar. Aún así lo deseabas, volver (y siempre vuelves) a los ríos donde tocaste esa rara felicidad física que tantos dicen que no existe, a las aguas salvajes que una y otra vez, en esos días de regreso, te regalan el mundo y te protegen (y por eso te gusta aprenderte los ríos de memoria, pescarlos muchas veces, caminar por la orilla hasta que tu memoria se sabe sus sendas invisibles). Y has vuelto por eso.

Volver a comprobar que el oficio de padre es casi tan difícil que el de hijo. Porque nos falta eso, eso nos han robado, tiempo sin límite para estar juntos, sin horarios, tareas o sanciones. Nos dejan estar juntos solo a ratos y sólo para desempeñar nuestros papeles de padres y de hijos, de padres ignorantes, perdidos, sin fortuna, de hijos desconcertados, exhaustos, silenciosos. Pero no en el agua, no metidos allí entre cascadas y truchas, bosques enmarañados y noches abolidas por un sol que se empeñaba en mantener la luz a nuestro lado. En el río las edades y los roles de diluyen, desaparece ese abismo de tiempo que antes de estar metidos entre rápidos, abetos y abedules, parecía separar adolescentes de adultos, señores y muchachos. Allí ya sólo hombres, de nuevo y por fin niños.  Y has vuelto por eso.

Volver con ocho amigos: Manuel, David, Enrique, Alejandro, Javier, Ernesto, Guillermo y tu. Pescar sin prisas y sin pausa, caminar por la tundra, cruzar bosques, luchar contra miríadas de mosquitos, bordear cascadas, bañarse en gargantas que nacen en glaciares, tocas cientos de peces y de instantes que luego ya sabréis inolvidables y sobre todo compartir, sin tasa y sin horarios, compartir el río, la compañía, los cuidados, las comidas, todo el tiempo y las risas. Comprobar que todo lo difícil no es difícil, que lo que parecía escaso es abundante, que lo raro es cercano y que la plenitud no está en un lugar remoto ni es esquiva sino que está en nosotros a poco que queramos convocarla. Y has vuelto por eso.


BATAILLE



La inclinación de la tierra, su baile rotatorio por el cielo, el azar de habitar un planeta con agua, el magma, las placas tectónicas y el tiempo empujando hacia arriba estas montañas e inventando sus ríos, el despertar de los árboles y de los insectos, el color intenso volviendo al horizonte y tu ahí, metido en el agua, rozando con dos ninfas el fondo que no ves, saltando por las piedras pulidas por los siglos, deslumbrado un año más por la generosidad apabullante de la primavera.

Recuerdas a Robert Louis Stevenson "el mundo está tan lleno de riquezas y bienes que podríamos ser todos felices como reyes” o aquellas ideas de George Bataille, todos los sistemas vivos reciben la energía del sol, también la energía que nosotros tomamos a través de los alimentos o la que sacamos de las entrañas de la tierra para arrancar nuestros motores. Todos los seres vivos aprovechan esa energía para funcionar y crecer, para alimentarse y ser más. Pero el sol “da” sin recibir beneficio alguno, da sin esperar “recibir”. Su generosidad cósmica es convertida en usura por los humanos y es atesorada, vendida, desperdiciada, transformada en objetos que servirán para que se produzca escasez, enriquecimiento, desigualdad y basura.

La primavera te muestra todo esto. El murmullo de los insectos, el celo de los pájaros, el tornasol de la librea de las truchas que tocas, las hojas tiernas de billones de billones de plantas alzando al sol sus hojas a tu alrededor. Tú y Víctor seguís con las ninfas, Ernesto insiste en posar una y otra vez una mosca seca sobre el agua, Gui hace girar una cucharilla en los pozos oscuros de la zona más baja. El día va pasando y si os fijaseis bien, si no estuvierais concentrados en hacer equilibrios por la orilla intentando engañar a las truchas con vuestros distintos señuelos podríais ver todo eso, cómo la generosidad del sol mueve el mundo, cómo la vida salvaje pequeña, diminuta o gigante disfruta de la luz y el calor. Porqué no hay nada que no venga de esta estrella.

O tal vez sí os dais cuenta, algo por dentro se os mueve, una euforia secreta, un optimismo instintivo, una alegría animal, una forma de felicidad inexplicable que nace de estar allí, sumergidos en esta suave intemperie, envueltos por la vida más pura, lejos de cualquier duda o dolor como humanos conscientes. Bataille y Stevenson tenían razón. A los biólogos y geólogos les cuesta explicar tanta y tan inmensa maravilla. Millones de personas viven ajenas a este asombro, tal vez aprovechen el “óptimo climático” para atiborrar con su presencia las playas y los senderos, pero no se dan cuenta del enorme tesoro que es este planeta separado del sol por ciento cuarenta y nueve millones seiscientos mil kilómetros, y que tengamos atmósfera y agua limpia, y que apareciera la vida por azar y que estemos aquí, nosotros los humanos, ahora mismo, quién sabe por cuanto tiempo.

Seguimos pescando río arriba. Nos comemos el bocadillo sobre una piedra grande en la entresombra de un árbol aún con las hojas pequeñas, comentamos las truchas tocadas, los señuelos de éxito, la belleza evidente del sitio, deslumbrados un año más, otra vez, por este comienzo de abril, derrochando el tiempo, eufóricos como todo lo que ahora nos envuelve, también vivos.