miércoles

BAÑO


(dibujo a lápiz de Daniel Fazio)


Me gusta a veces pegarme un baño caliente en invierno, en la bañera. Pero me gusta más aún nadar en primavera y en verano en un río o una garganta de aguas frías y transparentes.

El agua pura y limpia es un privilegio. No se trata sólo de no derrochar o desperdiciar el agua. En España el 65% del agua la consume la agricultura, el 25% la industria y sólo un 10% es consumo doméstico, por la tanto son un poco irónicas o cínicas las campañas de ahorro del agua en el hogar. De los 3.500 litros por habitante y día en Europa sólo 250 litros corresponden a consumo doméstico. Y si pensamos en las aguas residuales o no depuradas quienes de verdad están envenenando nuestros ríos no son los hogares sino la industria y la agricultura. Los ríos en España están muy mal por muchas razones que todos conocemos pero también por el uso y abuso que de este recurso hace la agricultura y la industria, que no sólo consume el 90% del agua sino que también contamina el 95%. El ciudadano está cada día más sensibilizado ante esta cuestión y las campañas de ahorro de agua en el hogar están calado. No se puede decir lo mismo de los “hunos” y los “hotros”, que no se bañan, ni se duchan pero matan los ríos.

domingo

LLUVIA



Por fin la lluvia, torrencial o mansa. Frente al tópico de los poetas sobre la tristeza de la lluvia, a mi el agua del cielo siempre me ha producido una clara alegría.

Muchas veces he salido a pescar cuando comenzaba a llover y no sólo porque bajo el agua había momentos mágicos de actividad piscícola sino por esa alegría tan directa y tan primitiva que me producía estar ahí, metido en el río, rodeado del tiliteo de las gotas y los olores del bosque de ribera.

El agua escurría por mi impermeable y por mis manos, me salpicaba la cara y el corazón pero nunca sentía frío. Durante muchos años llevé un impermeable azul muy viejo que heredé de mi abuelo y que era excelente. Ahora llevo uno moderno, traspirable, del color de la tierra, pero me siento igual, a salvo, protegido, cuidado por la lluvia y el río, embriagado por el concierto del torrente en las piedras y de las gotas gruesas sobre las plantas y la superficie del agua. Murmuro entonces cualquier canción de memoria y el mundo parece otro muy distinto, más limpio, más salvaje, más refugio.

Tan vez porque, cuando sacaba un pez, brillante de agua, yo mismo me sentía entonces acuático, también mojado por fuera  y bien vivo por dentro. Tal vez porque algo en mi inconsciente tenía la certeza de que sólo el agua dulce de la lluvia daba vida. Sólo la lluvia alimenta y cuida de los ríos.

Para mi no hay nada más confortable. Otros imaginan cómodos refugios llenos de tecnología. Mi refugio, mi casa, mi sueño es un día de pesca y de lluvia con la única tecnología de la caña, el carrete, el sedal y el anzuelo. 
Con la única riqueza de tener un río vivo. Y tiempo.




miércoles

VIEJO



Apareció un día en mi río. Aunque era viejo se atrevía a cruzar el torrente en días de crecida y peligro. Algunas veces le espiaba desde lejos para comprobar su destreza con la caña. Le vi coger buenas truchas con aquel palillo de bambú tan endeble. Tuve que reconocer que era un buen pescador y como estaba jubilado su presencia en mi río se hizo habitual. No me quedaba otro remedio que adelantarle con discrección en cuanto le veía para pescar antes que él las mejores tablas y pozas. Pero muchas veces, distraído yo mismo en alguna buena corriente, quién me adelantaba con astucia era él. Las pocas veces que nos cruzamos en las sendas nos saludamos con un “¿qué hay?” que no esperaba conversación ni respuesta. Llevaba siempre un sombrero de fieltro muy usado, una camisa parda descolorida con bolsillos en el pecho donde guardaba las cajas de moscas y esa caña prehistórica de bambú refundido de tres tramos que manejaba con aparente torpeza y una jodida precisión de artista. Usaba una barba rala y canosa y unas gafas redondas de profesor trasnochado pero veía muy bien o intuía las truchas apostadas en los fondos oscuros y batidos.

Alguna vez le ví en el pueblo salir de la casona grande de la plaza que yo siempre creí abandonada. Por lo visto el forastero había vivido allí cuando era muy niño y ahora, ya retirado, había vuelto para pasar en esta tierra sus últimos años. Pocos más supe de él, nada de él quería saber en mi garganta, mi torrente, mi río.

A la temporada siguiente tuve una alegría. Al vejete le habían tenido que operar la rodilla. Andaba por el carasol con las muletas y se sentaba a la sombra de una acacia con el pantalón subido para que el aire cicatrizase bien el costurón. Por fin el río era mío por entero. Sin embargo, por junio, le vi de nuevo en el agua detrás de mis truchas. Caminaba despacio, cojeando y se ayudaba con un bastón fino de avellano. Mierda. Le vi cruzar el torrente por la zona difícil, sin vadeador y pescar en medio de la corriente una trucha bien grande. Aquel jodido anciano medio cojo, aquel setentón con la rodilla de titanio y los huesos gastados no se rendía. 

Mírale, le digo a mi hijo el pescador, ahora andará cerca de los ochenta. El cabrón del viejo sigue pescando mucho y aunque ya no abandona el bastón, baja casi todas las semanas dos o tres días a nuestro río. Cuando nos cruzamos, lo mismo: ¿qué hay?. Ni una palabra más. Ahora, cuando le veo pescar despacio y cojeando, no le adelanto y si lo hago le dejo un buen tramo y los mejores charcos. Hoy sé que el río no es mío, ni de nadie y de todos. 

Un día seré viejo y espero seguir sin tener miedo a vadear por lo dificil. Quisiera ser como él, tener su pasión, sus ganas, su voluntad. Ser un pescador al que tal vez se le desgasten los huesos pero no el corazón.

(Imagen de Tom Chandler)