viernes

LUCIOS DEL GRAN NORTE



Lucios, percas y tímalos en el  Kultsjöan. Peces luchadores. Victor tocó dos buenos lucios que tiraban como truchas, sin dar su cola a torcer ni un segundo. Olvidada la sacadera ese día, mi mano tuvo que hacer su labor sufriendo algunos rasguños con las raspas de sus agallas.

Miguel, guía y amigo, andaba en la otra orilla con su equipo de pescar tiburones, “estilo sueco” a juzgar por los hilacos, cucharillones y ninfasmonster que vimos enganchadas por ahí.

Se trata de una polémica interminable entre los pescadores. Equipo ligero para luchar con el pez con pericia y riesgo o equipo potente, a prueba de roturas, para sacar al pez cuanto antes y que sufra menos. En el equilibrio está la virtud, aunque yo me inclino más por los equipos ligeros.

Esos días del norte se han grabado a fuego en la memoria, pero ¿cuáles no?. El pescador visita muchas veces los ríos de los recuerdos, pesca de nuevo en ellos una y otra vez. Me hace feliz subir mañana al Duero a tentar al Campano con mi hijo el pescador. Me hace feliz también, tantos días en la ciudad, pescar en mi memoria lucios, tímalos y truchas...



martes

NIÑOS


Pintura de Peter Strid 

Dice Eduardo G. que el mundo trata a los niños ricos como a dinero y a los niños pobres como a basura. A pocos niños trata el mundo como a niños. Nos convertimos pronto en tipos  “mayores” aburridos, sosos, productivos, obedientes y engañados. Convertimos las pasiones en entretenimientos, los juegos en hobbies.

Pero metidos en el río, con una caña entre las manos, seguimos siendo niños.
Los pescadores no acabamos de creernos este teatro del progreso porque con este palabro siempre salen malparadas las aguas y las truchas, la naturaleza, la lentitud o la vida sin intermediarios tecnológicos.

Ayer pesqué rodeado por la soledad inmensa de la garganta de Minchones, caminando con agilidad de niño entre las piedras, pescando con la lentitud de quién duda muchas veces del progreso o de que el lujo sea la velocidad y el crecimiento económico. Sólo engañé a una truchilla con un tricóptero de pelo de corzo. Lanzaba la seda despacio, con una ocho pies muy blandita, jugando a meter el señuelo en mis rincones del agua preferidos. Jugando.

jueves

FRAGILIDAD




Hablar de pesca, compartir tiempo, ríos y truchas es un placer siempre y un privilegio. Compartir tiempo, primavera, agua limpia y truchas es compartir un secreto. Una forma de vivir la belleza, de estar dentro de la vida con el agua por la cintura, el sol en lo alto, una caña en las manos y al otro lado del sedal el mundo entero a punto de picar.

La vida de todos nunca es enteramente plena, la vida tiene su aventura, su dolor, su tristeza, su soledad, sus alegrías, su misterio, su desconcierto. Pasan los años y el tiempo nos cambia el cuerpo, la mirada, el color del pelo, pero no cambia  la alegría, los nervios, la inquietud siempre optimista que nos produce acercarnos al amanecer a la orilla de un río que amamos.

Pasan los años y nuestra vida cambia, tenemos menos tiempo, más obligaciones, rutinas, responsabilidades y a veces no cuidamos lo suficiente lo que amamos y ya no vamos con tanta frecuencia a pescar como con veinte años, cuando todo era intenso. Sin embargo, el río, su rumor según nos vamos acercando, el frío de la mañana, el agua helada y cristalina, la chispa del mirlo o el martín pescador cruzando como un rayo la tabla larga, nos ofrece la misma emoción que siempre, las mismas ganas de vivir y de pescar.

Los ríos son frágiles, los pescadores también somos frágiles a pesar de que no nos importe ni la lluvia fuerte, ni el frío intenso, ni el cansancio, ni el peligro de cruzar el torrente crecido. Ríos y hombres tenemos muchas historia común. Toda la historia. Desde el principio. Por eso nos entendemos bien. Por eso muchas veces contamos al ríos nuestros secretos, las grandes alegrías de nuestra vida, la grandes tristezas. El río es un amigo con el que hemos compartido muchos secretos y mucho tiempo. El nos ha cuidado y enseñado. En sus orillas hemos aprendido a ser pacientes, prudentes, aventureros, responsables, artistas, mejores personas, a descubrir nuestros límites físicos y también a descubrir que podemos llegar tan lejos como soñamos, solo es necesario lanzar el señuelo con cuidado y con fuerza, con todo el deseo, el saber y el instinto. 

Para muchos pueblos llamados antes primitivos los ríos tenían alma. Yo no creo en otra trascendencia que la vida de aquí, el presente, lo tangible, Sin embargo también creo como los Shuar que nuestros ríos tienen alma. Si no no sería posible que me hubieran dado tanto y tan precioso, que nos hubieran dado tanto y tan valioso a los humanos a través de miles de años, aunque hoy muchos humanos ya lo hayan olvidado.

Esto le escribo hoy a mi hijo el pescador, para que él no lo olvide.

viernes

AMANECER



Antes del amanecer, los pasos en la hierba, las sombras aún sin colores, el trote rápido don raposo que llega tarde a desayunar, el camino invisible que hemos ido haciendo todos estos años siguiendo los versos de Machado, la caña preparada, las encinas, los madroños, las jaras, los brezos convirtiendo la senda en un prodigio. Y luego, por fin, desde lo alto, la curva del río que se pierde por encima hasta las Tres Juntas y se dobla por abajo sobre el charco del Águila haciendo allí la música del agua más potente.

El sol habrá salido en alguna parte porque la ribera comienza a destilar mil verdes apagados pero el agua sigue siendo un espejo oscuro. ¿Hay algo más misterioso que estos instantes?

Nos repartimos la garganta, cada cual a sus zonas predilectas, nos separamos, caminamos por fin solos y el sonido del agua será todo el día un abrigo, un compañero, un susurro que nos dice dónde y cuando picarán las truchas grandes.

Esos minutos largos antes del amanecer, cuando aún no he lanzado, cuando camino rápido por la senda invisible hasta mi parte de río, siento que nada me pesa, ni me vence, ni me seca y soy el mismo de siempre. Adivino donde se está dando el primer baño del día doña nutria, cuando van a doblar los patos en el cielo, saludo a la señora garza y no hago caso de las protestas de mamá jabalí que anda por ahí, en su cama de helechos viejos, remolona. Los sauces y los álamos siguen dormidos, pero no importa, también los voy saludando a todos con la mirada como a los viejos amigos que no necesitan palabras para entendernos.

No sé lo que pensará en este momento mi hijo el pescador, que camina delante de mi, que aún me acompaña. Cada uno tiene sus misterios y sus ojos para mirar el mundo y respirar la vida que nos da el agua 

jueves

PROGRESO Y SOSTENIBILIDAD

(Pintura de Diane Michelin)

…Crecimiento, desarrollo sostenible, crisis económica, revoluciones sociales, guerras por petróleo… Los recursos del mundo son limitados pero sus habitantes tienen derecho a una vida mejor y más confortable, una vida que era hasta ahora privilegio de sólo unos pocos países y sólo unos pocos millones de personas. Pero ya no podemos crecer a base de ladrillo, especulación, contaminación, derroche de energía. Es necesario pensar de otra forma y vivir de otra forma, imaginar y luchar por un futuro más justo para todos, más sostenible, más equilibrado y seguro que mejor aunque ahora, con la crisis económica, nos parezca también más incierto que nunca.

Tal vez tengamos que pensar como pensamos los pescadores de truchas. Los pescadores de truchas no derrochamos, ni ensuciamos el agua, siempre estamos investigando, echando imaginación, esfuerzo, paciencia y ganas sin esperar de forma automática ninguna recompensa, si pican bien, si no pican ya picarán. Sabemos que el mundo y la naturaleza tiene unos recursos limitados y un equilibrio frágil. Sabemos que cuidar y hacer sostenible esta riqueza presente es asegurar el futuro. Nos divertimos también sin derrochar, con casi nada, un río, lanzar una mosca, tener tiempo para tocar el agua. Los pescadores de truchas no queremos aparentar, ni consumir, ni gastar, ni derrochar, hace mucho tiempo que hemos descubierto que los paraísos no están en lugares remotos con hoteles de cinco estrellas a pie de playa sino muy cerca, tal vez aquí mismo.

Los pescadores de truchas hemos aprendido a disfrutar del tiempo lento porque sabemos que estamos de paso como la efémera, que la belleza y la felicidad son los instantes y no los objetos y ninguna crisis nos va a hurtar el placer de salir al río a pescar truchas. La crisis nos enfrenta a la necesidad de pensar de otra forma y vivir de otra forma. A descubrir que tener menos o tener más no es la cuestión. La cuestión es que los recursos del mundo son limitados, los millones de personas que vivimos en él tenemos derecho a un mismo bienestar y hay que cambiar el desarrollismo por la sostenibilidad y comenzar a pensar que consumir y derrochar no nos hace más felices, nunca nos hizo más felices. Le digo a mi hijo que también en eso tenemos que pensar como un pescador de truchas que siempre preferirá un río de verdad con truchas difíciles que un estanque lleno de truchas fáciles, que no le importará tener la caña más cara o la más barata sino tener tiempo para bajar al río, que no necesitará enseñar lo mucho que ha pescado sino saber que las truchas que ha logrado pescar siguen vivas para que mañana puedan hacer feliz a otro pescador. Tal vez a mi hijo.

miércoles

BLOG DE AGUA



Los ríos no separan las tierras o los pueblos, nunca fueron frontera, Los ríos fueron los primeros caminos seguros para comunicarse, viajar, comerciar, conocer, compartir. Eran venerados por los pueblos antiguos, convertidos en dioses generosos y misteriosos. Luego, miles de años después, otros hombres los han encerrado en presas, convertido en cloacas o en un bien monetario, en propiedad de quién tienen el privilegio que el agua pase por su pueblo, su comunidad o su país. Se habla del agua como recurso en lugar de cómo dador de vida a los hombres que los beben y a los animales que los habitan. Apenas menos del 0,3% del agua del mundo es agua dulce y líquida. Y de esa escasísima cantidad de agua dulce en el mundo: ¿cuánta es pura y cristalina?, ¿cuántos ríos están llenos de vida, de belleza y de truchas?. Muy pocos.

Tener un río así, cerca de nuestras casas, es de verdad un privilegio envidiado por miles de pescadores deportivos de todo el mundo que deben hacer cientos o miles de kilómetros para poder lanzar su mosca en un río limpio con truchas salvajes. Imaginamos el paraíso de los grandes ríos de Laponia, Alaska, Kamtchatka o Patagonia pero aquí, en España, tenemos ríos y gargantas menos caudalosos pero no menos bellos, ni menos limpios, ni menos llenos de truchas autóctonas.

Los pescadores sabemos que estamos de paso, que los ríos que han tardado millones de años en formarse no son propiedad de nadie, que ensuciarlos o contaminarlos es un crimen y luchar por mantenerlos limpios es nuestra obligación. Pescar nos enseña muchas cosas, no sólo a coger peces. Los ríos nos cuentan sus secretos, secretos que tienen que ver con la vida, el tiempo, la felicidad. Antes anotaba mis experiencia de pesca en pequeños cuadernos con la esperanza de que un día, dentro de mucho tiempo, mi hijo las encontrase y las leyera cuando yo fuera viejo y él un pescador de truchas mejor que yo. Pero ya es mejor que yo. Así que pensé que debía ir pasando esas notas para que pudiera leerlas en el presente y dejarme de funebrismos literarios.

Pronto nos damos cuenta que ellos, los hijos, son mejores y que no han necesitado tantos años como nosotros para saber cuidar los ríos y las truchas.
Nuestro cercano paraíso.

lunes

TERAPIA



Nada menos melancólico, ni menos depresivo que un pescador, sobre todo porque mientras estás en la orilla, metido en el agua con una caña en la mano, no puedes andarte con estas historias porque acabas  mojado, tropezando y rompiéndote la crisma contra una roca por un mal resbalón.

Los ríos donde viven las truchas tienen eso, que sus aguas limpian todas las tristezas y nos dejan el ánimo fresco y la mente despierta, llena de colores, nunca gris.

Aún no recetan los doctores “pescar truchas a mosca” para curar las enfermedades del alma, aunque hay alguno que sí, él mismo es mosquero y sabe de las bondades de esta terapia. Pescar en torrentes de montaña nos educa y entrena lo que los psicólogos llaman la resiliencia, sobre todo cuando los peces no pican y llevamos todo el día en remojo.

Vemos al hijo pescador concentrado, silencioso, serio, mirando a cierta esquina sombría del río y en realidad está sonriendo, pero por dentro.

miércoles

ÁLAMOS Y SAUCES



(Pintura de Mark Susinno)


Álamos y sauces metiendo sus raíces en el agua, apoyando su tronco en las rocas de la orilla, sujetando el mundo para que no se lo lleven las riadas, ni las tormentas, ni los años. ¿Hay algo más bello que un bosque de ribera?. Nos gusta sentarnos a su sombra en cualquier recodo de la garganta. Conozco estos árboles desde que comencé a pescar y entiendo los susurros de la brisa de la tarde que usan para comunicarse con sus vecinas las encinas,  los alcornoques, los espinos blancos y los robles más lejanos. El hijo pescador sonríe por mis palabras.

Una vez cayó una hoja de sauce en el charco grande del Puente Viejo, una hoja pequeña y amarilla que se posó en el agua con la suavidad de un hada y en ese momento, de forma brutal y explosiva, una trucha enorme saltó sobre ella y se la tragó pensando tal vez que sería una mariposa. La escena apenas duró un segundo pero ese segundo vive en mi memoria desde hace treinta años. El charco es muy hondo y muy grande, en él, luego, todos estos años, hemos pescado grandes truchas, pero ninguna como aquella. Muchas veces pienso que esa abuela del río sigue viviendo allí y ella también se acuerda de la burla de aquella pequeña hoja seca. Aún así, muchas veces, sólo en ese lugar, lanzo lejos una mosca fea que lleva en mi caja mucho tiempo, una mosca que se parece a una hoja de sauce amarillenta y que intento posar suave en el agua y en mi memoria. Pero la gran trucha nunca sale de las sombras. Para que luego digan de la memoria de los peces.

Me gusta cuidar los ríos. Le digo a mi hijo el pescador. Pero los ríos también son sus piedras pulidas, sus viejos bosques de ribera, las mariposas amarillas, la brisa de la tarde, los peces misteriosos que siempre son enormes en la infancia y que siguen siendo enormes en la imaginación de todos nosotros los pescadores.

martes

SONRISA




El río lava todas las heridas, las de la piel, las del corazón, las de las palabras. Así lo descubrí hace ya muchos años y cuando algo duele, me acerco al agua y juego con mi caña dibujado en el aire de la mañana el mejor de los lances.

No sé si es el agua, el silencio borrado por su música, la orquesta de los pájaros y los insectos o esa soledad transparente en la que no podemos mirarnos, ni inventar la tristeza; pero el agua me limpia el cansancio, las heridas, las derrotas. Uno quisiera mirarse en ese charco hondo como en un espejo, darse lástima, comprender todas las causas del dolor, pero el río no nos deja porque cuando me asomo no veo nunca al hombre que soy sino a un chaval de quince años que nunca perdió su asombro, ni su energía, ni su arrogancia. Me asomo al agua y veo al pescador que fui, el que soy, el que quisiera ser y luego la libélula, el sauce, las nubes de arriba reflejadas, mis pasos sumergidos difuminan esa imagen y la mezclan con la rápida corriente. Me gusta cruzar entonces por las aguas batidas porque allí no puedo ya ver mis pasos y el fondo es engañoso, debo entonces fiarme de mi instinto, de lo aprendido, de que la vida a veces se salva sola, sin razones, con ganas.

Todo esto, claro, no se lo cuento a mi hijo el pescador porque sé que lo aprenderá por el mismo más adelante, aunque el agua o las palabras sean otras muy distintas pero no el río, ni el horizonte, ni el dolor. Él descubrirá en su soledad que es verdad que el agua de los ríos donde viven las truchas nos limpian las heridas hasta no dejar en la piel, en las palabras, en el corazón, ni siquiera el rastro de una cicatriz.

Soy torpe en la ciudad, con frecuencia no sé defenderme de los invisibles juegos de poder y trampa que han inventado los hombres para hacer progresar al mundo o para romperlo. Sin embargo en el río, en medio de la corriente, nada me vence, lanzo mi caña lejos, camino sin tropezar, me pierdo entre las cicutas y los helechos arborescentes y dejo atrás la torpeza y el miedo, el dolor y el silencio. Entonces, sin querer, me sorprendo con la sonrisa en los labios, una sonrisa arrogante, orgullosa, limpia, adolescente, que nadie ve pero que yo siento como “la camisa del hombre feliz” de aquel cuento tan antiguo.

Por esa sonrisa soy pescador.

lunes

DESEO DE LLUVIA


Vivía a cien metros de una garganta truchera. En cuanto comenzaba a llover bajaba al agua a pescar. He aguantado a pie de río diluvios bíblicos, nieve, granizo, tormentas del fin del mundo con rayos que veía caer a pocos metros de mí y cuyo trueno, instantáneo, sonaba de verdad como una bomba. No me importaba, era así de inconsciente. Mi abuela se escondía en la última habitación de la casa cuando comenzaba una de esas tormentas fabulosas, mi padre salía al jardín de la casa “del Matón” a contemplar las nubes oscuras, los rayos constantes y esa lluvia gorda que te empapaba hasta los huesos en pocos segundos. Tal vez heredé este gusto por la lluvia de mi padre. Sabía que la caña era un buen pararrayos así que lanzaba el señuelo sin elevar su punta más que un palmo de la superficie del agua. Con las botas altas y el impermeable largo me sentía a salvo a todo, feliz muchas veces ante una locura de picadas continuas provocadas por las primeras gotas de una buena tormenta en abril.

Han pasado muchos años de esos días. Hoy me sigue provocando una alegría infantil estar a pie de río o dentro del agua cuando comienza un chaparrón o una tormenta. Escuchar los goterones romper la superficie por millones es una forma de música y de magia, y al fondo, lejos o cerca, los truenos cargando el aire de ozono y aroma a tierra mojada es el mejor perfume.

Me han dicho en el cole que somos un noventa por ciento agua. Dice mi hijo el pescador. Será por eso que nos gusta mojarnos. Yo no digo nada. Será por eso. Recuerdo a mi padre mirando el cielo dejando que le cayera el diluvio. También mi memoria es de agua.

viernes

LATIDO



El río de la vida fluye muy cerca de los hombres, embellece cualquier horizonte, susurra palabras, descubre acertijos, regala tiempo, nombra los secretos que tanto buscamos. Sin embargo casi nadie se para a mirarlo. Lo encauzan, rompen con hormigón su música, lo ensucian y secan su alma. Solo los pescadores, embrujados tal vez desde la infancia, sueñan con el torrente prístino y caminan por la orilla o por dentro de sus aguas como si de verdad estar allí fuera el paraíso. Sólo los pescadores escuchan, miran, tocan el agua como si aquel líquido fuera un fósil antiguo y precioso, la sangre de un dios olvidado, la materia última de la que está hecha lo mejor de nuestro aliento.

El río de la vida nunca lo olvidamos, ni él se olvida de nosotros. De mil forma nos saluda y se alegra cuando regresamos a su orilla. De mil formas nos agradece que lo respetemos y que sólo dejemos en las piedras nuestras huellas de agua.

Escúchale, le digo al hijo pescador, cuando te sientas cansado, vencido o sólo, métete en al agua, en la corriente, y lanza tu seda entre los remolinos, camina siempre río arriba, siente como tu cuerpo reconoce la piedras y las sombras y a la boca regresa la sonrisa cuando una trucha muerde aquella efémera de acero, plumas y seda que fabricaste despacio una tarde de invierno.

Y el hijo pescador siente el latido del río, tan grande y crecido por la lluvia, en el agua y en su corazón.