martes

CUENTOS



Cada noche, todas las noches, durante muchos años, hasta que él comenzó a leer libros, le contaba un cuento. Se esforzaba siempre en inventar una historia perfecta, de personajes verosímiles aunque fueran monstruos, animales, guerreros o peces... Tenían las historias sus momentos de acción, de sorpresa, de intriga, su final feliz y su magia. Cada noche, durante muchos años, inventó docenas, cientos de cuentos, siempre distintos. No importaba lo cansado, triste o aburrido que estuviera. El baño, la cena, el pijama, el cuento. El hijo nunca quería que le leyera los cuentos impresos que les regalaban, siempre quería cuentos inventados, distintos, originales… y él se esforzaba, ponía en ello toda su imaginación, sus ganas, su voluntad, su alma. Ponía mucho más de él que la vida que gastaba en el trabajo o en su pareja o en escribir. Y esa tarea, ahora se da cuenta, siempre fue un placer intenso e intimo. Hoy no recuerda ninguno. Tampoco el hijo recuerda todas esas noches de meterse en el sueño con todas aquellas historias que inventó para él.

De igual forma, desde muy pequeño, el hijo ya pisaba los ríos de su mano detrás del amanecer y de los peces. Una vez el padre pensó que todos esos momentos los borraría el tiempo como antes olvidaron ambos todos aquellos cuentos. Por eso comenzó a escribir, en este pozo oscuro de agua limpia, de esos días en los que pescan juntos, para que los años no les dejen desnudos y vacíos. 
Hay una forma de olvidar necesaria, otra triste, otra, peor aún, motivada por la enfermedad y la vejez y otra causada por no considerar la memoria como nuestro único tesoro. 
Todo esto no se lo cuenta a su hijo el pescador, pero desde entonces, cada día de pesca, lo engarza con palabras escritas como si fuera un diamante.

Pasa el tiempo y entonces, saca la piedra y la ve brillar al sol, como aquel día.


domingo

ATENCIÓN



Muchas veces estamos pescando con la cabeza en otra parte. Nuestra mente se va por ahí, a los amores, al trabajo, al futuro, a lo que debemos hacer o haremos o deberíamos haber hecho... todas esas preocupaciones con las que nuestro cerebro ocupa el presente y nos distrae, nos enreda e impide que estemos de verdad pensando sólo en eso, en el aquí y el ahora del río.

Yo no lo llamaría tanto concentración como atención. Tampoco se trata de ningún estado "zen", no se trata de "no pensar en nada", ni de "poner la mente en blanco" sino en estar atentos, con todos nuestros sentidos en el agua, las truchas, el lance… sin pensar en otra cosa, sintiéndonos y siendo en esas horas sólo pescadores.
 Estar atentos y hasta muy atentos, sumergidos en ese presente, es lo que impedirá que nos caigamos, que los pies resbalen, que no clavemos a tiempo una tomada, que no descubramos que las eclosiones son ahora de un amarillo pálido en lugar del verde liquen que tenemos atado. Estar atentos nos permite ser buenos en eso que estamos haciendo y, sobre todo, disfrutar de verdad de cada instante.

Pero muchas veces estamos distraídos, no acabamos de olvidar la última discusión con la novia, el miedo de esta crisis, el problema de ayer… nos movemos hacia el pasado y hacia el futuro inútilmente, distraídos, sin vivir de verdad cuando hay que estar atentos, poner todos nuestros sentidos en el presente, no distraerse con nada que no esté fuera de nuestra cabeza. 
Le digo todo esto a mi hijo el pescador que ya lleva colgadas esta tarde cinco moscas en los árboles. Debemos bajar de todos esos  árboles a los que se sube sin querer nuestra cabeza, bajar a ras de río y hasta sumergirnos con la mente bajo el agua, no para imaginar como piensa la trucha sino para pensar y ser sólo un pescador y nada más, sin moverlos en el tiempo ni hacia delante, ni hacia atrás. Sintiendo que vivimos el presente que es lo único que de verdad existe. Carpe diem.


martes

F.



Le gustaría decirle al hijo el pescador que la felicidad es una trucha formidable, rara y esquiva que nada en un río grande y turbulento lleno de remolinos, de rápidos y sombras. Le gustaría utilizar esa metáfora para que entendiera que la felicidad no es fácil ni sencilla, aunque a veces, por azar y sin arte, podemos pescar una trucha grande y sentirnos, sin serlo, un buen pescador.

Caminamos río arriba muchos días, muchos años, aprendiendo todos los secretos de esta ciencia o de este arte que es pescar o que es vivir. Si no somos demasiado tontos o arrogantes, descubrimos muy pronto que pescar truchas grandes y difíciles tiene poco de azar y mucho de trabajo, de no ansiar ese premio cada día sino de olvidar la felicidad, la trucha monstruo, el sentido de tantos madrugones y seguir caminando río arriba con un raro entusiasmo, sin perder la pasión, sin que el agotamiento nos desgaste los sueños.

Le gustaría decirle al hijo pescador que ser feliz o pescar un sueño tampoco es importante, que lo que de verdad importa es no traicionar al amigo ni a uno mismo, saber amar, tener el privilegio de ser amado y de saberlo, Ser y sentirse algunas veces libre, independiente, soberano del tiempo de uno mismo, tener curiosidad, que nos emocione la belleza sea cual sea su secreto y su forma, no conformarse con lo fácil, saber estar solo y saber estar en compañía, tener memoria, hambre y poder satisfacer, sin mucho lujo, ambas necesidades. Le gustaría contarle al hijo pescador todo lo poco que ha aprendido como pescador y como hombre, pero no le cuenta casi nada, por timidez o por pudor o por saber.

Pescan a veces juntos, en ríos difíciles, pocas truchas casi siempre.
Y no nombra, ni le dice, ni quisiera escribir tampoco aquí, para no desvelar ese misterio, que eso es la felicidad.



miércoles

LANZAR



Nada se parece tanto a escribir un verso como hacer un lance. Buscamos la perfección durante mucho tiempo, disciplina, fallos y de pronto, un día, sale perfecto sin esfuerzo.


Pero su belleza no está en la fugaz ola en el aire del sedal o el sonido sino en la marea invisible que la empuja. A la palabra. A la mosca.

viernes

VALLE



Te gusta pescar en Julio sin vadeador. Sentir el agua fría en las piernas, mojar la gorra, meter la cabeza un segundo bajo el agua, sentarte unos minutos bajo la sombra de una sauce joven para cambiar la mosca. Cortas el tricóptero negro y atas una parachute rojiza con un moñicle blanco. Las truchas que clavas son pequeñas pero no has ido a esa garganta por ningún monstruo. Todos los canchos, grandes o pequeños, sus redondos y suaves, de durísimo granito lavado y moldeado por puñados de miles de años. Tal vez por eso sientas allí tanta quietud, porque un día de este río no es nada.

Te agachas como una animal a beber directamente de la corriente, sin utilizar ni siquiera la mano como cuenco. Hay tan pocos sitios ya en lo que se puede hacer ese gesto. Los bordallos también suben a la mosca y tú los tratas con la misma dignidad que a las princesas truchas, con similar cuidado y respeto. No hay peces grandes en este torrente pero ya es grande el paisaje de Gredos. El pequeño valle que se empina hasta el filo de las cumbres mantiene el mágico verde de los robles y los líquenes, los helechos y las jaras. Detrás de ti no hay nada y casi nada importa. Nada de lo que hiciste pulió ninguna de estas piedras y sin embargo, aunque nunca lo digas, aunque sólo lo escribas en tardes como esta, quisieras dejar un valle parecido en el corazón de tu hijo el pescador, un hueco grande, verde y salvaje en el que se sienta bien, libre, tranquilo, seguro, cuidado, con una piedra en sombra, bajo un sauce pequeño, en la que pueda cambiar sin prisas el señuelo y sentirse cansado y en paz.


Es tan difícil. Has visto ríos que cuidaron los siglos convertidos en barro sucio.  
¿Lograrás hacerle un valle parecido con las palabras? 
¿Lograrás que este valle pequeño e ignorado siga igual para él dentro de veinte años? 
¿Podrá seguir bebiendo del agua a morro y pescando pequeñas truchas y bordallos?
Sigues río arriba. 
Las tardes de verano son muy largas.

martes

MUERTE


(Foto El País)

Dime como tratas tus ríos y te diré cuál es tu nivel de educación, de cultura, de desarrollo social. En España, a pesar de la moda ecologista, de la palabra “sostenibilidad” y “naturaleza” en la boca mentirosa de tantos políticos, los ríos, el agua dulce y limpia sólo es un producto con el que  traficar, regar campos mezclada con venenos químicos, y utilizar sus cauces como cloacas y sumideros industriales.  Así está la cosa en España, sólo hay que mirar al Tajo como ejemplo y muestra. Y como el Tajo, cientos.

Conozco bien el Tajo y sus afluentes y no se salva ni uno, ni uno está limpio, ni medio limpio, ni uno tiene un caudal suficiente y cada año mantiene menos vida en sus aguas. Hace bien pocas décadas sus aguas estaban transparentes, no había limos y barros sospechosos en sus fondos, y tenían bastante caudal incluso en los meses de más estío. Recuerdo bien mi infancia.

A nadie le importa una mierda, y nunca mejor dicho, nuestros ríos, salvo a cuatro ciudadanos y a algunos pescadores. Pero tarde o temprano Gaia se cobrará la deuda y extinguirá a esta especie destructiva a la que pertenezco. De los dinosaurios, que habitaron la tierra durante millones de años, apenas quedan unos huesos convertidos en piedra. De los humanos sucios aún quedará menos, tal vez sólo metros de sedimentos de basura y de escombros.

Una vez conocí a un cazador de los San (Bosquimanos) Aunque es uno de los pueblos más antiguos de la tierra se extinguen sin remedio, expulsados de su hogar el  desierto del Kalahari. Se reía cuando le contaba que aunque nosotros teníamos hermosos ríos llenos de agua la mayoría estaban sucios, contaminados y muertos. “Entonces vosotros os extinguiréis antes”, dijo.

Y así es. Así será. Hoy tengo esa certeza. Un río muerto por nuestra mano es el primer indicio, el primer crimen. Bien sabe esto mi hijo el pescador.
(Foto Ismael Herrero - EFE)