martes

FILOSOFÍA



¿Porqué vuelvo tantas veces a esta caña de ocho pies y línea tres?, ¿a esta orilla derecha enmarañada?, ¿a subir pescando desde tan lejos?, ¿a madrugar tanto?, ¿a atar de nuevo la ninfa verde y el velero?, ¿a meterme en el río de las palabras?, ¿a tocar el alcornoque gigante?, ¿a nunca sentirme sólo junto al río?, ¿a pararme a mirar embobado el remolino de la poza grande?, ¿a olvidarme junto al agua del cansancio negruzco que siempre se posa en mi hombro cuando estoy en la ciudad?, ¿a hacer un nudo orvis si no es el más fácil? ¿a poner la mano en las piedras con musgo?, ¿a seguir mirando al lugar por donde la trucha desapareció cuando la dejé libre?, ¿a caminar deprisa por las sendas si no tengo prisa?, ¿a sonreír cuando sé que el barbo absorberá el señuelo dos segundos después? ¿a pensar que el siguiente recodo, poza, tabla, rasera, rápido, pasillo, remanso es aún más bueno que este?

De todas las preguntas que nos propone la vida a cada paso mientras crecemos, sólo de estas sé me bien las respuestas, sólo de estas puedo estar muy seguro de contestar bien. El resto de cuestiones siempre se pierden, no por difíciles, no por extrañas sino porque ninguna respuesta me va a llenar nunca el hueco de tristeza o trampa, de falsa seguridad y torpe engaño con que las tapo la boca. Sócrates, Spinoza, Wittgenstein, Kant, Husserl, Deleuze… Las cabezas más brillantes de nuestra historia desafiaron esas tristezas y esas trampas de preguntar porqué y para qué y hasta dónde llenando miles de libros con sus palabras. En eso se nota que no eran pescadores.


lunes

VADEO



Les hice vadear varias veces. Mañana fría, cubierta, no del todo inhóspita. Quietud, silencio, soledad absoluta más allá de nosotros. Les dejo lanzar primero a ellos, les indico posturas y sitios secretos. Aún así yo toco las truchas y no ellos. Tal vez les falte aún la malicia, la voluntad de intentar que el señuelo esté siempre en el agua pescando, insistir, rastrear, tener bien despierto el sexto y el séptimo sentido. Y también el octavo. Pero tienen paciencia y empeño. Más que yo. Siguen bajando conmigo a ese río en el que no abundan las truchas y las pocas que hay ya se las saben todas.

He disfrutado mucho de esas horas en su compañía. He sonreído por su excesivo temor al vadeo, su lentitud cuando pisaban agua, su insistencia en los lances cuando yo lo decía (aunque no tuviera nada que enseñarles), su agotamiento al final tras esa caminata monte arriba que es un verdadero rompepiernas.

Vadeando aprendemos que no hay paso seguro, que el fondo es siempre incierto, que todas las piedras resbalan y que del agua helada apenas nos separa la suerte, la experiencia y el instinto. Vadeando descubrimos que el equilibrio es muy importante y que siempre hay que estar frente a la corriente que empuja con fuerza pero sin maldad, evitando las prisas y las pausas, el temor, las certezas o los fatalismos.

Ayer vadeamos juntos varias veces. Al final lo hacían bien, con menos miedo, sin ayuda. Yo creo que se han dado cuenta en este último paso. Este río es su amigo.


martes

MACHADO



Le propone al hijo pescador ir al coto de G. donde abundan los peces y es muy entretenido subir por la selva de la orilla tocando truchas rabiosas, o al tramo libre sin muerte por encima del puente de T. que llevaba muchos años vedado y debe de ser fácil que esas truchillas montañesas muerdan lo que les eches.

Pero él dice que prefiere pescar los tramos bajos de la garganta J. Un lugar en el que las truchas escasean y hacer un bolo es lo habitual. Un río en el que hay que darse un buen paseo antes de comenzar a pescar y un largo paseo después, monte arriba, cuando las piernas ya no están para muchos derroches. El premio es una trucha grande de cuando en cuando pero el azar o la suerte juegan casi siempre a favor del pez y en contra del pescador.

El hijo, con quince años, ya mide cuatro o cinco centímetros más que él. Le dice entre bromas y veras que en el río la altura es una ventaja para ver mejor y lanzar más.

Cuando él tenía quince años no hubiera dudado dónde ir a pescar el domingo, facilidad y abundancia siempre eran mejor que esfuerzo y escasez. Le ha costado muchos años entender el valor de lo escaso, el premio del esfuerzo. Sin embargo el hijo pescador ya entiende y prefiere lo difícil. Pero: ¿será buena elección?, ¿positiva preferencia?, ¿mejor opción vital?, ¿práctica ética? No parece que el mundo funcione con los principios del mosquero andante. Funciona la ventaja, la trampa, el atajo, los resultados, el éxito, lo fácil, lo oportuno, ganar caiga quien caiga y dan igual las formas o los medios.
Pero es tonto también el esfuerzo porque sí, este buscar lo difícil y lo escaso sin sentido, por sufrir. No es por eso –dice el hijo pescador Prefiero una trucha grande y sabia a veinte pequeñitas.

El pescador ha necesitado muchos años para descubrir que se aprende mucho más del frecuente fracaso y del extraordinario éxito, de pensar y meditar una y mil veces el porqué y el cómo, de soñar con ese logro que llegará por fin, tarde o temprano. Y si no llega… 

...recuerda entonces el verso aquel del bueno de Machado y se lo recita al hijo pescador:

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
- así en la costa un barco - sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.

Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.

lunes

VIEJA ESCUELA



Las "razones" y “contrarazones”:

“Si no te llevas los peces para qué pescar” = Pescar no es matar peces, para todos los pescadores deportivos, incluso los que pescan con muerte, el verdadero y más intenso atractivo de la pesca está en la vivencia y la emoción de estar en el río pescando, la lucha con el pez, las dificultades, el éxito de vencer a un gran ejemplar, sentirse en libertad en bellísimos lugares... En todas estas experiencias matar al pez es un “placer” marginal, supérfluo y prescindible.

“Para demostrar el éxito” = El pescador no tiene que demostrar nada a nadie, sobre todo porque pescar no es una competición en busca del record, el éxito de pescar es estar en un río limpio, salvaje, lleno de vida y peces y tener tiempo para estar allí y disfrutar. Además, si para tu ego necesitar enseñar “pruebas” de tu maestría como pescador, haz una foto. La foto de una trucha viva, antes de ser soltada, con toda su librea reluciente es mil veces más hermosa que un plato lleno de peces muertos, con la piel reseca y sus colores apagados.

“Me gusta comer lo que pesco” = El valor gastronómico de los peces de río es muy relativo, en cambio el valor de un pez salvaje vivo y el placer que puede darte pescarlo otra vez o que lo pueda pescar otro compañero de nuevo es grandísimo. Las poblaciones de truchas son en muchísmos ríos muy frágiles, una trucha muerta es una trucha menos, una freza menos, un futuro próximo en el que serán muchísimo más escasas. Piensa incluso que los ríos de España en su mayoría no están todo lo limpios que deberían y, por desgracia, los peces que pescas no serían aptos para el consumo si se les hiciera a su carne un análisis de tóxicos. Además tenemos la inmensa fortuna de vivir en una sociedad desarrollada en la que un pescador no necesita aportar un extra de proteínas a la familia con su afición, los tiempos de la postguerra ya son historia.

“La pesca sin muerte no tiene sentido” = La pesca sin muerte tiene todo el sentido porque, como antes apuntamos, el placer de pescar no está en la muerte de los peces, por otra parte la pesca sin muerte forma parte de toda un filosofía y una ética conservacionista no contemplativa sino militante y colaborativa, los pescadores sin muerte estamos unidos y organizados y llevamos a cabo acciones para mejorar los ríos, conservar sus poblaciones de peces autóctonos y luchar contra los mayores enemigos de la pesca deportiva: la contaminación, los dragados, el uso intensivo de las aguas, las presas y minicentrales que esterilizan los fondos, impiden y destruyen frezas, el furtivismo…

“Llevarse dos truchas no hace daño” = Llevarse dos truchas hace mucho daño. Sólo hay que multiplicar esas dos truchas por pescador por el número de permisos que se dan en un coto y por el número de días hábiles de pesca. En el peor de los casos nos saldrán muchos cientos y hasta miles de truchas que dejaran de estar ahí para la próxima temporada y, lo que es peor, dejarán de frezar. Unos cientos de peces muertos son unos miles de alevines que no nacerán y que nunca podrán ser sustituidos con absurdas repoblaciones.

“Si no me las llevo yo se las llevará otro” = Ese es un argumento paradógico y falso. Las truchas que no matas siguen vivas y si esa conducta es la mayoritaria, si sirves de ejemplo y explicas a otros pescadores porqué no matar, nadie se llevará “tus truchas” porque se convertirán en las “truchas de todos” al estar vivas y poder ser pescadas más de una vez.


PD: Recordé todo este argumentario al ver ayer a un "cestero" en una zona que además son "aguas libres sin muerte" por ley...

sábado

ACA


Llevas varias horas caminando río arriba, lanzando la ninfa verde, tocando alguna trucha adolescente. Pero has venido a luchar con una buena trucha, en una tabla honda y con corriente, metido en el agua, con una caña ligera y muchas ganas de saber si eres el mismo.

Suena el freno y el sedal corta el agua. No se rinde el pez, conoce bien el fondo, quiere llevarte al hueco que hay debajo de la piedra grande y luego a las raíces sumergidas y luego descolgarse corriente abajo. Has aprovechado una de sus carreras para poner delante la sacadera y tienes suerte. 

Sentir el sol a veces en la espalda y a veces la sombra verde de los sauces aún sin hojas, descubrir que los pies saben dónde de pisar y cómo, sentir que el río es casi el mismo y tu, más viejo, también allí eres el mismo sin el casi.

Te sientas a mirar su piel morena, el brillo del agua hoy, el musgo de las piedras en las que descansas. Se va muy rápido a su sitio, fuerte y furiosa. Te tomas tu tiempo para volver a pescar. Saboreas lo que nadie ha visto, sonríes, has decidido ponerle un nombre: Aca. De truchaca.



miércoles

PESCAR SIRENAS



Pescas o te pescan. No es lo mismo pescar una cogorza que pescar una sirena.
Mi hijo el pescador sonríe. Hablamos de ¡haber cuando su hermano mayor pesca o es pescado! porque está en esa edad. Le decimos: ya sabes, paciencia, mojarse, buenos aparejos, buena técnica de lanzado y sobre todo pasión, delicadeza, finura.

No conozco muchas mujeres pescadoras. Entre las fantasías de los años cincuenta de los pescadores yanquis estaba esta de la imagen. Luís Quesada, una vez, pescando, se encontró de verdad con una sirena, una guapa desnuda nadando en el río justo en el lugar donde había lanzado su mosca. Pero esas cosas solo le pasan a Luís.

Bueno… Yo una vez pesqué una sirena. Tenía dieciséis años, bajábamos al embalse de Arrocampo en autobús de línea y llevaba en la mano mi caña telescópica con la cucharilla puesta para ser luego el primero en lanzar y no perder el tiempo. Yo bajaba, ella subía, el señuelo se enganchó en su precioso jerseys de angora a la altura de su... teta, perdón, en medio de uno de sus pechos, en el centro. Por suerte el anzuelo no llegó a la carne. Y yo allí muerto de vergüenza ante mis amigotes Felipe, Luismi y Javi, todos con una sonrisa de oreja a oreja: “ya has pescado Ramón, así cualquiera, te has quitado el bolo” y yo intentando no destrozar el jersey, no tocar demasiado de lo que adivinaba debajo de la lana. Ella, algo mayor que yo, guapísima, sonreía también, menos mal. Fue un minuto largo, larguísimo hasta que por fin desenganché la cucharilla sin demasiado estropicio.
Nunca he olvidado ese momento.

lunes

TAMPOCO MÁS



De vez en cuando pasa, es la chispa, el resplandor, la herida en la memoria, la picada de una trucha grande que se va sin pasar por nuestros dedos. A veces es una visión fugaz que no permite evaluar en detalle medida y peso; otras, en cambio, los ojos y el brazo del pescador hacen una precisa revisión del pez que mordió el señuelo un segundo y consiguió zafarse en pleno duelo. Como ayer.

El pescador pudo ver la trucha, curiosa, acercarse y luego desentenderse de la golosina. Nuevo lance, ahora sí, el animal muerde, clavamos, pero tras arquear dos veces su cuerpo se desengancha y huye sin demasiada prisa. Agua tranquila al filo de la corriente, menos de un metro de profundidad, la luz de las once transparentando el fondo. Un ejemplar soberbio, gordo, cabezón, de los que hacen sudar al pescador si la batalla sigue hasta la sacadera. De las que se quedan a vivir en el recuerdo muchos días y luego, en la memoria, se ponen a nadar ya para siempre.

Pero hoy es lunes y el pescador la tiene ahí metida escapándose de su anzuelo una y otra vez como un disco rallado. Imaginando la ninfa que le hará picar otra vez. Planeando la meticulosidad con la que va a rastrear la poza entera. Quemando la impaciencia de tener que esperar los seis días que le separan del lugar del duelo.

Sin embargo dejará los primeros lances para su hijo el pescador, los primeros instantes en ese lugar del río, las mejores posturas de la tabla. Los primeros minutos. Tampoco más. 


miércoles

ARTISTAS

Moscas de W. Blacker

¿Es la creación de señuelos un arte? Es por supuesto una artesanía por lo que tiene de trabajo manual, aplicación de técnicas precisas, fabricación de objetos elaborados en los que el artesano además de su tiempo, su saber  y su pericia, pone su cariño y su energía. Pero también es un arte por la creatividad que permite y porque el  montador imprime en ese objeto su peculiar estilo o firma. Además existe su mercado, sus coleccionistas, sus montadores celebritys pasados y presentes.

El hijo pescador admira mucho a esos artistas como Jesús G. Azorero que convierten una mosca salmonera en una pieza exquisita más minuciosa que un Dalí o a Sergio Córdoba que transforman una imitación de ninfa en un maravilloso objeto hiperrealista que sería la envidia de Antonio López si este fuera pescador o a Paco y Tasio Redondo que son más prolíficos y tienen más imaginación haciendo moscas que Joan Miró. Hay muchos más, artistas-pescadores, Joaquín Herrero, Álvaro de la Puente, José A. Moyano, Lizárraga... Pero su arte, sus obras, valen mucho más que las de esos pintores cotizados (dejemos aparte al grillado de Antoni Tapies que decía que sus cuadros no sólo eran los mejores sino que eran además curativos, literal). 

Puedes enmarcar esos señuelos para admirar su perfección o puedes atarlos a un sedal y pescar con ellos una trucha de belleza indefinible incluso por el crítico más experto porque la naturaleza fue dando diminutas pinceladas durante miles de años en cada una de sus traslúcidas escamas. Recuerdo que el gran Leonardo da Vinci admiraba la mágica belleza de las escamas y de las plumas. Los mayas elaboraban tocados con miles de plumas de Quetzal y de otras aves porque pensaban que reflejaban los secretos colores de los dioses.

Uno apenas llega a artesano. Fabrica sus señuelos con torpeza, con poca gracia, con escasa simetría o armonía. Así que me queda la admiración hacia todos estos artistas pescadores. De algunos de ellos tengo moscas, pero no las enmarco, no puedo, las llevo al río a que las vean las truchas. A veces queda alguna enganchada en un árbol y bajo una piedra y no puedo recuperarla, otras veces  acaban maltrechas por las bocas de los peces. 
Soy poco fetichista. Mi museo son las fotos de las truchas que admiraron también esas creaciones preciosas, casi “curativas”, como Tapies.

martes

SPOTIFY



Dicen que lo último que se olvida es la música y los sabores que amamos. Esos cajones del cerebro son muy profundos y están muy protegidos de las inclemencias del tiempo, del Alzheimer, de la muerte. Y de entre toda esa música que guardo y que vuelvo a escuchar cuando quiero gracias al tío Spoti, muchas veces me vuelve el ruido del agua.

Algunos ríos en los que pesco son torrentes de montaña, gargantas llenas de rápidos y cada corriente, cada tabla o poza suenan muy distintas. Esa música, después de estar escuchándola muchas horas se nos mete muy dentro y luego, ya de noche, en la cama, la seguimos oyendo y nos acuna el sueño. Pero claro, esas canciones no las tiene el tío Spoti. Sin embargo puedo recordar ahora muchos de esos rumores distintos de memoria.

Mis ríos suenan muy bien sobre todo en marzo y en abril, potentes, alborotados, peligrosos, puro rock & roll. Luego en mayo y junio ya suenan más folk y en julio se han convertido en new age.

No hay nada como atreverse a vadear esos primeros meses de la temporada buscando los pasos de siempre, sin arriesgar mucho o sí. Es un placer estar allí, en medio de la corriente, en precario equilibrio, atronado por el agua, embriagado por su euforia salvaje, confiando en que las piernas, sabias, nos lleven por el buen camino que recuerdan. Cuando sale uno del peligro, ya casi en la otra orilla, sientes la adrenalina borrando del cuerpo cualquier cansancio.

A veces, egoísta e impaciente, en medio del rápido, lanzo la caña aguas arriba sin poder aguantarme, debe ser que tengo mucho vicio. Y a veces, por fortuna no demasiadas, pica una trucha y entonces me convierto en equilibrista, buscando entre las piedras huecos seguros para las botas, ajustando el seguro del carrete e intentando controlar la sacadera antes de que la trucha se descuelgue río abajo y tenga que utilizar los brazos para otra cosa, digamos que nadar, en agua helada. No sería la primera.

Y a veces vadeando esas gargantas fuertes con mi hijo el pescador, abrazados para estar más seguros, nos da la risa en medio de la fuerte corriente. Esas risas también están guardadas en el cajón de las músicas que no están en Spoti, a salvo de todo.



lunes

¿TRAMO LIBRE SIN MUERTE O TRAMO OLVIDADO POR TODOS?


Hacía muchos años que no pescaba este tramo del río olvidado por todos. Se supone que es un tramo de pesca “libre sin muerte” durante todo el año pero ni siquiera aparece en la ley de pesca. 

Antiguas tomas de agua molineras se aprovechan ahora de forma legal o ilegal para regar el tabaco. Cuando el agua se utilizaba para mover las piedras de los molinos, el cristalino tesoro se derivaba gracias a una pequeña represa hecha de cantos y a la inclinación suficiente de un canal hasta ser ayudada por la gravedad para mover las palas y acabar luego, de nuevo, igual de limpia y sin pérdida alguna, en el mismo río, cien metros por debajo de donde era tomada. Ahora el agua se utiliza mezclada por insecticidas y fungicidas tóxicos, sale por aspersores, se evapora, acaba en la tierra y la ponzoña tóxica se irá infiltrando hasta las capas freáticas y hasta el río para contaminar por generaciones su cauce. Es lo rentable. Es una locura. No hay duda que todos esos tóxicos quedan fijados en las hojas del tabaco que luego se fuman los adictos. Quizá dentro de algunos años se descubra que el cáncer no lo produce tanto la solanácea "nicotiana tabacum" como todos esos plaguicidas que se utilizan en la agricultura para que la delicada planta no enferme.

No es un TLS sino un TOT, un Tramo de vida Olvidado por Todos. En estos últimos años, además de vampirizar y envenenar sus aguas, sus fondos se están colmatando. 

Pero aún así sigue siendo un pedazo de río bellísimo y solitario. Estar de nuevo en el agua le llena al pescador de emoción. Fue en esos rápidos en los que tocó las primeras truchas de su vida. Le admira su empeño en seguir vivo y en que algunas truchas sigan habitando sus aguas. 

Resiste, aguanta, aún herido.