viernes

BIBLIOTECA


La brevedad no le angustia. Antes sí. Se siente un hombre afortunado ya sólo por estar, por existir, por poder seguir un poco más y tocar río, por haberlo tocado una año tras otro durante treinta años. Tiene muy presentes a quienes ya no están y eran más jóvenes, mucho mas que él ahora. Tampoco le sorprende ya la facilidad de morir que tenemos todos, aunque nos sintamos siempre tan inmortales dentro de la modernidad de todos estos presentes sucesivos. Tal vez por eso le gusta que el río siga vivo, resistiendo, invulnerable a los maltratos y él ahí, otra vez.

Es tan breve este abril. O tan pocos los días de libertad para bajar a esos pequeños ríos olvidados. Pocos saben del disfrute intenso de estar allí. Ese verdor furioso, la temperatura suave, la luz tamizada a veces por retazos de nubes finas, el sonido del agua. A cada paso un detalle que nos embriaga, agradecido por saber algo, por haber aprendido a mirar, por entender un poco que hay detrás y porqué y desde cuándo. El pescador quiere aprender y aprehenderlo todo para llenar una biblioteca entera de toda esa vida y poder repasarla luego en el futuro, pero eso no es posible. En la memoria quedara bien poco. Aún así suficiente. Sobre todo el deseo de volver, de conjurarse para poder hacerlo todos los años que le queden por vivir. Se siente ligero siempre, flexible, atento, muy despierto, con los sentidos latiendo de otra forma.

Luego, sentado unos minutos, agradece el cansancio. Que el cuerpo le diga, masticar con hambre, beber con mucha sed y saber que en unos minutos volverá a levantarse a caminar haciendo equilibrios por los filos de las pizarras y las piedras pulidas, acechar los peces, estudiar sus paseos, lanzar el señuelo, seguir río arriba. No le gusta estar quieto aunque saque durante un rato muchos barbos allí, quiere conocer nuevos rincones, mirar otras corrientes, pisar una ribera nueva de la que no sepa nada y que sea su memoria, la del hijo pescador, quién se encargue de hacer su biblioteca de días y de ríos.


jueves

HORCHATA

Mañana de experimentos. De jugar con la minicaña naranja, tan poco mimética y probar el repertorio de bichos montados en las tardes de domingo del invierno. Funcionó bien el “saltamonster” de foam y una ninfa con cabeza negra, cuerpo de avestruz y cola de silicona. Los barbos más grandes al bicho insumergible, los más pequeños a la ninfa marciana. También fue bien una moscorra clásica montada en anzuelo de pata muy larga con el cuerpo en pelo de liebre y las alas en comparadun de ciervo. La caña forzada al máximo y sin talón de combate con el que descansar el brazo. Los norteamericanos han pescado durante muchas décadas salmones con caña de una mano y línea cinco en ríos pequeños, eso sí, jugando a correr por la orilla arriba y abajo para hacer piernas. Hay ríos de tinta en viejas revistas yanquis sobre si caña de una mano o de dos manos porque con dos manos “eran muy fácil pescar”… claro que eran otros tiempos, con muchos salmones en el agua y pescadores con bíceps de leñador de hacha.

No tardo más en sacarlos con la mini-caña que con la caña ortodoxa y los peces salen disparados en cuanto les libero así que se agotan lo mismo. Otra cosa sería esa misma pelea en un embalse donde pueden sacarte el sedal de reserva en una carrera loca hacia el tapón del fondo, pero en un mini-río me gusta mucho la mini-caña con un mini-carrete para los maxi-barbos. Me ha sorprendido el glass, la fibra de vidrio hueca, nada que ver con el carbono y su familia. Blandas, lentas, muuuuuuy flexibles. Es la sensación del bambú pero con mucho menos peso. Entiendo ahora a los pescadores frikis de “glassmanifesto.com” y su apología intensiva de esta fibra retro que admite mucho colorín pop.

De todos los sacados no se me va a olvidar este. Ví sobre todo su morro blanco, lancé delante y subió lento desde el fondo hasta chupar un saltamonster como quién bebe  horchata con pajita. Luego no se volvió loco refregándose con el fondo sino que corrió seguro tabla arriba y abajo hasta que pude arrimarle sin problemas a una orilla suave de limo y juncos. Estaba sólo, como siempre que toco peces buenos y la foto es también como siempre guarripé, pero la buena foto la tengo en la cabeza, ese instante horchatero tras mirar un segundo al bicho en un si o no que se me hizo eterno.


lunes

ANGIOSPERMAS


Miles de hilos y pequeños arroyos llenan la garganta de agua limpia. Parece una de aquellas primaveras inmemoriales de antes de que el hombre encerrase los ríos. Sobrecoge tanto verde, esa voluntad genética de explotar en estos días propicios y seducir a todos los insectos disponibles para que las flores sean de nuevo fertilizadas, se hagan las semillas y todo el ciclo de la vida se mantenga como lo ha hecho en estos últimos ciento treinta millones de años. Angiospermas: αγγειον y σπέρμα. Semillas en el ánfora. Todos los colores del mundo, visibles e invisibles a nuestros ojos, para que los insectos se acerquen a emborracharse de néctar, hartarse de polen y hacer posible el milagro vegetal.

Lo más difícil es volver. Dejar atrás un amor, un libro escrito a medias, un río lleno de toda la vida que es posible mantener. Los pescadores se mojan los pies, pisan el limo fértil, tocan el agua, los peces, las flores y sienten el tacto de lo único que es verdad. Los pescadores lanzan las imitaciones de escarabajos, abejorros y libélulas para engañar a los barbos. Cuando les dejan volver a su libertad se marchan con un rabotazo furioso, alegre y explosivo, y ellos lo sienten igual en algún lugar de su presente.

La fragilidad de todo o su inmensa fortaleza. Sólo es posible dejarse llevar por el tiempo y en ese tiempo aprovechar los días, tocar cada momento de consciente belleza, saber que la compañía es lo que nos hace también verdad.


NUBE

Foto de: Ernesto Cardoso (sin filtros ni tratamientos)
El cielo se funde con el horizonte. Las nubes con el embalse. El agua del mar que evaporó el sol a miles de kilómetros, que transportaron las brisas y detuvieron las cimas de las montañas más altas, cae ahora aquí por un sofisticado mecanismo físico de saturación y partículas de polvo que hace que las moléculas de agua se conviertan en gotas con la suficiente masa para precipitarse al suelo. Un metro cúbico de nube apenas contiene tres gramos de agua. Si hoy han caído por aquí más de veinte litros por metro cuadrado ¿Cuál es el inmenso volumen de una nube? Con este agua el campo se llenará de verde, flores, insectos, vida. Se salva por un tiempo de los malos augurios y de los ciertos cambios climáticos ¿Por cuánto tiempo?

El pescador entiende que los hombres, en otra edad remota, o no tanto, inventasen danzas y sortilegios para atraer a las nubes. Un trozo de mar evaporado, un enorme pedazo de océano sobre nuestras cabezas. Lanzamos la seda al cielo y cae sobre un agua que hace poco estuvo bien lejos y era respirada por merlines, atunes y sargazos. Ahora nosotros respiramos también esa humedad invisible.

Metido en el agua líquida, envuelto en la lluvia a ratos gruesa y a veces fina, con un inmenso techo de nubes, el pescador se siente en casa. Las carpas y los barbos la respiran, se pasean cerca, caen a veces en la trampa de su señuelo de plumas que se arrastra por el fondo. Nada existe sin el agua.

martes

CEREZOS


Pescar entre cerezos en flor. Miles, millones de flores que aguardan ser polinizadas por toda clase de insectos glotones, no solamente abejas. Las truchas van saliendo, el día se va nublando y comienza a llover. Pescar bajo la lluvia tiene su atractivo: el sonido de las gotas sobre las hojas y el río, el olor del aire, la facilidad para acercarse a la orilla sin asustar a los peces, el cambio en los colores del bosque que nos rodea… Los inconvenientes son mínimos: se pega el hilo a la caña, es difícil hacer los nudos con los dedos mojados y se nos mojan las gafas si no tenemos unas buena visera… A parte de eso los pescadores solemos ir muy preparados, ni aunque caigan chuzos de punta nos salimos del río. Sólo las tormentas nos amilanan porque no tenemos vocación de pararrayos y una caña de grafito entre las manos es casi eso.

La primavera ha comenzado fértil en lluvias, y que siga. 
En Octubre del año 1933  László Ede de Almázy descubrió en el desierto de Libia la llamada “cueva de los nadadores”. El lugar ya era conocido por los beduinos, claro. Allí se pueden ver figuras humanas nadando y dibujos que representan orix, jirafas y antílopes. Tal vez dentro de algunos siglos este paraje sea también un desierto y a los que pisen el lugar les parezca imposible que hubiera aquí ríos, cerezos y truchas. Pero entre tanto que siga lloviendo antes que el cambio climático convierta en desierto este paraíso.