martes

ADOLESCENTE


(La película "The River Why", cuando la estrenen, va a gustar a muchos pescadores)

Mi hijo el pescador ya tiene doce años. El año que viene va al instituto. Los amigos, los estudios, los viajes, los amores le llenarán la vida de nuevas sensaciones, descubrimientos, experiencias… y tendrá menos tiempo para ir conmigo al río detrás de las truchas. Todos vivimos esa frontera adolescente.

En mi caso a veces dudo si al final ganaron las truchas a los amores. Hacer compatibles ambas pasiones es muchas veces difícil. Uno elige, alterna, reparte el tiempo, siempre escaso, intenta explicar a las mujeres qué tienen  los ríos que no tengan ellas, intenta explicar a los ríos qué tienen las mujeres de imprescindible… y no siempre lo consigue. Otras veces llevamos al amor al río aunque entonces la caña trabaja poco y descubrimos lo bueno y lo malo de un tálamo de helechos. Y muy pocas, nuestro amor entiende que el aire es importante, que necesitamos alejarnos de todo y estar allí, sin prisas, solos, sin horario o reloj, metidos en el agua lanzando una mosca a quién sabe que rincones de la imaginación o del torrente.

No sabría qué decirle a mi hijo el pescador. Tal vez que vaya a dónde el corazón le lleve, sin aplazar nada, sin engañarse con lo que de verdad importa en cada momento y lo que no. Que habrá días en los que no querrá salir del río y noches en las que no querrá salir de un abrazo. Otros, en cambio, sentirá que apenas queda nada más que seguir caminando hacia delante, solo.
Pero ya lo irá descubriendo él a su manera.

Y sueño que de vez en cuando quiera bajar conmigo a la garganta y que me enseñe entonces lo que él ha aprendido por su cuenta. De la vida. Del amor. De las truchas.

viernes

ORO


Dos semanas ya sin pisar un río, sin tocar una trucha. Se nos mustia el corazón, se atrofia el cuerpo, se aleja al sótano de los recuerdos la felicidad.

El pescador necesita tocar el agua y perseguir a los peces. Escribir de todo esto es un triste remedio que lejos de curar, incita a escaparnos mañana mismo a pescar aunque sea jueves y laboral. Es importante, en estos tiempos precarios, inciertos, duros, buscar un día de río.

Llevo una semana en casa mecido por la fiebre. Cuando pasa por fin, bajo esa tarde a la garganta. Me cuesta caminar entre las piedras así que pesco despacio y con cuidado. Toco media docena de bonitas truchas. Entran todas a una mosquita negra que apenas veo en el agua.
Me pierdo las dos últimas horas del sereno pero bajo contento por el camino perdido entre el helechal. No he olvidado el oficio.

Hay momentos, objetos, lugares, pasiones que son simple chatarra de poco valor aunque en algún momento nos parecieron oro. Otros en cambio, sin haberlos valorado nunca demasiado, descubrimos con el tiempo que son lo más valioso e importante. El oro de este último sol de primavera en el río, por ejemplo.

sábado

CUENTO I


(CUENTO A LA MANERA DE HEMINGWAY)


Tiene ya más de cuarenta y  vive solo, aquí, junto a su río, en una casa de madera, con dos perros y una gata. Cuando llueve enciende el fuego, engancha la hamaca y se pone a leer. Cuando hace bueno sale al río con la barca.
El río no tienen nada que no tengan otros ríos, pero sus aguas son limpias y la mayoría de sus riberas aún están salvajes, hay peces en abundancia y a veces es tan hermoso que podría llorar mirándolo una tarde cualquiera sin que ningún hecho trascendente le toque. No ha huido de ninguna ciudad, ni es un ecologista, ni un neorural, ni desprecia la civilización, ni odia a la gente más de lo que cualquiera puede odiar al vecino del quinto. No llegó allí a encontrar su camino, ni a meditar sobre la vida. No persigue ninguna espiritualidad mirando al sol  ponerse, ni le duele el corazón en invierno por algún amor no correspondido.

Ha venido a vivir junto a su río porque le gusta olerlo todas las mañanas, salir al amanecer a pescar barbos y dejar que la corriente le empuje lentamente. Amarrar la barca bajo a un sauce al mediodía y comer un bocadillo antes de seguir pescando.


Vino aquel día junto a su río para ver como son las estaciones, para sentir el frío y el calor y para vivir estos años junto a él antes que lo maten como a otros. Vive con el deseo de recordarlo todo, de guardar este río en su memoria por si mañana alguien le pregunta por él y ya no existe como existe hoy, bello y tranquilo, turbulento y bronco según los antojos de la lluvia.

- ¿...Y  qué vas a hacer con los treinta mil del premio?
- Volver. 
- ¿Volver?.- Repitió el periodista.
- Si, volver.

Entonces sintió que tenía prisa, que había que apresurarse, que cada minuto era único, que era un derroche de tiempo estar ahí bebiendo Tio Cuervo con un pijo ilustrado y hablando de aquel libro que ya no le importaba mirando al pequeño horizonte de las otras terrazas.

-  ¿Quieres otro?. le preguntó.
- No, no ya he bebido bastante Tequila y luego tengo ardores, no está ya uno para los excesos de la juventud.

El periodista tendría apenas treinta años. Era una entrevista más de tantas, con preguntas similares e idénticas respuestas. La terraza estaba llena de ejecutas huidos, señoras bronceadas y turistas despistados vestidos de verano.

- ¿Volver a dónde?-. Volvió a preguntar Rafa.

Pero el escritor no podía contestar. Solo mucho después lo supo el periodista. Hace unas semanas cuando apareció por aquí a saber de su vida, de su próxima novela inexistente.- Oye Rafa vete a ver al tipo que ganó el año pasado y haz una entrevista y unas fotos. Vive en un pueblo de no se dónde, ahí encima de tu mesa te he dejado la dirección, según el reporte de la documentalista su novela no se comió una rosca, se vendió la primera edición a duras penas y la segunda está por las librerías muerta de risa. Por lo visto se las piró sin trabajarse las relaciones públicas, no quiso salir por la tele y pasó de conferencias, universidades de verano y esas gaitas así que no ha vendido ni una escoba-.

Ha pasado más de un año y sigue aquí. Se ha adelantado la primavera. El río está precioso, lleno de agua y de peces. No ha vuelto a escribir una letra. Se levanta cada mañana muy temprano para hacer los buñuelos o una torrijas de vino. El amanecer le sorprende casi siempre en el río. Después de comerse un plato de buñuelos crujientes y dorados saca el bote del cobertizo y lo empuja hasta la orilla. Entonces se deja arrastrar por la corriente mientras va preparando la caña y el aparejo, contempla la neblina disiparse y el sol le va calentando lentamente. Los patos, las nutrias y las garzas ya no se asustan a ver pasar la barca río abajo.

- ¿Pero dónde vas a volver?-. Repitió aquel día el periodista.

Tardaron solo una semana en hacerle la pequeña casa en aquel lugar junto a las acacias y la buganvilla. Se compró un bote con un pequeño motor, un par de cañas nuevas, unos cuantos cachivaches para la casa y semillas de todas clases. El último extracto bancario que recogió en el buzón de su apartamento en la ciudad indicaba que tenía un saldo de apenas seis mil euros pero sintió que era rico y además había hecho realidad todos los deseos de su vida. Tenía de una casa de madera que olía a pino, una barca nueva y su río a veinte metros de la ventana, oculto entre los árboles, lleno de vida, de agua, de peces, de olores.


Esa vez al periodista se le puso enseguida la sonrisa idiota y el “que bien te lo montas”, que si “torres de marfil”, que si “la soledad del corredor de fondo”, que si “el hombre primigenio y natural” y otras gilipolleces por el estilo. Se lo llevó al río a pescar para que dejase de hacer preguntas sin sentido.

¿Porqué pescas?.- Preguntó el idiota.
- Porque los peces me parecen seres maravillosos, perfectos, elegantes, cuando atrapo uno y le miro de cerca, cuando veo a la luz del sol sus ojos hermosos, el color de sus escamas, como luchan por seguir viviendo me parece comprender parte del mundo.
- ¿Pero entonces porqué los matas?-.  Rafa seguía preguntando gilipolleces.
- No los mato. Sólo los pesco.

No, el tipo aquel no me entendía una mierda. Al poco de empezar a pescar con la caña que le había dejado se enganchó el anzuelo en el hombro y comenzó a sangrar como un cerdo así que tuvieron que regresar a casa de vacío.

- ¿Para cuándo tu próxima novela?.

En ese momento llegaron del trabajo Nasser, H’alef y otro amigo que no conocía.

- Salam.- Rafa pegó un respingo.
- ¿Trabajan para tí?- Continuando así sus preguntas imbéciles.
- No, trabajan en las fincas de los alrededores recogiendo el tabaco, son amigos. Aquí el único que trabaja para mí es Nasser. ¿verdad capullo?.
- Déspota - dijo el palestino con sorna, bajándose el sombrero un poco más para que los último rayo no le dieran en los ojos.

El motor de riego que se oía a lo lejos paró de pronto. El silencio, el murmullo del río y el horizonte de un naranja intenso enmudecieron por unos minutos al periodista. Pero por poco tiempo.

- ¡Que hermoso!, no hay nada como la campiña, aquí el hombre se hace auténtico .

Hálef me miró interrogante, como diciendo ¿y a este, dónde le has encontrado?. 

- Pues vente a vivir aquí, la mitad de las fincas de los alrededores se venden, además puedes conseguirla a buen precio porque el cultivo del tabaco está cada vez más chungo.
- No podría dejar Madrid, allí tengo mi trabajo y mi gente.
- Pues tráete tu trabajo y tu gente.
- No es solo eso, es la vidilla que tiene Madrid, la sorpresa de encontrarte un amigo por la calle después de tantos años, enamorarse de una desconocida, tomarse una copa por Santa Ana.
- ¿Vas a pescar mañana a la garganta? - preguntó Nasser interrumpiendo los pretextos del periodista.
- Si.
- He visto a tu amiga esta tarde, a la sombra del sauce grande- dijo Nasser con una sonrisa enigmática.
- ¿Tienes un amor aquí?, ¿alguna campesina?-. preguntó el periodista volviendo a la carga.
- Déjalo en amiga.
- ¿Una amiga marroquí?
- No, una amiga de aquí, de la tierra.
- ¿A qué se dedica.
- A nadar.
- ¡Ah, es deportista!.

Los tres amigos reventaron en carcajadas al mismo tiempo.

- Es un pez, una trucha enorme, aquí el escritor está enamorado de un bicho con escamas -. dijo Nasser intentando que la risa no le derramase el tabaco del cigarrillo que se estaba liando. El periodista le miró desconcertado antes de imitar las risas de los otros creyendo que era todo un chiste.
El periodista se fue sin su entrevista. Pensó que al menos tendría la imaginación suficiente para inventársela: "de escritor mundano a ermitaño pescadero", o algo así escribiría.


Él ya sabe que en ese tramo del río están los peces más grandes. Están ahí, en algún lugar del fondo, nadando contra la corriente en la penumbra fría, sintiéndose los amos del mundo, deslizándose a lo largo de la orilla en busca de cangrejos o pececillos despistados, saltando con orgullo fuera del agua para atrapar una mariposa que ha tocado por un instante la superficie.
Deja que la corriente desplace la barca río abajo, esta en el centro y lanza el señuelo con todas sus fuerzas cerca de la orilla, junto a los árboles sumergidos y al plantas acuáticas, mueve la caña con pequeños tironcitos para que el pececillo falso, hecho con plumas de colores, simule estar agonizando, enfermo, perdido, espera que pique un buen barbo, que la línea se pare de pronto y no pueda recoger más sedal, que el hilo dibuje un arco en la superficie del agua, que la caña se doble, que suene el freno del carrete.

La superficie del río es ahora un espejo perfecto. Se repiten en él los árboles, las garzas, los milanos planeando, las estribaciones de la sierra aún nevada y la vida le asombra, le asombra la huida de un pato cuando ve la barca, la libélula roja que se posa en la punta de la caña por un instante y parece hecha de metal y fuego, el salto de los peces rompiendo la quietud, los galápagos soñolientos tomando el sol en un tronco de la orilla. Le asombra estar ahí, en ese preciso lugar, a esta hora del día, donde sabe que hay muchos peces que se lanzarán con hambre contra el señuelo.
Le asombra estar flotando en medio del agua y no correr por Madrid camino del despacho con el tiempo justo para tomar un café, leer los emails en el móvil y proseguir el informe que acaba de comenzar a escribir sobre el potencial de mercado del una infusión de té adelgazante, enlatada como refresco.
Presiente entonces que un pez esta comiendo ovas entre las algas que recubren las ramas de un gran árbol sumergido. Recoge el señuelo con rapidez y espera a que la barca se sitúe en el punto más próximo al lugar donde suena una especie de besuqueo acuoso. Lanza con un rodado el pececillo de plumas unos metros por encima de la zona y comienza a recoger seda a buen ritmo, haciendo a veces alguna parada brusca para que el señuelo ascienda un poco. Entonces se para la mano izquierda, la caña no se dobla, por un momento se engaña creyendo que ha enganchado el cebo de alguna rama del fondo, pega varios tironcitos en varias direcciones esperando que se desenganche, no conviene tirar fuerte porque así el anzuelo no se clava profundamente en la madera y se ahorra uno un chapuzón, pero de pronto siente un tirón brutal, decidido, sostenido, guarda el equilibrio de pie sobre el bote y hace que la flexibilidad de la caña trabaje a su favor, pero el pez sigue tirando hacia el fondo y se dispara el seguro del carrete ya sin control. No quiere apretar el freno y arriesgarse a partir el hilo. Piensa, "que se vaya si quiere, que juegue a huir, a esconderse, a correr río abajo aprovechando con la fuerza de su cola la corriente". El pescador mira entonces el carrete y descubre que apenas queda línea de reserva. Como el barbo siga tirando se quedará sin pieza y sin sedal para seguir pescando porque no ha bajado ninguna  otra caña y ninguna otra bobina de repuesto. Siente miedo, se arriesga, aprieta un poco el freno y tira, el sedal se tensa y la caña se dobla casi en una elipse circular para ponerse inmediatamente recta porque el sedal se aflojó de pronto. Piensa, "o el pez se ha desenganchado o se ha roto el hilo o el animal es listo y ha dado la vuelta en redondo". A toda velocidad recoge línea, ansioso de saber lo que ocurre, maldiciéndose por haber hecho cosas que no debía haber hecho aunque ahora no pueda concretarlas. Entonces vuelve la tensión, la vibración del sedal contra el agua. La barca se desplaza lentamente remolcada por la fuerza el barbo.

- ¿Volver a dónde?. Preguntó aquel día ya lejano el periodista.

Volver allí, a su río, antes de que desapareciera o de que él sintiera que la vida se le había escapado nadando despacio, por lo más hondo y oscuro rompiendo al final el sedal y dejando en su cara la expresión de un necio o de un idiota.



martes

OTA

(Ilustración de G. Sender Montes)

He terminado el libro de Ota. Se lo voy a pasar a mi hijo el pescador para que se lo lea. Pocas veces he disfrutado tanto leyendo un libro "de pescadores, ríos y peces". Me ha hecho llorar y reír.

"Si quieres ser feliz una hora, emborráchate; si quieres ser feliz tres días, cásate; pero si quieres ser feliz toda la vida, hazte pescador".

"La pesca es, antes que nada, libertad. Caminar kilómetros y kilómetros en busca de truchas, beber agua de las fuentes, estar a solas y libre al menos durante una hora, unos días, o hasta semanas y meses. Liberado de la televisión, de los periódicos, de la radio y la civilización."

'Cómo llegué a conocer a los peces" de Ota Pavel. Sajalín Editores. Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús.

viernes

LEER



Me gusta leer el agua en el río y en el papel.

No hablo del “libro técnico” o del “libro práctico” de pesca en el que por ejemplo Tikal, Sekotia con su sello A Mosca o Everest están haciendo una buena labor. Pero pocas veces se mezcla literatura y pesca en España. Muy pocas veces los editores se atreven a traducir, editar y publicar lo mucho y bueno que hay de esa mágica mezcla por el mundo, sobre todo anglosajón.

Recuerdo, en la adolescencia, la fascinación y el placer de descubrir el bello cuento de Hemingway “el río de los dos corazones”, “el viejo y el mar” y esa jornada de pesca en el Iruña que tan bien relata en la novela “Fiesta”. Es cierto que aquí teníamos a Delibes y “mis amigas las truchas” pero poco más. Ahora gracias a Internet tenemos acceso al ancho y mágico mundo de la “literatura de pesca”, pero sigue habiendo bien poco “en papel”.

Por eso hoy, tras una buena jornada de pesca en la feria del libro de Madrid, he capturado algunos libros para regalar a los amigos que no son pescadores:

Los cuentos de Hemingway en la editorial Debolsillo donde está el relato “El Gran Rio Two Hearted.” que es considerado unos de los diez mejores cuentos del mundo.


El imprescindible “El Río de la Vida” del admirado Norman que ha reeditado la estupenda editorial Libros del Asteroide.


Los divertidos “Relatos de Pesca” de Zane Grey en Ediciones del Viento.

Pero agradezco en especial a los locos de Sajalín Editores que haya publicado en una bonita edición al escritor checo Ota Pavel y su libro “Cómo llegué a conocer a los peces”.


Cualquier pescador lector disfrutará mucho con estos libros. Esta vez no he practicado la captura y suelta. En los tiempos que corren admiro a los tipos de Libros del Asteroide, a Ediciones del Viento y a Sajalín por publicar esas joyas. Espero que vendan toda la edición.


jueves

OLOR



Una tormenta de verano. Rayos, truenos y centellas. Primero el viento lleno de polvo y calor, luego la sinfonía torrencial del agua. Soy un irresponsable, nunca he tenido miedo, aunque dejo la caña-pararrayos de grafito en el suelo y me siento en una piedra, en medio del agua, a esperar a que pase al menos el bronco aparato eléctrico.

Recuerdo la sinfonía de Maurice Jarre Building the Barn de la película Witness. El gris revuelto del cielo, el agua fría golpeando sobre mi gorra y el impermeable, los verdes del campo cambian al mojarse, tanta fuerza desatada, tanta furia y tanta belleza para un solo espectador maravillado.

Ya sólo cae agua fina. En tardes como estas suele haber eclosiones de hormigas aladas y las truchas se ponen como locas nada más pasar la tormenta. Siento que  a mi me pasa lo mismo, las buenas tormentas despiertan las hormigas aladas de mi vida y uno se siente bien, alegre, ligero, fresco, revoloteador. En cada postura sale una trucha que muevo o que saco.

Pero no vine aquí a contar todo esto sino a recordar el olor, de antes, durante y después de una tormenta. Olor a ozono, a tierra mojada, a bosque empapado, no sabría describirlo, es un olor muy especial. Para mi, uno de los perfumes de la libertad.

(fotos de  Francesc Luque)

lunes

ORO



No nos damos cuenta pero utilizamos tecnología punta, materiales que se inventaron para la carrera espacial: copolímeros, aluminios aeronáuticos, fibras de carbono, aceros de alta resistencia, tejidos inteligentes, holográficos,… pronto usaremos nanotubos y grafenos. Sin hablar de todo esto llamado Internet que nos permite tener a la distancia de un click casi todo el saber del mundo sobre los misterios de la pesca… o escribir aquí, sobre este pozo oscuro.

Hoy toco este anzuelo pulido de hace más de diez mil años, acaricio esta mosca grande fabricada con una vieja aguja de coser templada al fuego de una vela, armada con  gruesos sedones de tintadas naturales y plumas de aves raras, siguiendo las indicaciones de un manuscrito escrito en Astorga hace casi cuatrocientos años y pienso entonces que da igual que mi caña sea de fino bambú o que tenga las mismas fibras de carbono que las que se utilizan para fabricar el chasis de los satélites que viajan ya fuera de nuestra galaxia. Porque lo que importa son las manos del pescador, su intuición, su curiosidad, el cuidado que pone en hacer esa mosca, atar este sedal, lanzar su señuelo al rincón más prometedor de la corriente. El tiempo y la pasión que invierte un pescador de hace diez mil años o cuatrocientos años o de hoy para conseguir tocar una trucha salvaje en aguas limpias.

Tiempo, cuidado, pasión. A quién talló ese anzuelo, a quién hizo esa antigua mosca centenaria, al pescador que lee todo esto, le mueve la misma voluntad, instinto, sueño: tener un buen pez entre las manos, un pez grande, sabio, difícil.
Si pensamos en cada objeto que forma nuestro equipo de pesca, si investigamos su origen y su tecnología nos maravillamos de cómo el progreso ha cambiado y sofisticado todo. Sin embargo, lo importante, no ha cambiado casi nada.

Porque de los miles de chismes que podemos comprar para pescar, de todo el equipo que atesoramos en nuestro rincón de montaje y nuestro armario cañero el más valioso, el único que importa, el que nos permitirá coger las mejores truchas es sólo uno: horas en libertad. Tener tiempo y un río limpio en el que derrocharlo a placer.




Dicen que el tiempo es oro. El tiempo es lo único que de verdad tenemos en la vida y que no se puede guardar en un banco para el futuro.