viernes

PARAR

Inquietud. Nunca parar. No acomodarse a una silla durante las horas de tiempo libre. No descansar como un adulto. No apreciar la inmovilidad o el sedentarismo. Siempre buscar, investigar, explorar, ir, pescar. 
Él debía de tener por entonces treinta y tantos y nosotros no llegábamos a quince pero ya desde mucho antes no nos dejaba quietos. Siempre había un lugar cercano o lejano, conocido o nuevo para ir a pescar.
Ahora, cuando me toca a mi ser guía o profesor o acompañante de algún crío que quiere comenzar a pescar me doy cuenta de su proeza. Llevar a uno, dos o tres niños al río, el embalse o la garganta es complicado. Pero para él siempre era fácil.
No recuerdo cómo nos enseñó pero de inmediato nos inoculó el veneno del agua y pronto nos dejó libres para que nos pinchásemos, enganchásemos el señuelo en la rama más alta, liásemos el sedal, probásemos el agua fría o el tropiezo contra las piedras y nos las apañásemos solos. Han pasado muchos años y no recuerdo que tuviera con nosotros ninguna intención de tutor protector, era más un compañero cómplice. Una vez llegados al agua y tras alguna instrucción breve nos dejaba a nuestro albedrío, cada cual a lo suyo, con su caña, por su trozo de orilla o de ribera. Primero no muy lejos unos de otros, luego sí. Luismi, Fernando y yo nos convertimos pronto, si no en avezados pescadores, si en expertos andarríos que teníamos buen cuidado en no caernos, mojarnos, enganchar  o liar y que, si no cogíamos casi nunca más peces que él, alguna vez tuvimos esa suerte.

Han pasado muchos años pero no hay día que no me vengan a la memoria alguno de esos momentos de río y tiempo por delante con Ángel. Fueron muchas horas, temporadas, lugares. Nunca quietos, siempre practicando una pesca andante y descubriendo que el tiempo libre que tiene mejor sabor es aquel usado en no estar sentados, ni quietos, ni pasivos. No me explico cómo lo hizo, porqué nos llevaba siempre con él no siendo sus hijos, cómo le resultaba tan fácil embarcarnos en sus aventuras sin que le impidiésemos pescar, sin convertirnos en estorbos, pasando con tanta rapidez de niños torpes a avezados saltimbanquis y luego a pescadores incansables.

Inquietud. Nunca parar. No estarse quieto en casa, sentir que eso que se llama el tiempo de ocio, el tiempo libre, sólo puede servir para hacer, buscar, investigar, explorar, ir, pescar. ¿Ocio pasivo?, ¿ocio sedentario?, ¿cansancio?... Me pongo estúpido o trascendente y le dijo al hijo pescador que sólo la muerte me parará. Mientras tanto tenemos ahí delante muchos kilómetros de ríos cercanos o lejanos, conocidos o nuevos para ir a pescar.  No hay día que no  recuerde a Ángel, que no le agradezca este descubrimiento.


martes

EL NUEVO LUJO



Frío. Menos cinco grados. Pero el frío está al otro lado del vadeador, los calcetines gordos, la ropa interior térmica, el forro polar, la cazadora de plumón, el gorro de lana, la braga de cuello, los guantes. El frío es una sensación agradable en la cara, la certeza de que estamos vivos y allí, en medio del agua y la intemperie. No hay insectos, tan solo bandos de avefrías y zorzales camino de sus comederos. El pescador siente el silencio, el siseo de la línea al volar, su voz ahí dentro, en algún lugar, recordando otros días, explicándose como hacer un buen nudo con los dedos helados, asombrándose de que ya son muchas décadas acercándote a ese sitio secreto.

Yves Michaud en “El Nuevo Lujo” (Editorial Taurus) analiza cómo las marcas han ido articulando argumentos nuevos, más sutiles, para vender sus baratijas, sus gadgets o sus servicios. El lujo hoy, a comienzos del siglo XXI, se disfraza con “experiencias, arrogancia y autenticidad”. Cuando compras un viaje o una prenda de ropa, o un automóvil o te tomas una copa de cierto licor en cierto lugar, buscas vivir una “experiencia”, sentir la “arrogancia” y la ostentación de ser un privilegiado, creer que eso que estás consumiendo  es “auténtico”. Por supuesto, como en la industria del lujo del siglo XX, se creó y se crea una industria del sucedáneo, el simulacro y la imitación para las clases medias que quieren emular así un "luxury" al que sólo pueden acceder los ricos de verdad.

Pero el lujo de verdad no tiene precio, ni intermediarios, ni anuncios en la televisión, ni estrategia de marketing. El lujo de verdad lo construye cada cual con su inteligencia y su tiempo en libertad, su cultura y su forma de entender el sentido de la vida. Y hoy el lujo es este frío, las horas por delante, los malvices cruzando por el cielo, el hijo pescador aquí a mi lado.


lunes

PREMIO

Quisieras adelantarle las lecciones, ahorrarle los esfuerzos, los fracasos o las frustraciones. Orientarle hacia algunas de las pocas certezas que conoces, que te sirven, que funcionan. A veces ¿Para vivir?, ¿para pescar?
Pero sólo lo vivido nos enseña. No se puede amar de oídas.  Tampoco se puede aprender a pescar de oídas. La teoría está muy bien para los días de lluvia y frio como los de ahora, pero en los días de furia y río, de agua y paz sólo aprendemos con nuestro propio cuerpo, utilizando nuestro extraño cerebro y luego: prueba error, casualidad, inspiración, secreto, ciencia, experiencia, astucia, intuición, persistencia, memoria, curiosidad…

…Al principio querías que tocara el premio, el éxito, el pez. Ahora ya no. El premio, el éxito y hasta el pez son el pretexto de los días quemados en belleza, de compartir el torrente y la orilla, la caja de moscas y el silencio, los sueños y también parte del tiempo por venir.


Laponia 2011

jueves

VADEAR



Nada hay de contemplación bucólica en pescar. El pescador es un tipo de acción, un andarín, despierto, atento, al acecho. Sin embargo todo eso lo vive desde la tranquilidad y la ligereza. No hay que demostrar nada a nadie, nadie nos mira, no hay disimulo social sino sinceridad desnuda con el río. Si rozamos la perfección en un lance o si erramos en un paso sólo lo sabemos nosotros, disfrutando de lo uno, aprendiendo de lo otro, a veces con dolor.

El hijo pescador lo sabe, si te embobas en el río te pegas la hostia, si te distraes no cogerán una trucha, si te relajas vas a probar lo fría que está el agua, si no andas atento romperás la caña, engancharás el sedal, perderás la mosca. No, no hay mucho bucolismo campestre en la pesca de la trucha, más bien es una mezcla de atletismo de fondo, meditación activa y baile hecho en el equilibrio incierto y resbaladizo de las piedras de un torrente.

No hay mucho espacio para el espectador aquí. Algún amigo o amiga no pescador me acompañaron alguna vez para ver "qué era eso de la pesca”. No volvieron. Acabaron pinchados por las zarzas o las ortigas, mojados, caídos, agotados de tener que ir caminando de piedra en piedra como una cabra o agachados entre la maleza y rodeado de bichos y agua. Una dijo: como en una selva de Vietnam. Otro dijo: está lloviendo, ¿habrá que irse ¿no?. Y otro: ¿Joer macho tu no pescas tu juegas a ser Indiana Jones incluido el “lático”! Y otra: Tu te quieres quedar conmigo, pescar no puede ser esto que haces, no sé dónde encuentras el gusto, lo haces para que no vuelva.

Le digo a mi hijo: Lo más prudente es no llevar nunca a pescar truchas a alguien que no sea pescador o pescadora.  Él sonríe y vadea el río con soltura. Cuesta mucho aprender a andar así entre las piedras, es como bailar un agarrado, hay que tener cuidado de no pisar los pies de quien abrazas, sobre todo porque aquí el agua debe estar a cinco grados. Seguro que cuando crezca el hijo pescador se las llevará de calle, será un gran bailarín.



martes

MINORÍA



Ava y Gregory pescando

El sociólogo que hay dentro del pescador se pregunta por el “cuantos”, el “tipo”, el “porqué”. No hay estudios globales ni datos transversales. En el año 1950 en España se expidieron en torno a 27.000 licencias, en el año 2000 la cifra era de 800.000. ¿Hoy cuántos somos? ¿Cuántos son pescadores deportivos de costa? ¿Y cuántos somos mosqueros andantes?. ¿100.000?,  ¿200.000?.

En todo caso una pequeña minoría, de ahí la doble o triple rareza de  ser “pescador”, “mosquero” y “sin muerte”.

Al sociólogo le gustaría tener buenos datos por tipología, edad, frecuencia de salidas de pesca, opinión sobre esto y aquello… Hay algún estudio de mercado que hice en su tiempo, pero de muestra muy limitada y de limitadas conclusiones. Está el dato de tirada y difusión de las revistas pero es difícil sacar de allí hipótesis ya que muchos pescadores no leen demasiado e Internet compite cada vez más con el papel en este mundo.

Por lo tanto es sólo el oficio, la intuición y no los datos el que me indica que poco a poco somos más los “mosqueros andantes conservacionistas”. Somos más pero seguimos siendo los “raros”, los pocos.

Frente a las confederaciones hidrográficas, las eléctricas, los regantes, las grandes o medianas industrias que utilizando el agua luego no la depuran o lo hacen de forma muy deficiente, los políticos con responsabilidad en las aguas continentales… apenas somos nadie: sólo 100.000 ciudadanos más o menos.

Pero también pienso y le cuento a mi hijo el pescador eso que los sociólogos llamamos las “minorías activas”. Son las minorías activas las que empujan, las que van delante, las que hacen que cambien las cosas y, sobre todo, que cambie la forma de pensar del resto de ciudadanos. Los grandes logros sociales que han traído el progreso al mundo fueron empujados, al principio, por poca gente. Pienso en las luchas obreras del siglo XIX, la abolición de la esclavitud, del trabajo infantil, el derecho al voto de la mujer, el uso del DDT, la caza de ballenas, la basura radioactiva… Le hablo de Clara Campoamor, de Rachel Carson, de Fernando Pereira…

… Le sigo contando otros ejemplos distintos  y se sorprende de que lo que a él le parecía tan natural hubiese costado tanto…

…Ojalá un día alguien cuente que los ríos se salvaron por cuatro mosqueros andantes…


viernes

"EL TRAMPERO" de Vardis FISHER


No hay mejor colchón que una pequeña playa de río, de un pequeño río de montaña, de un pequeño rincón del mundo, aún salvaje ¿por cuanto tiempo? en el que has montado un abrigo precario para dos días. En alguna parte, hoy te parece que muy lejos, seguirá corriendo la ruleta rusa de la crisis con todas las balas metidas en sus recámaras y un mono loco escondido en un despacho va apuntando con el arma hacia la gente. 

Antes de bajar a este rincón anduviste trasteando en la cocina del pueblo con carnes y un cuchillo de silex encima de la gruesa tabla de nogal. Picaste medio solomillo de cerdo, un hígado, un corazón y un seso de cordero lechal, sus dos riñones, su rico recubrimiento de grasa y un buen trozo de tuétano. A esta farsa añadiste un machado de ajo y una fritada bien desgrasada de pimiento verde, rojo y cebolla, abundante pimienta, generosa ración de sal, hojas de salvia y tomillo en flor. Luego has metido todo este picadillo en la maravillosa tripa limpia y fresca que te ha regalado tu amigo carnicero y has fabricado cuatro gruesas salchichas que ahora, para cenar, estás asando muy despacio. La receta de estas salchichas es de los indios Apsálooke aunque ellos las hacían con huapiti y bisonte.

Has estado pescando hasta que la penumbra no te dejaba ver el señuelo. Te sabes el camino de vuelta hasta la playa aunque la maleza y la noche han convertido el paisaje en otra cosa. El chisporreteo del asado se extiende por el río. El sonido del agua se te mete muy dentro hasta formar parte de ti. La salchicha india está exquisita sobre una rebanada de pan a modo de plato. Vas cortando con la navaja pequeños pedazos y mojando el bocado con un trago de vino fresco de la bota.

El año en el que naciste, Vardis Fisher escribió “el Trampero”, una bella novela de la que has sacado la receta de estas salchichas Crow. Ha pasado mucho tiempo y sin embargo no ha cambiado la sensación de paz y gratitud por una noche en el campo, a la sombra de la luna, aguardando el sueño sobre una cama de arena que han fabricado el agua y los siglos.

El mundo se sigue dividido en dos grupos distintos y extraños. El de los indios, el de los colonos. El de los nómadas, el de los sedentarios. El de los que buscan la seguridad de los muros, el de los que los saltan y se van lejos.