miércoles

BAYES



Perdías el tiempo en lo inútil aunque a veces contemplabas  prodigios. Un barbo enorme saliendo de la nada para tragarse un pajarillo que había caído del nido; la intuición de tu perro adivinando la cercanía del bass antes que tu sintieras en las manos su picada; la sombra monstruosa de un pez negro y ancho que acabó siendo un banco de apretados alevines de pez gato; la zambullida del martín casi a tus pies y su sorpresa al salir con el cachuelo y ver a un tipo asombrado, agazapado bajo una rama, con una caña en la manos; la gran trucha que sorbía pequeñas efímeras blancas junto a un brazo con algo más de corriente en el que desembocaba la garganta y que se alejó de ti para siempre, perezosa y molesta, por tus aspavientos al intentar cambiar en unos segundos el señuelo; o la luz de la tarde haciendo brillar las columnas de mosquitos que  bailaban en espirales de seda, la quietud absoluta del agua que reflejaba los estrechos bosques de la ribera como si bajo su superficie existiera en verdad otro río, otro cielo, otro mundo y otro pescador mirando dentro. Pero volviste a lo importante… ¿qué probabilidad habría hoy de tocar una trucha grande?

Intuyo que el párroco Inglés del siglo XVIII Thomas Bayes era pescador de mosca. Supongo que en algún momento pensó que si tener un suave picada, dado que estamos pescando, se podría saber (si se tiene algún dato más), la probabilidad de tener una buena trucha si se tiene una suave picada. Thomas Bayes, de Tunbridge Wells, en el condado de Kent, vivió entre 1701 y 1761, era un tipo tímido y algo tristón, pero también un brillantísimo matemático. Inventó la ecuación matemática que se conoce como el Teorema de Bayes y que tiene esta pinta tan inquietante:


Hoy la gente utiliza su teorema para solucionar complejos problemas que tienen que ver con la distribuciones de probabilidad o probabilidades inversas. Se trata de un camino adecuado para llegar  a probabilidades estadísticamente fiables partiendo de una información parcial. Lo chusco del asunto es que su teorema no tenía aplicaciones prácticas sin los ordenadores de hoy, sin un cacharro que pudiera realizar con rapidez y precisión todos los cálculos necesarios. Cuando se le ocurrió a Bayes el teorema era un ejercicio inútil así que nuestro colega ni se molestó en darlo a conocer. Un amigo suyo lo envió después de muerto Bayes a la Royal Society de Londres y fue publicado en las Philosophical Transactions de la Society que supongo que es una revista de esas con señoritas en bikini de la época. El artículo se titulaba “Un ensayo hacia la resolución de un problema en la Doctrina de las Posibilidades”. Suena aburrido pero fue todo un hito matemático. Hoy su teorema se utiliza en las predicciones de los mercados de valores, los modelos de cambio climático, el establecimiento de dataciones con el carbono 14, en el análisis de sucesos cosmológicos, diagnósticos de cáncer, sistemas para detección de spam en Internet y en todos el enjuagues en los que la interpretación de las probabilidades es lo importante.


Los humanos, algunos, son así, gastan su tiempo en imaginar problemas y universos, en deducir cierta belleza invisible en los números y en las palabras aunque no sirvan para nada.


lunes

CARAMELO


Vas a levantar la mosca del agua. Ya esta fuera y en ese instante salta la trucha como un delfín para cazarla. No duraría el instante más de una décima de segundo. Al segundo siguiente el pez revoloteaba por el aire hacia la sacadera.

El tiempo se desliza por la tarde. Son casi las diez y aún es de día. Vuelves por una selva de cicutas y malezas muy altas, bajo un bosque de ribera en el que no hay rastro de cultura o destrucción ¿Qué valor tiene esa décima de segundo?, ¿qué magia química y eléctrica ha grabado en tu memoria ese instante?, ¿por qué azar o qué milagro se olvidaron de este bosque de maravilla?

También recuerdas las dudas, tu poca fe en el feo trico caramelo, la lentitud con la que ataste la mosca con ese nudo Orvis que te gusta en ese cero nueve que ahora usas y como, a pocos metros de ti, se  cayó un viejo árbol sin motivo, sin hacer ni gota de viento, porque le tocaba caer después de haber aguantado firme varios años, ya muerto. Fue un estrépito de catástrofe y luego de nuevo silencio y murmullo de agua. Nunca había contemplado el derrumbe de un árbol. A veces no sabes si la vida es una suma de instantes recordables o es el residuo pegajoso y vacío que los une sin más. Si la vida de verdad son los segundos que guarda la escasa biblioteca de tu memoria o las miles de horas o de días que pasaron sin causa y sin perfume.

Por eso te gusta sentir el pez, su tensión, su pálpito entre los dedos mojados. Es la forma más cercana que sientes de tocar de verdad el tiempo que posees. Ahora, a medias supersticioso a medias empírico, fabricas nuevos tricos caramelo y no sabes si son un buen señuelo para truchas voladoras o un imán de instantes felices. Todos los pescadores saben que las moscas buenas son una llave mágica que abre una puerta hacia un País de las Maravillas muy secreto. La cerradura está en el agua y es cosa del pescador y de sus dedos, su pulso o su instinto, saber girar la llave, empujar despacio la gran puerta y entrar de nuevo en él.



viernes

DIORITA



¿De verdad todo lo desgasta el tiempo? ¿O somos nosotros los que permitimos que la dejadez vaya borrando lo que un día nos pareció intenso como una explosión termonuclear en medio del sol? ¿De verdad la intimidad y los días erosionan aquella belleza que nos excitaba siempre? ¿O somos nosotros los que aceptamos que el deseo se desmorone sin remedio aunque una vez lo imaginamos duro como una diorita arrogante en la intemperie? Pero hoy, esta madrugada, todas esas preguntas son ceniza de cigarrillo arrinconado en una acera de la ciudad, retórica de postureo recitando a Keats, elucubración de pajillero cuarentón, ripio de poeta aficionado a las pintadas con spray. Acaricias las estrías de su culo, la cicatrices de su vientre, los músculos fuertes de sus piernas, las aréolas grandes, la leve curva de su sonrisa. Besas sus párpados para que no te queme el brillo de sus ojos y bajas luego hasta el ombligo y le das la vuelta porque la evolución y Darwin fabricaron el culo para algo.

De camino al río te preguntas que haces ahí, atravesando la noche hacia la nada, por qué no te has quedado a celebrar el domingo, a buscar entre los gestos de su despertar aquello que nombrasteis en susurros o a reconocer con asombro que hay partes en vuestra memoria de diorita. Tienes que esperar en el coche a que amanezca y por la radio describen los espantos que se perpetran no muy lejos, el babeo del político mamón que se cree alguien, la enumeración minuciosa de todos los vencidos. Apagas el cacharro. Abres la ventanilla. Entra el frío. Con la penumbra disolviéndose en la niebla ya sales al camino con la caña montada y la mirada aún perdida en el asombro de las horas de antes. No sabrías delimitar que fino arroyo de cristal separa la alegría de la felicidad, tal vez su duración, tal vez sus mitos, quizá la hondura de una u otra poza. 
Ya se ve bien. Bajas deprisa. No te espera en la orilla ninguna ondina ni nereida, la de verdad estará aún dormida lejos de allí. Pero quieres presenciar de nuevo, un año más, los dedos de la aurora junto al agua ese primer día de la temporada, como hiciste tantas veces, con la emoción intacta igual que esa diorita que has imaginado para aludir a esa mezcla de amor y de deseo que has tocado antes. Atas dos ninfas del doce, verde y azul, grandes, pesadas y peludas. Lanzas arriba, en la curva donde desaparece la espuma y luego acompañas la deriva caminando por la arena gruesa de la orilla. Profundizan muy rápido. Cuando notas que alguna toca el fondo tiras un poco del sedal. Has sentido el temblor, la rigidez, luego el tirón, el corazón a mil. Nunca es igual.

No dudas que el tiempo desgasta las suaves piedras de granito que pisas bajo el agua y la vida que tienes y tus dedos que antes temblaban metidos en su cuerpo y ahora sujetan la trucha y mañana quien sabe. La belleza está ahí, estuvo siempre, en el perfil de su culo, en la curva del río, en la trucha prendida, el camino de vuelta, la mañana suave, la sonrisa que tiene, la certeza de meses por delante junto al agua y junto a ella. La belleza está ahí, estuvo siempre, tan invisible a muchos, porque es necesaria la voluntad, el esfuerzo y el empeño de no perder de vista todo eso, de perseguirlo siempre y no dejar que nada desgaste esa diorita áspera y distinta que todos tenemos dentro.


miércoles

INVIERNO & CAMUS




Baja al Tiétar en medio del invierno. La arena y la hierba seca cruje escarchada. Va bien abrigado pero el viento se va colando por alguna esquina de la ropa y le va helando. Camina mucho tiempo. No se para. Desde muy joven descubrió que el caminar nunca le cansa, al contrario, le llena de una extraña energía, una euforia infantil que siempre le sorprende, en cambio, si se para, siente el agotamiento, la pereza, la vida brilla menos.

Llega hasta una poza grande y redonda con una ruina extraña que sobresale en medio y nunca ha sabido que pudo haber sido en otro tiempo, tal vez un pilar de puente o los cimientos de un viejo molino cuando el cauce era otro distinto. Al segundo lance clava. Una pelea bonita, con carreras intensas y hasta un salto. Hace una foto al pez y  al volver al agua pega otro salto. Piensa que debe haber barbos con alma de salmón. Sigue caminando, ya siente el frío en todas las esquinas pero no le importa. Con leña de arrastre, en medio de una playa, hace una hoguera. Durante un rato, sentado sobre un tocón lavado por mil riadas, deja que el fuego le temple un poco. Recuerda a veces “el verano” de Albert Camus, escrito en el oscuro invierno bélico de 1940, un librito de pocas páginas que suena y calienta como una hoguera grande: “En medio del invierno, descubrí que había, dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque esto dice que no importa lo duro que el mundo empuja contra mí; dentro de mí hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta”.


martes

COZ (Dedicado a Fran Gil, que no ha podido leerlo y sé que le hubiera gustado...)


Se llama “El Triana” y era uno de esos bares que había sobrevivido a varias posguerras sin cambiar su desnudez desolada, sus cuatro parroquianos disecados con boina y negro de liar, los chatos de vino sobre la barra, tres bombillas de cuarenta vatios que hoy estarán en un museo arqueológico y una extraña pintura rojiza con miles de puntitos pardos que mucho más tarde descubrí que eran cagadas de moscas, durante generaciones de intensivo trabajo habían logrado esa preciosa pátina. Teníamos dieciséis o diecisiete cuando invadimos el Triana. Bebíamos cerveza y solysombra a granel para demostrar nuestra inmortalidad y rabiábamos por largarnos del pueblo para siempre, pero mientras tanto, muchas veces, nos dejábamos hipnotizar por una fotografía que la generación de nuestros hermanos mayores había grapado en uno de los muros del bareto: un cartel de Coz del LP “las chicas son guerreras”. Desde él, una mujer vestida con un mínimo bikini dorado medio bajado, una diadema de reina y una espada brillante con toda la pinta de habérsela robado al primo toledano de Conan el bárbaro nos miraba desafiante  con la barbilla alta y semi arrodillada sobre la chepa de algún rijoso dragón asesinado. Y a veces, desde el tocata chispeante y ronco del Triana, sonaba la canción y a todos nos brillaban los ojos porque sólo queríamos enamorarnos de las chicas más guerreras.
Luego me recogía a eso de las dos o las tres, tras haber cerrado el Triana y el Luna y haber escuchado de nuevo el disco de Coz en “el caseto” de Rufo, un garaje con chimenea y sillones de eskay viejo en el que nos refugiábamos a beber, bailar, fumar, cantar y deprimirnos porque no nos hacían ni puto caso las que de verdad eran guerreras.
Me levantaba a eso de las seis para bajar a la garganta pescar, caminando cinco kilómetros de ida y cinco de vuelta, más los cinco de orilla salvaje. Muchas veces, caminando en la noche más oscura, tarareaba aquella canción macarra de Coz.

Jugar con ellas es como manejar la nitroglicerina
tienen mas vatios que una nuclear, y no son tan dañinas
y la mas cardo puede tener, sabor a mandarina
rubias, morenas, castañas, que mas da, todas están divinas
uhh!!,ahhhhh!!
las chicas son guerreras

Pasaron algunos años y huí a Madrid. Quiso el azar que mi casa estuviera por Ventas, muy cerca de la Canciller, la catedral heavy de Madrid y quisieron los hados que en la facultad conociera a M., una chica guerrera de chupa de cuero, cardado revuelto de pelo azabache, vaqueros negros ajustados, converses blancas y sucias, con un genio y un cuerpo parecido a aquel poster hipnótico de Coz. Yo no era heavy pero con ella y otros amigos afines a su secta nos recorrimos muchas noches el Osiris, Kaos, Excalibur, Rainbow para acabar casi siempre en la Canciller ante las miradas, al principio aviesas, de los heavys que morreaban litronas y porritos en las aceras de la puerta y luego ya más de colegeo cuando vieron que era asiduo y que iba agarrado a cintura de M. Es posible que parte de mi actual dureza de oído sea debida a aquellos años de decibelios y sobes junto a uno de los bafles, pero nunca me lo pasé tan bien, jamás bailé tanto y de forma tan libre y salvaje como entonces. Salvo los domingos, que con tozuda insistencia me chupaba doscientos kilómetros de ida y doscientos de vuelta para seguir pescando en mis gargantas, escuchando los murmullos de los torrentes y tocando el cuerpo, también guerrero, de algunas truchas. De ida y también de vuelta sonaba en la casette Rainbow, Iron, Obus, Leño, Scorpions… y Coz, por supuesto.

Las chicas tienen algo especial,
las chicas son guerreras
desde el perfume a las medias de cristal
las chicas con guerreras
tras una barra con pinta colegial
las chicas son guerreras
en las revistas o todo al natural
las chicas son guerreras
uhh!!,ahhhhh!!
las chicas son guerreras

Perdí la inmortalidad y mi afición al heavy. Comenzaron los trabajos esterilizadores, las rendiciones sin lucha, la muerte de los que amamos, las torpezas con consecuencias, los viajes sin placer, las soledades nunca sonoras y el descubrimiento desolador del aburrimiento y sus drogas. Mucho antes M. se había ido a su vida. De tanta ruina sólo me salvaban mis huidas a los ríos, el frío del agua, las caminatas largas y en silencio, la voluntad empecinada de no dejar nunca de pescar en ríos heavy, en ríos salvajes. 
Muchos años después coincidí con M. en una comida de antiguos compañeros de facultad organizada en un adosado con micro jardín de las afueras. No quedaba nada de la heavy, vestía como una anodina pija oficinista y encima había adelgazado. Su pareja actual parecía del PP y se había vuelto medio rubia. Pero muchas veces, durante esas horas, al mirarle a los ojos, vi que yo también era un estúpido tipo gris que encima había engordado. De vuelta a Madrid, ella conducía porque su pareja había bebido demasiado y roncaba detrás, le conté la historia de aquel cartel de Coz al fondo de El Triana, también lo feliz que fui en La Canciller besándola junto al bafle y lo gilipollas que me había vuelto desde entonces. Pasábamos por la M-30, cerca de Ventas. Ella no decía nada. Manipuló entonces algo en el volante y comenzó a sonar a todo volumen la canción de Coz.

Ellas suelen llevar el timón 
y hacen astillas tu pobre corazon 
y si ves el mundo girar 
es porque las muñecas han puesto la cadera a funcionar 
las chicas tienen algo especial 
las chicas son guerreras 
de la mas cursi a la tia mas legal 
las chicas son guerreras 
uhh!!,ahh!! las chicas son guerreras!!


LUGARES



“Quien sólo haga inventario de sus hallazgos sin poder señalar en qué lugar del suelo actual conserva sus recuerdos se perderá lo mejor. Por eso los auténticos recuerdos no deberán exponerse en forma de relato, sino señalando con exactitud el lugar en el que el investigador logró atraparlos” (Walter Benjamin)