viernes

AUDACIA

Es un tópico hablar de las virtudes del pescador: paciencia, observación, persistencia, temple… Pero de entre todas las tópicas virtudes me quedo con la audacia. También en la vida. La audacia, que siempre está próxima al riesgo y al peligro, pero también, algunas veces, a la plenitud y a la felicidad.

En la vida la audacia nos hace equivocarnos muchas veces, pero las pocas ocasiones en las que tocamos la fortuna esta sabe tan bien que se nos olvidan los sorbos amargos y agrios que bebimos tantos días.


La RAE dice que audacia es: osadía, atrevimiento. Pero es mucho más. Una forma ligera de estar en el río, de tener todos los sentidos muy despiertos, lograr un equilibro interior que nos permite eludir con elegancia los riesgos, una curiosidad para probar cosas nuevas sin temor a equivocarnos, esa intuición que nos lleva a hacer otro lance en el lugar más complicado, seguir un poco más aunque estemos muy cansados, cambiar esa mosca por otra aunque la que tenemos atada ya funciona…

FOTO:Alan Mcfayden

martes

ISABELLA

Foto de Joan Roca
Era un tipo misterioso. Ya en la facultad mantenía negocios extraños para todos nosotros. Estábamos a finales de los ochenta. Hacía viajes a NY aprovechando que “un familiar cercano” era piloto de Iberia y traía un enorme maletón atiborrado de vaqueros Levi´s que luego vendía a buen precio o se iba hasta Alemania un fin de semana para traerse luego un gran BMW de segunda o tercera mano que lograba vender con rapidez por un precio que a nosotros nos parecía exorbitante. No presumía de sus hazañas pero al final acaban sabiéndose. Caía simpático a casi todos por su afición a mantenerse en el bar durante horas a base de Martinis, hablar en las asambleas para contar algún chiste y tener coche propio, un enorme y viejo Dodge familiar de color verde que debía consumir litros y litros de gasolina y en el que alguna vez nos montamos para volver de una fiesta hasta quince personas.
Yo malvivía el empeño de mi prematura emancipación transcribiendo entrevistas y vendiendo a cinco mil pesetas los trabajos y críticas de lecturas a los que obligaban los profesores de muchas asignaturas. Aseguraba el “notable” pero la regularidad de estos ingresos era mes a mes incierto. Había meses de una sola crítica y meses de diez o doce lo que me forzaba a dormir poco y afinar el tecleo de una Olivetti primero y luego de un ordenador Amstrad que me compré con la pasta de una beca. Logré adquirir así una formación en sociología teórica de cuyas rentas aún vivo. Cuando él se enteró de mis enjuagues se comprometió a “ser mi agente” y que pudiera seguir manteniendo un saludable anonimato. No sólo consiguió que aumentase la cotización de estos trabajos de redacción hasta las siete mil pesetas sino que unos años después me enteré de que cobraba por ellos diez mil quedándose con una sustanciosa comisión por hacer casi nada. La intermediación y el trampeo más o menos legal eran lo suyo. No éramos amigos pero nos unía nuestra reciente pasión con Tolkien, la pesca de la trucha y el enamoriscamiento de cierta compañera de belleza deslumbrante que no nos hacía ni puto caso.

Un sábado de abril que nos fuimos a pescar juntos a cierto tramo secreto de un garganta de la sierra de Madrid descubrió una mariposa pegada al radiador de su coche y entendió que allí había otro negocio de los suyos. Sólo dijo “ostras, una Isabella”. Días después rastreó de noche y por su cuenta los pinares cercanos hasta que descubrió la mina. Sólo tenía que colocar una sabana vieja entre dos estacas que alumbraba con una gran linterna y aguardar. Venían a la luz todo tipo de bichos y polillas. Entre ellos, de cuando en cuando, una gran mariposa de preciosos colores verdes que el capturaba con mimo y guardaba en frascos especiales donde cierto veneno invisible acaba con ellas. Desconozco cómo descubrió la cotización de la Isabella Graellsia entre los pirados coleccionistas de mariposas de todo el mundo, cómo lograba los compradores y el oscuro proceso por el que mandaba por correo los especímenes recibiendo a cambio treinta mil pesetas de las de entonces por cada polilla.

Para mí su único defecto es que no le gustaba perder o, dicho de otra forma, entendía la pesca o la seducción como un tipo de competición en la que quería ser a toda costa y por encima de todo ganador. Yo no era buen pescador, sigo sin serlo, pero de cuando en cuando cogía más truchas que él o alguna más grande, entonces una furia secreta e irracional le envilecía, no tanto contra mi, su competidor circunstancial y casi amigo, como contra el mundo o el destino o el azar. Una furia rabiosa que le volvía silencioso y  suicida acelerando a tope su tanque de vuelta a la ciudad ante mi silencioso asombro primero y espanto después. Creo que por eso comencé a espaciar nuestra excursiones hasta dejar de acompañarle poniendo todo tipo de excusas. Fue esa primavera de alejamiento cuando “la diosa”, utilizo sus palabras, comenzó a hacernos algún caso. Sobra aquí descripciones al uso. Basta decir que era muy guapa y que su belleza medio oriental medio nórdica estaba más o menos profesionalizada porque la vimos más de una vez en las páginas de la revista de fin de semana de El País en reportajes de moda o cosmética. Por lo demás era una compañera más que no se las daba de nada. A él comenzó a hacerle caso desde que se encontraron cierta noche en una fiesta de modernos montada por la agencia de publicidad Contrapunto. En mi caso nos encontramos en una tasca de caracoles de la calle Toledo, el sitio menos glamuroso del mundo. “Es que me gustan mucho”, confesó sonriendo. Nuestro affaire duró poco pero si el suficiente para que él descubriese que “la diosa” me había elegido. Casi un mes después la casualidad hizo que nos encontrásemos en el río. Nos saludamos con cordialidad aparente y nos repartimos los tramos con cortesía de antiguos compañeros. Quedamos en compartir la merienda y el vino en determinada poza a cierta hora de la tarde pero no apareció, sin duda temía que hubiera cogido más o la más grande aunque ese día no toqué ni una trucha.

Han pasado mucho años. Le veo con frecuencia en alguna foto de la sección de economía del periódico. Elegante, triunfador, declarando esto o lo otro sobre el mundo caníbal de las grandes empresas. Me consta que sigue pescando y que sigue apareciendo su furia cuando pesca poco o cuando pierde en cualquier negocio. Perder, qué palabra. Lo primero que aprendemos cuando vamos creciendo es a perder. Salvo en el río, salvo en el amor. Nunca sentí y siento que haya perdido nada en esos lugares porque me sería inconcebible pensar que allí compito o hay nada que ganar.

A “la diosa” también la vi muchos años después cuando ya no era diosa aunque seguía manteniendo una belleza exótica y distante. Volvimos al bar de los caracoles y nos tomamos unas cervezas y unas risas. "Siempre me gustaste". Me dice al despedirnos. "Pero te escaqueabas siempre de mi lado". No lo sabía. Si lo hubiera sabido. Me hace gracia que se llamara Isabella, como aquella polilla.

Le digo a mi hijo el pescador que en esta historia o en este recuerdo no hay ninguna moraleja o lección. Bueno, sólo una. Nunca vendas o quieras seducir a una mariposa. Mejor dejarlas libres, embelleciendo lo que nos pasa.


Foto de Joan Roca

domingo

¿CUANTOS?

En EEUU la pesca es el deporte más practicado. 49 millones de pescadores han ido a pescar el último año para una población de 316 millones de habitantes.

Es difícil comparar este dato con España. Las estadísticas con las que contamos aquí son algo más imprecisas ya que sólo tenemos el número de licencias, que es más o menos de 851.000, y un pescador puede tener más de una. Por ejemplo en Castilla y León se expiden 181.770 licencias, pero la federación de pesca y casting sólo tiene federados a uno 56.889 en toda España. Otro dato: el 37% de los españoles practica un deporte al menos una vez a la semana. De estos, el 2,9% pesca.

¿Cuántos pescadores somos? No muchos. Esto es bueno y es malo. “Malo” porque nuestra capacidad de presión como ciudadanos para luchar por los ríos es, a priori, poca; otra cosa es que, aún pocos, seamos efectivos activistas y sepamos incomodar, presionar, conseguir. ¡sí se puede!. “Bueno” porque si, como en EEUU, el 15% de la población pescase los ríos estarían más concurridos que el Primark de la Gran Vía.
Si, pero ¿cuántos somos? Y de todos estos ¿cuántos sin muerte?

En la foto, de principios del siglo pasado, conviven la ancestral cultura de matar pescado para comer, con una caña muy moderna para la época. El otro día vi en Mordor gente que se llevaba las luciopercas “para comer” y soltaba los siluros, cuando la ley obliga a matarlos. A estas alturas de su invasión del Tajo que un pescador o cien maten los siluros que pescan es un poco ridículo. Además en Mordor el menor de los problemas son los wels. El Tajo es una cloaca invisible. Seamos muchos o pocos nos toca luchar por los ríos. La gente comienza a movilizarse para salvar o resucitar el Tajo. Es lo bueno de los ríos, que pueden resucitar si se les dice eso de “levántate y anda”.

miércoles

MORDOR III


Volvió a Mordor en pleno invierno. Pero Saurión no tenía abierto su ojo así que las aguas no estaban calientes y no había siluros, ni luciopercas, ni barbos, ni bass activos y eufóricos por el calor y la gran cascada. Lo que si había era muchos pescadores y hasta un equipo de televisión filmando aquella muchedumbre, ávida de orcos-wels, probando inútilmente todo tipo de señuelos de plástico y cebos orgánicos hechos con recetas secretas.

Conseguir tocar siluro grande o muy grande era un virus corrosivo que estaba contaminando a muchos pescadores de los que solían ir al pantano superior de Mordor a pescar bass desde todos los confines de la tierra media. Aunque las leyes obligan al sacrificio del orco-wels nadie mata los bichos. Unos pocos, aborígenes de tierras remotas, se atreven a llevárselos y guisarlos según las costumbres de sus pueblos a pesar de las miasmas del agua.


Pasaron unos cuantos pescadores montados en sus patos, con sus sondas y dos o tres cañas con señuelos distintos que, tras haber recorridos una distancia considerable de ambas orillas, no habían tocado ni un pez. Estaba claro que la clave era el ojo de Saurión, su calor templando las frías aguas del río. Sin calor no había peces.

El hijo pescador no ha querido venir ¿pero a qué vais a Mordor, si es un lugar horrible? Este día le acompañaron E. y D. curados de espanto, sensibles a encontrar la belleza aún entre monstruos y monstruosidades.  Mordor es el resultado de la torpe o inconsciente o arbitraria mano del hombre contaminando el gran río con sus vertidos desde más arriba, construyendo la central radioactiva de Saurión, la presa de V. más arriba y la de T. más abajo, soltando todo tipo de peces exóticos como el pequeño alburno o el enorme wels, llenando de basura la orilla… aún así el paisaje de dehesa que rodea el lugar lo llena de belleza. Jarales y tomillares, encinas y alcornoques convierten el paraje en un lugar precioso que aún resiste. El pescador tiene la certeza de que su torpeza borrará al hombre de la faz de la tierra, pero quedarán los arraclanes y las culebras, las encinas y los peces.


lunes

MORDOR II


A falta de truchas y barbos, para matar el gusano y su larva, volvió a ir a Mordor con equipo de lance de mar y ondulantes gigantes. Como corresponde a un acto vergonzante fue solo, sin su hijo el pescador que se negó a visitar aquel agujero de vicio y perdición. Tocó dos wels y varios barbos de talla descomunal que perseguían a los alburnos en superficie con una voracidad extraña y asombrosa.

En Mordor están abolidas las leyes naturales. En élfico significa 'Tierra Negra'. Situada al este de Gondor, Sauron forjó más arriba su anillo radioactivo corrupto. En pocos años este tramo del río se ha convertido en un caos lleno de peces-orco y peces-troll. El aire cargado de vapor está a cinco grados y el agua en cambio a casi veinticinco.  El enorme chorrón que cae al río aporta un extra de oxígeno que enloquece a los peces embriagados a medias por el oxígeno, el calor y los pequeños alburnos, pasto de los barbos y las luciopercas, pasto de los siluros en una cadena trófica enloquecida y brutal. Las entradas de los wels y los barbos a la cuchara son duras, secas e incansables, propia de peces “espídicos” y sobrealimentados.

Hoy prepara moscas adecuadas XXL para la próxima salida a los monsters. Caña ¿de mosca? palo de escoba, tippet del treinta y gruesas líneas hundidas del diez. Los peces-orco ya pasan de los cincuenta kilos, en poco tiempo se convertirán en peces insaciables y pasarán de bichos repugnantes a seductores atractivos turísticos. Sólo hay que ver el Ebro. ¿Ya todo vale?... Le da vergüenza enseñar a su hijo el pescador las moscas preparadas, engendros de otro mundo, señuelos del lado oscuro. Las bestias no son culpables pero si los hombres que se atreven a jugar con las pesadillas de Darwin.