martes

ÉXITO



Aparcó su Lexus delante de mi descacharrado utilitario. Llevaba el pelo bien cortado y uno de esos polos azulones con simbolito. Podría protagonizar un buen anuncio sobre el éxito en el mundo de hoy, uno de esos éxitos previsibles, hereditarios, consistentes y detodalavida. Habíamos sido amigos en la infancia. Tras los saludos obligados por el casual reencuentro y la convencional propuesta de quedar a cenar con las parejas, me escabullí excusándome por una cita con el río. “No entiendo que aún pierdas el tiempo con eso de la pesca”. Al alejarse le recordé con muchos años menos e idéntica jactancia. Se vino una tarde a pescar por primera vez, llevaba caña nueva, uno de aquellos modernos Mitchell superrápidos y por señuelo un cucharillón dorado, del tres, adornado con un montón de lombrices pinchadas por todos sus anzuelos que se revolvían como la cabellera de Medusa. Tuvo suerte y a los primeros lances cogió una hermosa trucha. Yo ninguna. Pero no volvió nunca más al río porque, según dijo, “pescar era muy fácil”. Y fácil le ha sido todo desde entonces. 

La historia, como casi todas las historias reales de esta vida, no tiene moraleja. Él es un tipo con éxito y con suerte, y seguirá siéndolo.

Al alejarse el amigo, recordé mis primeras jornadas de pesca adolescente, la emoción desde el día antes, los madrugones, el lento aprendizaje, los pequeños secretos descubiertos, la alegría primitiva al ir bajando hacia el torrente, los primeros viajes largos detrás de los peces, el lento ahorro para conseguir una caña nueva o un carrete mejor. Recordé esa sensación de estar lleno de energía cuando me iba aproximando a la garganta y que es la misma que sigo teniendo hoy. Él se perdió todo eso, lo difícil. 

lunes

ANZUELO


Usamos anzuelo sin muerte, dejamos libre al pez.

Sin embargo, en la vida, los anzuelos que nos proponen con palabras atractivas y bien cebados de sueños adecuados, promesas difusas y futuros de purpurina,  tienen arponcillo y será muy difícil arrancárnoslos.

Le digo al hijo pescador que deberíamos ser como viejas truchas precavidas y ver el anzuelo afilado detrás de plumas de colorín y los tiseles tan brillantes.




  



sábado

DORMIR



Siempre son más grandes los peces que se escapan. Los que no se acercaron lo suficiente a nuestros dedos, los que no se rindieron a nuestras artes y nuestra sacadera.

Antes de cumplir los dieciséis, aquella trucha enorme que saltó casi un metro fuera del agua después de desengancharse del señuelo a pocos centímetros de las manos. O esa otra, no hace tanto, una tarde de primavera, metido en el agua por la cintura, sólo le viste la cabeza, pero fue suficiente.

Luego están las otras, no tan grandes, pero que se han quedado a vivir en nuestra memoria por la pelea, lo especial del día, la rara belleza del recodo del río, cualquier otra razón simple o misteriosa.

Los peces que tocamos o los que no se rindieron viven al final en el mismo lugar del corazón del pescador y a veces, por la noche, poco antes de que llegue el sueño, vuelven a nosotros muy reales y muy nítidos. Nos asombra entonces que guardemos no sé dónde todo eso. Nos intriga qué resorte los habrá convocado antes de dormir.

No queremos olvidar pero olvidamos. O tal vez no olvidamos nada de lo que de verdad fue importante en nuestra. Sigue allí vivo, debajo el agua, debajo del sueño.

jueves

DOS


Vienen los dos esta tarde, más allá de las siete, en plan concurso familiar. Se pican, se chinchan, rivalizan sobre quién cogerá más y el más grande. Vocean, se cruzan a veces las líneas, se enrabietan con los líos, los enganchones, los percances.

Luego la tarde va calmando los ánimos, van saliendo los peces, cada cual se va metiendo en su tarea de agua y en su ritmo interior con el lanzado. Las dos horas se alargan y uno siente el privilegio de este tiempo. No hay más tiempo que este, esta suma de presentes que vamos guardando luego en la biblioteca desordenada de la vida. Ellos aún no lo saben.

Ojalá sigan pescando, piensa uno, ojalá  descubran los secretos del agua y de los peces. Ojalá haya otras tardes como esta, largas, de verano, de estar juntos sin pretextos.

Los peces salen luego nadando muy deprisa a lo profundo. Nos alegra dejarlos escapar de nuevo libres. Y libres ellos, ojalá libres siempre y con tiempo y con ganas de compartir una tarde de pesca y de verano.

Hoy, que dudo de todo, que todo es incertidumbre, crisis, desaliento, en tardes como esta la felicidad es muy tangible, larga, consistente. Y yo no digo nada, no la nombro, ni siquiera la guardo, la dejo que se vaya con los peces. Y que siga viviendo, como ellos, en el agua.

miércoles

AMARGADO



Ha llegado mi hijo el pescador a casa.

Pasamos un par de horas a la caída de la tarde tras los bassines. Él delante para que sea el primero en tocar las posturas y yo detrás. Llevamos similar sedal e idéntico señuelo, primero un pececín sumergido y luego otro flotante.  Uno tras otro yo clavo peces y él no. Se cabrea con el mundo y con parte del universo conocido. Le sugiero algunos trucos pero la tarde va cayendo con igual fortuna, yo toco peces buenos y él apenas prende alguno pequeño.

Dejamos el agua al anochecer. Él sigue “amargado” por su inexplicable “mala suerte”, sin comprender porqué “tu pescas y yo nada”. Echa de menos paraísos lapones en los que “pescar era fácil”...

Aún no ha descubierto que “pescar” no es coger peces sino estar allí, los dos, mientras la tarde va convirtiendo el agua en un espejo oscuro y misterioso en el que se refleja ese tiempo compartido. 


domingo

ELLAS


La pesca a mosca en España sigue siendo una cosa masculina. Mis amigas Ruth de Jarandilla o Maite de Soria son las únicas pescadoras que conozco. El deporte en general y sobre todo el deporte mediático sigue teniendo un perfume (o una peste) machistoide importante. Ahí está el fútbol y sus opiáceas circunstancias. Aunque luego en las olimpiadas las deportistas demuestren que ellas son las que consiguen más medallas y más espectáculo.

¿Deporte femenino en la TV?, nada. ¿Fomento del deporte en las escuelas e institutos?, mínimo, salvo excepciones, salvo la peste del fútbol.  Los chavales y chavalas tienen una asignatura críptica denominada: “educación física”, con sus clases teóricas y sus dos exiguas horas semanales. La obesidad infantil comienza a ser un problema. Los especialistas comienzan a considerarlo ya una epidemia.

Mi hijo el pescador vive en una ciudad de ciento cincuenta mil habitantes, ¿cuántos de su edad apuntados a futbol en las escuelas deportivas? unos miles, ¿apuntados a tenis?, unas docenas, ¿apuntados a rugby? diez chavales. Y así el resto de deportes.
¿Y las chicas? Aún menos.

Hay excepciones claro, entre los millones de habitantes que somos, hay brillantes y heroicas excepciones que han destacado con luz propia en las pasadas olimpiadas de Londres. Pero para la mayoría el deporte es algo que practican otros, otras.

Temas como la educación en igualdad o la coeducación se quedó en la teoría y nunca pasó a la práctica. Hoy, hasta se olvidó esa teoría borrado lo poco que quedaba de ella en “educación para la ciudadanía” o en las praxis pedagógicas de los coles, las escuelas de padres, los referentes en la ficción, los ejemplos sociales públicos...

Aún así soy optimista y siento que la cosa irá cambiando. Sobre todo por los padres y madres que propician y muestran a sus hijos e hijas que hay vida y diversión más allá del futbol, que no distinguen (ni discriminan) entre el niño o la niña a la hora de llevarles al río con la caña. Seguro que en la generación de mi hijo el pescador habrá también pescadoras.

(Fotografía de Claire Barret) 

sábado

TABACO



Mano a mano con Victor, el agua por la cintura, el sol entre los sauces y las efímeras color tabaco volando en nuestras líneas. El mundo es un lugar muy complicado y sin embargo sólo lo más simple nos permite sentir ese tiempo de plenitud que se queda a vivir en la memoria por muchos años. La vida entera.

martes

BUDA


Hoy, que estoy solo y él está lejos, a su vida, recuerdo que el hijo pescador comenzó con las carpas. Siento que han pasado muchos años desde ese día. 


Aquí, en este hueco de Gredos, a las ocho y media, ya no sirven las gafas polarizadas, la superficie es un espejo negro. A veces sale una aleta, otras veces una boca, otras el pez salta fuera del agua rompiendo el cristal.
Entonces, cuando sale una boca grande, lanzamos nuestra hormiga cerca y esperamos. Esta pesca se parece a la caza, al acecho, caminando despacio por la orilla atentos a disparar de forma sigilosa y certera.

Sigilo y silencio mientras va cayendo la tarde. Ya no sabes si esta dentro o fuera de ti esa quietud.

Cuando la carpa chupa cuentas dos segundos, clavas. A veces el pez ni se entera y sigue su paseo poderoso, otras se asusta y corre a lo profundo sacándote la línea, la reserva y la prudencia. Ajustas el seguro, alzas un poco más la caña.

La superficie es tan negra y bruñida que parece que pudieras caminar por encima de ella.  

Una carpa es un Buda, un Buda glotón, poderoso y sabio. Ella puede más, pero se deja arrastrar a la orilla una vez que te ha enseñado algunas de las virtudes del pescador. Pero si no quieres aprender, el Buda gordo se enfada, te gana el pulso en un segundo y se despide hasta otra. Adios pescador arrogante.

No entiendo esperar con cuatro cañas a fondo a que Buda se muestre, sentados en una silla bajo una sombrilla verde, como quién reza un mantra con los ojos en blanco. Yo prefiero ir tras él caminando, burlar su paciencia, proponerle el pulso en otra parte, mirarle a los ojos antes de comenzar el baile o la discusión, picar su curiosidad de glotona ilustrada. Mira, es una hormiga raquítica y negra, en la otra orilla tienes bolitas de colores, sabrosas golosinas de mil gustos, pero mi hormiga está crujiente como una almendra tostada antes del primer sorbo de cerveza una tarde de calor.  Y Buda no puede resistirse.

A veces, en la pelea, cierro unos segundos los ojos para sentir su fuerza de otra forma, parece que estuviera yo bajo el agua y ella en esta otra dimensión.
Muchas veces, en templos budistas, muy lejos de este río, he visto carpas gordas paseándose dentro de un pequeño estanque. Dicen que contemplar como nadan abre la puerta a la quietud. Yo prefiero abrir esa puerta peleando con ellas, echando un pulso al atardecer a alguna bien grande.



lunes

LIBROS II



Tal vez fuera Confucio o cualquier hombre sabio de cualquier lugar, de cualquier tiempo, el que dijo: “Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida.” Lo único seguro era que aquel tipo era un pescador de caña. Este proverbio es el más conocido de los que tienen que ver con la pesca y su potencia metafórica ha sido utilizada muchas veces para explicar la diferencia entre dependencia y autosuficiencia.

Aunque tuve grandes maestros pescadores, desde niño mi tendencia a “lo teórico” me hizo interesarme por cuantos libros sobre el asunto cayeron en mis manos. Este de la fotografía fue uno de los primeros. Luego han venido otros muchos, algo más “técnicos”... Sigo aprendiendo de libros de pesca y de maestros de pesca por igual. No todo está en lo libros, ni todo está en las palabras de los maestros. Luego está lo que uno ha ido aprendiendo por su cuenta...

Durante muchos años, de Luis Quesada y sus rastreos por revistas de pesca de todo el mundo aprendí muchas cosas. Él no lo sabe o no lo recordará, pero premió un viejo relato mío titulado “Sombra” http://mihijoelpescador.blogspot.com.es/2011/03/sombra.html que a mi hijo el pescador le gusta mucho.  El otro día, en el Tormes, le veía pescar delante de mi. Esta la sostiene Luis pero la pescó Ignacio. Aprendí algunas cosas esa tarde.


PALO



Soy un tipo poco ortodoxo, lo mismo me da pescar con una rama seca que con una vara de  grafito de nave espacial. Muchas veces he hecho el siguiente experimento con niños de seis o siete años que nunca han pescado antes: les fabrico una primitiva caña con un palito seco de la orilla, un metro de hilo y un anzuelillo, les enseño a coger larvas bajo las piedras, a enhebrar el cebo sin pincharse y a clavar al pez cuando pica al engaño. Todos sin excepción se pasarán la tarde entretenidos. Debe ser nuestro inconsciente colectivo de cuando éramos nómadas pescadores y recolectores.

Incluso algunas veces llevo dos cañas, una de mosca y otra de lance de metro sesenta, telescópica, que me cabe sin estorbar en el bolsillo de atrás del chaleco. Si no se ceban a seca desmonto una y monto la otra con un señuelo pequeño, un pececillo o cangrejito de apenas cuatro centímetros, cambio el chip mental y otra cosa. No soy puritano, ni integrista, ni ortodoxo de nada y entre enredar con el streamer o el pececillo de plástico, tanto me da.

Y tanto me da algún día coger una de bambú bien secada, enteriza, de cuatro metros y tentar a los barbos con una gusarapa pinchada en el anzuelo. Como el hilo va atado a la punta, si pica alguno regular hay que correr corriente arriba o abajo tras de él para que no rompa el sedal.

Aquí estoy con una caña de palo, año 91, a la orilla del Purus, en la amazonia brasileña o peruana. Todas las tardes bajaba a un igarapé a pescar unas pirañas y otros peces desconocidos, para la cena. Luego me bañaba en el río tan ricamente (la inconsciencia de la juventud, no por las pirañas sino por las rayas venenosas). Le regalé  “la caña” al niño y él se fue feliz a hacer lo propio.


viernes

CUMPLEAÑOS


(Pintura de Diane Michelin)

Qué mejor fiesta de cumpleaños que subir esta tarde al río a burlarse de los calores africanos. Se mete uno en el agua hasta por encima de la cintura, ata una mosquita paja de alas pequeñas y lanza a las cebas del Tormes.

Hoy no estaré solo. Hay más mosqueros desperdigados por el río, pero no me importa. No se trata tanto de pescar como de ejercitar el compás del lance, probar las moscas que hicimos y olvidarse por un día del calor agosteño. El arte por el arte, una ocupación “inútil” como me dicen algunas veces, una forma de “perder el tiempo”.

Pero hoy quiero eso (y siempre que estoy en el río), perder el tiempo, que las horas se vayan corriente abajo, se vuelvan transparentes como el agua, se sumerjan en el fondo con las algas y las piedras suaves del lecho. Hoy cumplo años y son los años los que se pierden, inútiles en su acumulación, su peso y su simbolismo, río abajo.

Juego con la seda a hacer ochos y falsos lances lentos, enredo con un pequeño “estrimer” rosado y plata, meto la mano en el agua para tocar la corriente, la trucha ya libre, la felicidad del tiempo derrochado.

Hay seis o siete mosqueros en la tabla, cada uno en su proustiano “tiempo perdido”, miembros del club de “los faltos de cariño” que diría Manu Leguineche, que prefieren el agua fría a las playas abarrotadas, el tacto de la seda a esa arena caliente y pringosa de los “ociosos solanáceos” que diría otro poeta. Cualquiera que nos vea, tan mayores, tan serios, aquí metidos en el río, tocando y soltando truchas con pocas alharacas aunque alguno, yo mismo, no puede contenerse y suelta algún “huy” cuando una grande se escapa o cuando falla el clavado. Cualquiera que nos vea no entenderá nada, dónde está el secreto, el sentido, el gusto. No leerá en el agua aquello de Manrique, que todo el tiempo se pierde y se escurre río abajo, que todo es vanidad menos este presente.

Somos miembros de una hermandad milenaria, pescadores del mundo, cómplices de la pureza del agua, el aire, la tierra, el mar, el tiempo en libertad, los peces vivos. Qué mejor forma de pasar un cumpleaños, pasados hace tiempo los cuarenta, que aquí.



miércoles

CLAVAR



Ahora que por aquí las truchas están de vacaciones, me queda el consuelo de bajar un par de horas, antes del anochecer, al embalse de la dehesa, y lanzar una hormiga a pez visto, si tenemos la fortuna de que las carpas se ceben, un día sí, cinco días no.

Se trata de un ejercicio puro de paciencia. Instantes en los que el agua hierve de bocas aspirando todo lo que hay en la superficie y minutos muertos o tardes muertas, en las que no se ve un pez.

Días que pruebas delante de sus narices todo el repertorio mosquil, que ellas ignoran, y momentos en los que si lanzas regular ves su bocaza aspirar el engaño.

Soy muy malo con las carpas. Me puede la impaciencia, clavo demasiado pronto y demasiado fuerte y rompo muchas veces el terminal. No me sale utilizar la mano izquierda. Clavar con la derecha, con la caña, un carpa de muchos kilos, que no se va a mover ni un milímetro, con un diecisiete, significa: clack.

Esta de la fotografía no la pesqué yo sino Victor. Esa tarde rompí cinco veces. Imperdonable. En lugar de hormiga utilicé una mariquita hecha con CDC compactado, rojo oscuro, con las patitas simuladas con CDC negro. Flotan como boyas, nada las hunde.

Las tardes de “bolo” llega uno a casa desconcertado y mohino. ¡Malditos carpuchos locos! Las tardes de eclosión de hormiga llega uno a casa optimista y con el brazo cansado. ¡Maravillosas carpas sabias!

Pero todos los peces son buenos rivales, da igual el tamaño o la especie.
Trabajo en agosto, no me voy de vacaciones, pero tengo mucha suerte de poder ir a pescar a quince minutos de esta casa de exilios urbanos, truchas, barbos, basses, carpas. A veces lo olvido, soy muy afortunado por tener esta guarida, gente que me quiere y estar sano.

Le escribo a mi hijo al pescador de todo esto: ambicionamos a veces postales de anuncio, viajes remotos y otras ficciones sin darnos cuenta que este rincón del mundo se parece mucho al paraíso. 

lunes

SOLO



Y el hijo pescador lejos, en su vida, así que me escapo a un río donde poder olvidarme que estoy sólo.

Mientras los kilómetros me van acercando al agua pienso en la mosca que voy a atar, en el recodo del río donde comenzaré a caminar, en que casi siempre en la vida estamos solos y el milagro es lo otro, la compañía cómplice, el amor con aire.

El agua está algo turbia, cambio una spent crema por otra carne por otra verdosa por otra paja por otra gris por otra tostada por otra dorada. Pero no tengo prisa, no me agobian los rechazos de las truchas. Hoy siento que no he subido al río a tocar peces sino a lanzar la seda del tres, a hacer los deberes como pescador mediocre, a intentar posadas etéreas debajo de los sauces, a evitar los dragados y los bucles chapuzas. Siempre aprendiz. Treinta y cinco años ya de pescador. Pronto un año más y siempre aprendiendo, descubriendo, asombrándome...

El hijo pescador comienza a adivinar que en esta ciencia, en este arte de los ríos nunca será un experto aunque engañe a muchos peces y sepa cual es la mosca exacta a la que se ceban esta tarde. Hoy no le tengo al lado y le echo de menos. A veces logramos pescar con un amigo y nos sentimos igual de bien que cuando pescamos solos, conseguir esta complicidad es bien difícil y rara. Yo tengo la suerte de sentirme así con unos pocos.

Pero hoy estoy solo y me siento bien, como diría Miguel, con mis amigas las truchas.



PD:
Para los amantes del personaje y del icono: Es simpática esta foto de Marilyn. Ahora que se cumplen 50 años de su muerte, murió con 36, sola y deprimida. Pero aquí parece feliz con la caña en la mano, aunque esté posando.


sábado

BEBER



Para encontrar ríos de agua pura y limpia tiene uno que subir bien alto, donde nacen los ríos y los hombres aún no han arrasado el entorno y ensuciado los cauces. Allí las truchas son pequeñas pero uno puede agacharse a beber el mismo líquido que ellas respiran.

No hay carriles, ni caminos, apenas senderos que han trazado las cabras y los jabalíes. Además de pescador tiene que ser uno medio escalador, pero merece la pena.

Hace no tantos años muchos ríos eran “bebibles”. Hoy, si queremos beber agua pura y buena debemos comprarla en una tienda, a precio de oro, o de vida.

jueves

COURBET



Todos los pescadores de cierta edad tenemos guardadas algunas “naturalezas muertas”, bodegones fotográficos que entonces nos parecieron bellos y al poco mostraban su estampa sosa, opaca y triste.

Me gusta mucho Courbet, su realismo exuberante de cuerpos de mujer desnudos (imposible olvidar “el origen del mundo”) y también esta trucha, aunque esté muerta, recién pescada en el río Loue. Conozco dos pinturas más con truchas pescadas con caña y pintadas por el bueno de Gustave que ví en París en el D´orsay. Courbet ha pintado aquí hasta el hilo para que no confundamos su trucha con otros peces cogidos con red u otras artes.

Hay días de una sola y días de tocar muchas.
Recuerdo días de cien truchas en la orilla izquierda del Kultsjöan, junto a mi hijo el pescador, hace apenas un año y días de una sola en la parte baja de Jaranda esta temporada. Sin embargo siento que ambos días fueron igualmente felices. No es retórica. Es que la felicidad, siempre esquiva, prendida en un instante, es extraña.

O tal vez sea yo el extraño, porque me hace feliz algo muy simple.


(Pintura de Diane Michelin)