viernes

SIMIO ACUÁTICO


He visto a pescadores bastante torpes caminando por tierra firme que sin embargo se vuelven ágiles metidos en el agua, incluso en el agua turbulenta de un torrente de montaña que les cubre más allá de la cintura y cuyo fondo es de todo menos firme y seguro. Pescadores a los que no les da miedo vadear un río peligrosamente crecido, ni el rugido de unos rápidos espumosos o el temple helado que tienen las aguas trucheras. Desmond Morris, Elaine Morgan y Marc Verhagen apuntaron la loca, o no tanto, teoría del “simio acuático”.  Un simio que desarrolló parte de sus habilidades, su físico y su inteligencia junto al mar y los ríos. Tan pescador recolector como cazador, a veces más.
Para defender esta heterodoxa y algo simple hipótesis apuntan a algunos rasgos extraños en un simio de secano: grasa subcutánea diez veces superior al resto de simios (parecida proporción al de un rorcual). Ser propensos a la deshidratación, cosa rara en un animal que vivía en la sabana. Tener ese instinto para aguantar la respiración cuando nos tiramos al agua mientras que para otros animales terrestres respirar es casi reflejo. Contar con unos riñones adaptados para filtrar el exceso de sal o unos hombros anchos, más adecuados para nadar que para correr, largas piernas para lo mismo o para vadear bajíos en busca de mariscos y peces en las lagunas que dejaba la marea. No tememos mucho pelo para mantener el calor corporal y corremos fatal pero nadamos y buceamos bastante bien. Además se ha demostrado que los ácidos grasos del pescado son lo mejor para el desarrollo cerebral y tenemos los dedos vestigialmente unidos por una corta membrana… A esto se une los enormes concheros prehistóricos que se han encontrado en algunos lugares, los pueblos del mar que han colonizado con sofisticada eficiencia todas las costas e islas del mundo, la fascinación oscura que nos provoca el mar y el agua. Si, tenemos mucho de rorcual, de foca, de nutria. La literatura antigua y la historia está llena de hombres pez.

El “simio acuático” que llevo dentro sólo se siente feliz junto al agua o dentro de ella, incluso cuando resbalamos y nos toca nadar mientras el vader se va llenando de agua congelada. Rorcuales, nutrias, leones de mar y pescadores, primos hermanos.


PD: Aquí en España el ecólogo marino y profesor de investigación del CSIC, Carlos Duarte Quesada ha defendido la hipótesis del “simio acuático”.

jueves

FIN DEL AÑO 2017


El pescador ha caminado mucho tiempo con la caña montada por sendas medio perdidas, pisando fósiles y jaras, años y despedidas. Le gusta sentir en el corazón ese deseo de estar metido en el río. Allí siente la sangre de la tierra tan fría y hasta su propia sangre tan caliente, casi la misma cosa.

Piensa en estos tiempos extraños, duros, desnudos, en los que contempla con lucidez deslumbrante el armazón de carroña del poder, la tormenta de basura que aventa el dinero, la minuciosa y enorme biblioteca de mentiras que nos mantiene humillados y confusos, el absurdo teatro de las banderas y las genéticas. Ya nada se esconde ni puede ser disimulado. Antes había que desentrañar arcanos económicos y filosóficos para comprender la infamia pero hoy un niño pequeño sabe y puede describirla con una docena de palabras simples. El mundo era y es esto. Pero no todo.

En el mundo también hay ríos limpios y gente como él que tiene casi nada, poco más que unas ganas inmensas de seguir caminando y una voluntad o el sueño de ir un poco a mejor hoy o mañana o el año por venir, como fue siempre en la historia aunque de ella sólo se recuerden batallas, desastres y monarcas.

El pescador lleva mucho tiempo metido en esa senda que se pierde bajo las hierbas altas. Enredadas en la hojas y las piedras va encontrado palabras que una vez fueron leídas y otras veces escuchadas a amigos, afines, compañeros, amores, gente común. Recuerda por ejemplo el verso de don Claudio “a pesar y aun ahora que estamos en derrota, nunca en doma” o el poema de Henley “Bajo los golpes de la suerte, mi cabeza sangra, pero no se inclina” y el susurro de Antonio de tan lejos “aguarda sin partir y siempre espera, que el arte es largo y, además, no importa” o esa frase de Camus “para tocar la felicidad no existen condiciones, lo único que cuenta es la voluntad de ser feliz”. Puñados de palabras que ha leído o escuchado en los días que no bajaba al río a pescar truchas.

Llega la fiesta Potlatch y se acaba el año. Un tiempo que quedará en la historia por las miles de vilezas, robos, engaños y dolor que tocaron a tanta gente, nunca a los otros. Pero también recordará el año por todo lo pequeño que fue creciendo, este libro, nuevos amigos, ideas, complicidades que nos siguen empujando hacia delante. A ellas y a ellos, a la gente,  convoco hoy desde aquí abajo, en medio de la soledad de este río salvaje de agua helada. Han salido a su paso los patos asustados, don raposo y la nutria que pesca juguetona en una de sus pozas. El pescador ha lanzado el señuelo no sabe donde, muy lejos, tal vez en el lugar donde viven los peces más grandes y los deseos más felices. Igual que hacemos todos. Os deseo que en el año por venir toquéis muchos peces y la suficiente felicidad para seguir bajando a vuestro río preferido, “que el arte es largo y, además, no importa”.


martes

FRÍOS


Al pescador no le asusta el frío, respira el aire bajo cero y se siente bien caminando por la orilla, contemplado el agua verdiazul que comienza a sobredorarse cada vez que los rayos de sol rompen la niebla. Lanzar el amasijo rojizo de pelo de conejo con una caña del siete y una línea hundida se parece poco a la grácil danza de una seda del dos haciendo volar una pequeña efémera amarilla como hacía en verano. Tampoco es igual el silencioso espejo del embalse que el bullicioso torrente que le gusta vadear en Primavera. Pero la vida es eso, adaptarse, aguantar lo que toca, explorar nuevas formas de libertad y agua, no pararse nunca a lamentarse por todo lo perdido o todo lo pasado.

Le gusta al pescador esa parada seca, ese clavar sin miedo, un poco bruto, ese pulso a dos manos contra el pez. Y luego su estampa rara de bestia dentuda, los aterciopelados grises de la librea, su cuerpo de pez medio serpiente, dragón, gato. Y sobre todo le gustan en especial esos largos segundos mientras se hunde la línea y el señuelo, unos instantes que se estiran hasta llegar a esos lugares profundos donde están acechando los monstruos de los niños pescadores.

Se ha escapado el pescador de la ciudad. Necesitaba el inmenso abrazo de la soledad y del silencio, un horizonte hostil, un poco de aire frío, de intemperie real. Las otras intemperies urbanas, los otros fríos cotidianos son los que hacen más daño y congelan la verdadera voz de las palabras. En cambio aquí la ropa es buen refugio y no hay otra verdad que la que sienten sus dedos empuñando la caña y el sedal hasta que llega al fondo.

Le hace gracia recordar precisamente ahora, peleando con el segundo de esta mañana, esos versos de Cernuda: “Tú, verdad solitaria,
 transparente pasión, mi soledad de siempre,
 eres inmenso abrazo". Hay quienes buscan refugio en lugares cerrados, confortables y calientes, otros en cambio encuentran abrigo y protección en la intemperie fría del campo, luchando contra un pez, teniendo la certeza de que ningún objeto ni guarida pueden alargar la vida. Pero el amor y la amistad, los ríos y los bosques hacen más agradable este acertijo.

domingo

OSO


Anda despacio. Los otros van muy detrás. Ha subido un tramo largo deprisa para poder caminar ahora junto al agua a ritmo lento, saboreando cada recodo y cada corriente, envuelto en ese tipo de silencio que solo se vive en la montaña o ya cerca de ellas. Detrás de sus ojos campan Vardis y Curwood también Ciro Bayo y Cabeza de Vaca, o todas esas voces que nos envenenan cuando tenemos menos de diecisiete años y que se quedarán ahí, agazapadas, siempre latiendo aunque no nos demos cuenta, susurrándonos sueños. Hay que tener cuidado con lo que se da a leer a los niños. Entonces ve la huella.


Sigue pescando despacio. Con la pequeña cámara ahora preparada por si se deja ver la bestia o su belleza. No tiene miedo, pero ha comenzado a cantar en susurros por si acaso, porque así lo leyó, para advertirle. Suele tener siempre fortuna. Será el sigilo, la forma de caminar acechando, evitando hacer ningún ruido, con la vista acostumbrada a escudriñar el monte y descubrir tesoros: aquel lince atravesando un viejo olivar, el baño de las nutrias a su lado, la manada de lobos a menos de doscientos metros de una estrecha carretera medio abandonada que corría paralela al río, el baño del enorme y canoso jabalí entre los helechos, grandes trofeos que no desmerecen de otros más pequeños que guarda en su memoria ya sea insecto, rana, lagarto, ave, sombra...


El pequeño río se estrecha. Hay maleza espesa como de dos metros de altura, truchas negras y doradas, el cielo lleno de un azul que la dispersión de Rayleigh podría meter en un verso de Keats, los estratos de la roca explicándole el tiempo, su tic-tac de siglos, el oso quizá cerca. Tal vez aún sea posible y podamos parar a tiempo la carrera, no destruir con saña todo esto, no querer convertirlo en paisaje o en atracción de feria o en parque de turistas.

Entonces ve el cadáver y más huellas. Buen festín. Sonríe. La vida salvaje es esto, muerte y vida, vida y muerte. El dolor imaginario no está aquí, no en ellos. Podría fantasear con acabar así, pescando en un paraíso y luego convertirse en alimento de oso. No habría mejor muerte. La otra, el lento deshacerse, el cuerpo en ruinas, el cerebro triste y roto es de verdad espanto.


Vuelve a sonreír. Sigue cantando. Tal vez aún haya tiempo de no romper todo esto, los grandes espacios salvajes que aún hay en España, abandonados, inseguros, apenas transitados, difíciles, lejanos. Cree que se salvan porque no hicieron caminos o carriles, porque nadie dibujó el mapa en una guía para energúmenos, porque todo es pobre y no se puede sacar nada de la tierra o sus entrañas, porque luego, en invierno, la nieve lo cubre todo muchos meses como en aquellas viejas novelas de Wardis o de Curwood.

Sigue pescando más arriba. Tal vez tenga suerte y vea por fin al oso, tal vez no. Nunca lo espera. Los animales se cruzan por sorpresa en su camino. Tal vez no vean en él a lo que es sino a una alimaña más, otro bicho, otra bestia que vive junto al agua sin saber del futuro y sus desdichas, sin aplazar o comprar o negociar un placer intenso que da sólo vivir y estar. Ahí.



PD: La foto de la cierva devorada por el oso es de Ginés Martínez