lunes

PIEDRA DE SOL



Me desperté mucho antes de amanecer. Ya tenía el equipo preparado, así que leí algunos versos de “Piedra de Sol”. Ese que dice: defender nuestra ración de tiempo y paraíso.

En esa ración de "tiempo y paraíso” que es o debería ser nuestro derecho como humanos, estaría el refugio, el alimento, la cultura, el cuidado. Y también el amor y estas horas de río y soledad.

Ayer fuimos mi hermano y yo a la garganta de M., cada cual por su orilla, mientras el cielo se entreabría a ratos mostrando la nieve cercana y un cielo muy azul. Alguna trucha tocamos aunque íbamos detrás de otro pescador, Eso te obliga a rebañar el agua, a pescar más despacio, a no tener ninguna esperanza en que la tarde y el río sean generosos en peces. Pero son generosos de otra forma, en eso: en tiempo y paraíso.

Luego nos cruzamos con otro joven pescador, ya de recogida, que iba a seca con ese optimismo y esa alegría que sólo puede tener un mosquero andante solitario por esos parajes complicados y prístinos. Como a veces se pasea por aquí, por estas palabras, me contó el dónde y el cuando de un gran río que ambos queremos y que aún conserva en su parte alta unas pocas truchas resistentes a las infamias, abandonos y abusos de estos tiempos “riocidas”. No competiré con él por tocar esas truchas que él ha protegido con su confidencia.

De vuelta a casa al anochecer, arreciaba la lluvia en el tejado, así que volví a Piedra de Sol y a descansar. Que difícil es a veces tener nuestra ración de tiempo y paraíso. O qué fácil.


viernes

NINFA GASOLINA & ENSALADA FLUORESCENTE



Andamos los pescadores soliviantados. Los unos constatando la herejía, la definitiva ruptura entre los de la iglesia de la seca y los de la secta de la ninfa. Los otros enterrando los secretos tiseles iridescentes en las catacumbas misteriosas de la alquimia de donde nacen los nuevos señuelos infalibles. La contraseña es esta: gasolina. Sólo entonces se abre la cueva de Alí Babá y contemplamos bajo la fantasmal lámpara ultravioleta los seductores brillos del invento.

Tanto los de la iglesia de la seca y sus falsos profetas, conversos o apologetas, como los que no están en el ajo iridiscente, echan pestes de la poca inteligencia de las truchas por su empeño en devorar perdigones tornasolados, fluorescentes, iridiscentes que en nada se parecen a su comida de verdad. Tantos años montando miniaturas hiperrealistas para que ahora las truchas nos traicionen, nos la peguen, prefieran esas ninfas marcianas, esas fast food en lugar del solomillo de pardón.

No entendemos que los humanos somos parecidos aunque nuestro cerebro pese más y tengamos el don de la palabra. Si no, ¿a cuento de qué preferimos ahora la cocina tecnoemocional a la tradicional?, ¿porqué nos pirramos por un guiso de Adriá e intentamos imitar sus químicos guisotes en lugar de seguir degustando el pollo en pepitoria de la abuela?, ¿se parecen en algo las maravillosas deconstrucciones de Ferrán a la comida realista?, ¿cuál fue el plato estrella del último Madrid Fusión 2014?: ¡una ensalada de plancton fluorescente! Más o menos lo mismo que vuelve locas a las truchas esta temporada en su versión ninfa gasolina. Así que menos puritanismo y menos escándalo porque algo debemos tener en el cerebro parecido las truchas y nosotros...

Foto de Ángel León y su ensalada de plancton fluorescente. Madrid Fusión 2014.

...El creador de este plato tan fantástico es uno de los mejores cocineros del mundo y a la vez uno de los más tradicionales, Angel León es un chef del mar que ha sabido crear guisos riquísimos recolectando lo que la mar oceana nos regalaba y hasta ahora los adictos al pescado despreciábamos: algas, plancton, pescados de segunda, mariscos marginales, bichos varios… con todo eso hace unos guisos alucinantes, riquísimos, originales, sin hacer desaparecer los sabores ancestrales que tenemos en nuestra propia memoria gustativa.

Algo parecido les debe ocurrir entonces a las truchas cuando contemplan en sus posturas como pasa una ninfa iridescente, de cabezón plateado y cerco eréctil... ¡ñam!

Nunca he sido de iglesias ni de sectas, ni puritano, ni amigo de ningún fanatismo. Más bien ateo, libertino, picaflor, curioso… Claro que tengo mis gustos y mis filias gastronómicas y piscatorias, pero no hago de ellas ninguna bandera, salvo la de la pesca sin muerte, pero eso es una forma de ética y estética no una superstición, ni una creencia. Hoy pondré una gasolina, luego tal vez un pardón, mañana una buena ración de callos y antes o después esa ensalada fluorescente de Angel León.

martes

AUSTER



Como dice mi hermano V. han sido dos días de “pesca extrema”, de llegar agotado a casa, meterme en la bañera de agua caliente y quedarme adormecido leyendo algún librito de Paul Auster que suele morir ahogado bajo la espuma.

Ya no llegaré a ser un buen pescador. Me pueden mis vicios, mi manía de ir degustando el río aquí y allá, de no ser meticuloso, ni minucioso. Voy picoteando sólo las mejores posturas y dejando las facilonas o las más feas sin pescar. No dejo de explorar, innovar, aprender, estar atento a las nuevas formas de montar las moscas o los nuevos tiseles infalibles para adobar las ninfas, sin embargo me niego a adoptar estrategias y artes que son más productivas pero menos placenteras para mis anticuadas ideas de pescador cuarentañero. 

Aunque soy muy andarín y pesco rápido, nunca llegaré al ritmo y a la disciplina de otros pescadores, me puede la indolencia, saborear de pronto una poza con lentitud, sentarme a contemplar la tarde, entretenerme en volver atar el aparejo, reintentarlo con la seca aunque sé que en ese momento hay pocas posibilidades de interesar a las truchas con mi feo tricóptero blancuzco.

Me gusta cansar al cuerpo, sentir y comprobar que sigo el ritmo de mis hermanos más jóvenes. No puedo renunciar a un tarde de pesca con V. aunque haya estado ya en el río desde las siete de la mañana tras las truchas con A. y ayer todo el día en la garganta con F.


Metido en la bañera me doy cuenta de que no llegaré a ser un buen pescador aunque lleve más de treinta y cinco años tocando peces. Descubrí demasiado pronto que más que tocar a los peces me gustaba estar allí, sentir que el fin de todo no era pescar más sino saborear mejor la felicidad asequible de estar metido en el río lanzando el señuelo a ese rincón precioso en el que es imposible que no se esconda una gran trucha.

Por fortuna el estupendo “El libro de las ilusiones” de Auter se ha sumergido en el agua cuando ya lo he terminado. Cierro los ojos. Rememoro los instantes que he vivido estos días, la trucha que picó en media cuarta de agua, a dos metros de mis botas, mientras yo andaba distraído, avaricioso, apuntando a ese estupendo hueco oscuro y profundo a diez metros de la orilla. No soy un buen pescador. Debo aprender a pescar también lo fácil, a registrar esas posturas feas donde también hay truchas y felicidad. Un poco como Auster.


domingo

LLUVIA II




Bajo la lluvia la superficie del agua se vuelve espesa y opaca, pero siempre me ha gustado mucho pescar así. Nada te funde más con la tierra que esos momentos en los que arrecia el chaparrón y uno está metido hasta la cintura en el río y te ensordecen los goterones golpeando el impermeable y el sombrero.

Hoy sólo. A solas. Abrigado por esta lluvia fría y marceña que ha cambiado tan deprisa el paisaje. Creo que sólo Gene Kelly y los pescadores “cantamos bajo la lluvia”, al resto del mundo le fastidia.

He echado un buen pulso con un pez invisible con la cañita de ocho pies línea tres. Sólo veía el hilo cortando la superficie, haciendo eses, paradas, quiebros. Imagino que por ahí debajo una trucha regular se estaba cabreando. Luego se ha soltado. Ha entrado a una ninfa gorda, blanquecina, brincada con hilito plateado, con el saquito de las alas tornasolado, el cabezón también de plata y las patillas verdosas hechas de pelos de pata de liebre ártica. Parece una ninfa resultona y bien alimentada. Por encima llevaba el velero de pelo de ciervo que sólo flotaba a ratos pero me ayudaba a saber por donde andaba mi trampa. 

Bajo la lluvia la vida se ve diferente, siempre más optimista.  En la  chorrera siguiente toco otra trucha bonita. Luego sale el sol y voy pisando la senda y el aire limpio, espléndido, recién lavado. 


miércoles

BIEN (dedicado a los padres pescadores este 19 de marzo)


Se desliza la seda del tres por sus dedos. Ha caído el moscorro bajo la sombra de los junquillos, en el hueco remansado que está a la derecha de la chorrera que entra en un pequeña poza con el agua absolutamente transparente. ¿Estás bien? Eso me pregunta a veces mi hijo el pescador. Siento que cuida de mi. Sé que cuida de mi. Descubro que es uno de los grandes placeres de ser padre, ese momento en el que sientes que es el hijo quien quiere protegerte de todas las intemperies y problemas cuando hasta ahora, todos estos años, desde que nació, ha sido uno el cuidador. Claro, aquí en el río siempre estoy a gusto. Vemos los dos salir la trucha de no sé dónde y tomar la mosca con glotonería. Es uno de los placeres de pescar allí, en esa garganta estrecha y pequeña en la nos sobra con cinco metros de seda. Somos espectadores de ese instante precioso, compartimos la imagen de la trucha apareciendo de la nada, luego su revoloteo furioso bajo el agua al sentirse prendida.

Pescamos despacio. Nos turnamos con una sola caña para mirar los dos como flota el señuelo y las truchas van subiendo en todas las posturas, convocadas por la fortuna de esa hora de gracia. Hemos atado un trico más o menos obeso, que me parece demasiado grande para el tamaño de truchas de aquí, medio pigmeas. Sin embargo lo atacan con rabia. Luego probamos con un híbrido entre pequeño escarabajo negro y arañuco que también muerden con hambre. La garganta está muy limpia, bulliciosa de vida, solitaria, perfecta. Entran también los cachos a la mosca y les hacemos similar reverencia. Todos los peces son un regalo y todos son igual de importantes. No entiendo al pescador que desprecia un pez pequeño.



¿Estás bien?. En estos tiempos de tanta psicoterapia, tanta prevención y tanto pastillerío contra la tristeza, agradece uno tener tan fácil y asequible la paz y hasta la felicidad ocasional en tardes como esta. Como el moscorrón es voluminoso su vuelo es lento, puedo contemplar toda su trayectoria  y hasta escuchar el plof de su caída si me meto en el cerebro de la trucha que lleva aguardando mucho tiempo a que le llegue la cena del cielo. Eso lo hacemos mucho los pescadores, nos metemos en la cabeza del pez, intercambiamos nuestro cerebro de kilo y medio por uno que pesa un gramo o menos, todo un arte. Allí metidos en el telencéfalo de un animal que no tiene brazos, ni piernas, ni tristeza nos lo pasamos muy bien. La trucha mira hacia arriba y en el espejo de su cielo acuático descubre un insecto que sufre de obesidad mórbida e idiotez supina así que no puede resistirse a comérselo crudo según cae, en plan sashimi de bicho.

Me gustan estos momentos en los que tiene la caña mi hijo el pescador, cuando sube la trucha, clava antes de tiempo y se le escapa. No piensas aún como un pez, te pesa demasiado tu cabeza de hombre.

¿Cómo no voy a estar bien en esos instantes?.


martes

BICHOS II


Pintura de Josh Udesen

Pocas veces una imagen vale más que mil palabras, pero las veces que lo vale puede no que lleguen todas las del mundo para explicar lo que entienden los ojos.

Los peces y los ríos que los habitan importan a poca gente, mucho menos les importan los bichos que viven allí abajo, en el envés de las piedras y que tienen forma de diminutos marcianos. No vale para cambiar esta ignorancia ni miles de palabras, ni puñados de imágenes de ríos aniquilados, masas de peces muertos, agua convertida en veneno. Nunca salen en esas imágenes los bichitos, los insectos que habitan en las sombras, la diversidad que se arrastra, se entierra o nada agarrada a las rocas. Sólo los pescadores. Cuando intentamos imitar sus formas y colores nos rendimos deslumbrados ante tal maravilla, ante tantos pequeños detalles complicados, ante el barroco diseño que la naturaleza dibujó en seres tan extraños y tan bellos. Hay pescadores que se vuelven locos intentando acercarse con realismo a esas larvas, los más apenas nos acercamos, nos conformamos con el impresionismo de un grosero montaje o nos rendimos y acabamos fabricando unos cuantos fáciles perdigones.

La vida de verdad es sobre todo esta, la de esos bichos tan pequeños que llevan millones de años habitando el mundo, sin ellos no habría peces ni pescadores, ni tampoco belleza, flores, palabras. Mi hijo pescador levanta una piedra sumergida en la corriente y descubre el bullicio, la prisa por esconderse y volver al agua y a las sombras. Toma un puñado en la mano y los mira de cerca. Nadie los admira ni escribe poemas con sus raros nombres, nadie se acuerda de ellos cuando agoniza un río, pero lo son todo. Son como las palabras, parecen casi nada, pero las miras de cerca, encima de la mano y te deslumbran.

Le digo a mi hijo el pescador que yo siempre los siento, los imagino allí escondidos cuando piso las piedras. ¿será que tienes rayos X en los ojos? porque yo no me acuerdo casi nunca de ellos. Me dice. También veo las raíces de los árboles que forman este bosque de ribera. Hay que saber mirar, imaginar no sólo las posturas de los peces, no sólo leer el agua sino el resto de libros de la biblioteca que guarda el río. Vuelan caenis y dánicas madrugadoras, libres por fin de su infancia de agua. El sol nos calienta y vuelve el silencio. Una trucha se ceba más arriba.

Sopa de letras fabricada con las palabras más frecuentes de mi hijo el pescador.

lunes

COMIENZA



Han sido unos cuantos miles de años caminando, así que lo extraño es que nos hayamos acostumbrado tan pronto a estar sentados todo el día mirando de cerca una pantalla luminosa. Más de dos millones de años si nos remontamos al género homo, más de doscientos mil años si sólo tenemos en cuenta a sapiens, son muchos años caminando sin parar y mirando lejos. La locura y la tristeza, la obesidad y el colesterol, la cobardía y la miopía son el resultado de no hacer caso a nuestros genes y no salir todos los días al camino a mirar el horizonte.

Muchos de nuestros congéneres están encantados con esta nueva vida de comodidad y sedentarismo, sólo hacen ejercicio o deporte por prescripción médica o porque está de moda o para conseguir y lucir esbeltez. Unos pocos, en cambio, no soportamos estarnos quietos, nos tira el instinto al campo y sólo allí nos sentimos en paz, reconfortados, tranquilos. Sin duda hace miles de años ya éramos pescadores, nómadas, culos de mal asiento y aún seguimos siéndolo. Es llegar al río o al mar y sentir en el cuerpo que se está en casa. Es comenzar a caminar y descubrir como la memoria ancestral recuerda aquello y los sentidos están atentos a la tierra irregular, la maleza, las piedras, el complicado suelo de debajo del agua, este mundo real lleno de dimensiones que nada tiene que ver con el colorín plano de la pantalla.

El joven pescador también lo nota. Le cuesta mucho la humillación de estar sentado tantas horas y tantos días aprendiendo obediencia y ciencias abstrusas en libros obsoletos y en obligatorios ejercicios de amanuense en lugar de aprender ciencia y conocimiento metido en el mundo, con maestros sabios que muestran y descubren, que no amaestran y exigen silencio. También él sale corriendo en cuanto puede y se ve libre, sale corriendo lejos a hacer cosas, a tocar la tierra y descubrir de primera mano sus misterios.



El joven pescador pregunta por qué tienen color las cosas, o por qué delicado equilibro orbital la tierra está a la distancia justa del sol para no achicharrarse o helarse y que exista el agua líquida, o se queda pasmado ante la trucha que ha salido de la nada y en el último instante ha rechazado su engaño. El caso es estar allí y nunca quieto, subir río arriba durante horas, tal vez cansado pero nunca hastiado o aburrido, mirar muy lejos pero también cerca, con los ojos de la cara y con los de los pies para no tropezar, caer y hacerse daño.

El joven pescador mira al viejo. Le asombra aún su precisión para meter el diminuto señuelo en los rincones, su resistencia para no agotarse aunque lleven en danza todo el día, su permanente sonrisa y su optimismo cuando está allí en el torrente distraido de todo, concentrado en el agua.

El joven pescador piensa que unos olvidaron pronto todo esos miles de años de camino, son felices sentados y no añoran los tiempos de los largos viajes e intemperies, se sienten bien conduciendo máquinas, presionando botones y teclas, siendo espectadores de los sucesos imprevisibles del presente. Y otros, los pescadores andantes, no pueden olvidar aquella historia, no se ha borrado de sus genes el nomadismo, el placer de la brisa lejos de la ciudad, la dulzura del cansancio que da el andar durante todo el día, el placer de lograr tocar un pez y sentir que siguen dominando el arte de sobrevivir con pocos artefactos, aunque sea por una horas y como un juego.

De todo esto elucubra, opina y discute de vuelta de la garganta el hijo pescador. Ha comenzado una nueva temporada truchera. El tiempo, la primavera, el brillo del sol, los peces les ofrecen de nuevo el mejor espectáculo del mundo: la vida en el camino a pie de río y ellos dentro.


viernes

COMER III



Me gusta mucho un texto clásico del antropólogo norteamericano Marvin Harris, que está en su libro "bueno para comer", que dice así: "Al principio, nuestros antepasados comían carroña, cazaban y recolectaban su comida. Después vino la agricultura y la ganadería y, más recientemente, las explotaciones industriales, petroquímicas y mecanizadas. Independientemente de que se recolecte, se plante, se coma carroña, se cace o se produzca en fábricas, los costes de la producción de alimentos son elevados. La comida ha absorbido siempre una parte considerable del tiempo, energía y conocimientos técnicos de nuestro género. Puesto que las personas necesitan y quieren comer varias veces al día, la comida no sólo es cara, sino intercambiable por otros bienes y servicios. Más adelante mostraré cómo surgió una organización distintiva de la vida social de los homínidos, cuando la comida empezó a intercambiarse por servicios sexuales. Pero todavía no estoy preparado para contar esa parte de la historia".

Tenemos fama los mosqueros de trabandablas pero es que el agua fría, las caminatas y darle al lance sin parar son buenos estimulantes del apetito. Para satisfacer las hambres uno ha pasado por fases muy diversas. Durante muchos años el gusanillo moría con un pequeño bocata de jamón con tomate y un bochinche de agua del mismo río, otros años solo llevé fruta: naranja y plátano, hasta viví la atroz costumbre en mis veinte, cuando aún desconocía el sashimi, de llevar sólo sal y pimienta en el macuto y comerme una trucha, una tenca, un día hasta una carpa aún palpitante, en crudo, sacando filetillos de las partes más nobles de la bestezuela, sin piel y sin espinas, tan sólo bien salpimentados los pedazos y ñam, dejaba la raspa y los despojos sobre una piedra como hacía cualquier hermana nutria. Luego pasé la triste fase de las barritas energéticas y las bebidas isotónicas. Más tarde los años ascéticos de llevar cuatro higos pasos rellenos de nueces. En los años dorados, que fueron muchos, satisfacíamos el apetito parando en una tasca cercana al coto en la que nos pedíamos innumerables raciones de cochinillo frito y callos picantes.También pasé la fase gourmet en la que llevaba al río emparedados rellenos de queso a las finas hierbas y bacalao ahumado, foie con mermelada de naranja, merluza frita y alioli, regado todo con su buen vino y hasta con benjamines de champán. Hay que estar loco. Ahora llevamos viandas ricas pero sencillas, ántima, jamón, longaniza, morcilla de calabaza, queso de cabra, membrillo, manchego en aceite… y almorzamos a pie de río, sobre el lujoso banco de una piedra musgosa.

Un amigo filósofo y economista dice que las necesidades básicas del hombre civilizado son comer y leer, pescar y conversar, y que el resto son secundarias y muchas veces prescindibles. Yo podría alguna necesidad más pero tampoco muchas, acaso dos o tres. Si, esas que estás pensando.


miércoles

DEUDA





Dar sin esperar recibir. Recibir sin necesitar devolver. Sentirse en deuda por recibir tanto y no sentirse mal por lo que debes.

O ser uno quién da y no sentirte mal porque no te devuelvan nada. Dar tiempo, saber, cuidado, cariño, dinero, vida y no preocuparte por ningún tipo de devolución o pago.

El antropólogo francés Marcel Mauss en 1925 reventó la lógica del intercambio económico en el capitalismo que Carlos Marx denunciaba por ser terrible, explotador, alienante, injusto y desigual. El mismo que el liberalismo clásico o neocon se empeña ahora defender como “la gasolina” del progreso, aunque queme todo lo demás salvo eso, el progreso, de algunos. Porque el cemento de la sociedad no es el dinero, ni el interés económico, ni la defensa contra un enemigo común ya inexistente, sino las relaciones sociales basadas en una economía y una ética del don. Claro que todo este rollo sociológico no es necesario para que mi hijo pescador entienda y sepa lo que significa ser padre, o ser hijo. Además el día de la desveda siempre está muy cerca o coincide con el "día del padre"...

...Pero como yo me quedé sin padre a la edad que tiene ahora mi hijo el pescador mi aprendizaje de todo esto fue algo distinto...

...La pregunta es ¿Qué persona nos hizo más días feliz? Nunca me lo había preguntado hasta hace pocos años. Ha muy fácil identificar los días de mi vida que de verdad fueron muy felices, intensos y dichosos. He tenido la suerte, la inmensa suerte, de vivir muchos días así con bastantes personas distintas. Luego he intentado sumar esos días. No ha sido tampoco muy difícil esta aritmética, tengo buena memoria. Durante muchos años, durante casi toda mi vida, he ido atesorando cientos de días en los que fui feliz en los ríos desde que tenía diez años hasta ahora que tengo más de cuarenta y siete.


La mayoría de esos días de agua y libertad, de truchas y gargantas, los pude disfrutar gracias a una persona. Y puedo decir que esa persona es la que más días me ha hecho feliz en mi vida. Pienso ahora en eso, en la cantidad de días, en una simple suma, pero no puedo dejar de sentir también como fueron esos días, en la cualidad e intensidad de esa felicidad, en su sustancia. 

Supongo que él lo hizo casi sin darse cuenta porque era su forma de ser. Era un tipo generoso, divertido, siempre optimista e incansable. Me he reído mucho con él, yo que me río poco, y con él he aprendido a sacar bien la sustancia de ese tiempo precioso. Han sido muchos días, puedo sumar miles.

Hoy siento que es mejor estar en deuda que ser deudor. Le debo todos esos días de felicidad y eso me sirve para tener esos días muy presentes. A nadie debo más. Cuando subo pescando por la garganta Jaranda desde el Puente Viejo hasta las Tres Juntas y la poza del Águila nunca siento que estoy caminando sólo. Siempre me parece muy extraño que no esté él a mi lado pescando.

En la suma de todos los días felices de mi vida gana Ángel. Es verdad que es mejor estar en deuda que ser deudor. Una deuda de felicidad nunca se olvida.

Foto de Sinisia Botas
A eso aspiro siempre ahora, a dar.

martes

S.E.C.A.


Foto de: Øystein Rossebø

Tal vez porque tiene más instinto de cazador que de pescador le gusta ver a la trucha salir de las tinieblas a morder la mosca que flota y le gusta menos sentir en el tacto la picada a la ninfa que va por abajo, tantas veces pescando a ciegas. Ha escrito “le gusta”, pero no es la palabra adecuada, dice poco, porque ver al pez salvaje salir hacia el señuelo, abrir la boca y dar el rabotazo en menos de un segundo es presenciar la belleza de todo lo que ama el pescador concentrado en una gota de tiempo.

Quizás será porque pesca más con los ojos que con los dedos. La ninfa es un aguardo a ciegas y "la seca" es presenciar el espectáculo del agua transparente, la subida, la picada, el chapoteo y la lucha siendo a la vez espectador y protagonista del instante. Hasta cuando pesca con los streamer lo hace a ojo y nunca al tacto. Le gusta ver al señuelo peludo nadar, retorcerse y descubrir de pronto la sombra que se acerca y le para.

No se trata de purismos, integrismos ni de militancias en el partido de la S.E.C.A. No se trata de satanizar al ninfero y pontificar contra la ninfomanía que va contaminando nuestras cajas de bichos, pero pescar “a ojo” en lugar de hacerlo “al tiento” es para el pescador un placer muchos más diverso e intenso. Será porque es un mirón, un voyeur retorcido y refinado que no desea tanto tener la trucha en la manos como tener además, en imágenes, todos los momentos de esta fortuna.

Pesca a ninfa, claro, y le divierte este usar, como si fueran ojos, el tacto de sus dedos, imaginar lo que ocurre abajo, clavar a tiempo. Pero no es lo mismo. Pescar a mosca es ver, mirar, observar, otear, presenciar, contemplar el intenso e inmenso espectáculo del agua y de la trucha que nada hacia el  pequeño amasijo de plumas aunque al final no muerda, descubra nuestro engaño, se dé la vuelta. 
Ver esos instantes es sentir el hierro caliente con el que se graban todas esas imágenes en nuestra frágil memoria.

Tal vez porque ver y pescar son a veces casi el mismo verbo.